Narrativas comunitarias
de ciclismo urbano en México

Proyecto

 

(re)Ciclarse en la ciudad:

un archivo de historias de ciclismo urbano en México

Alejandro Zamora

“Internal strength is an absorption of the external landscape”

(“La fuerza interna es una absorción del paisaje externo”.)

 Terry Tempest Williams


“Ni siquiera las fotografías me producen tanto efecto como la voz”

Svetlana Alexievich

Un archivo de narrativas comunitarias es un repositorio único de conocimiento colectivo. Su valor reside en estar ligado a la experiencia cotidiana de individuos y comunidades: a su lenguaje, a su sentir, a su memoria y a su imaginación. Pero a la vez, también a un espacio y una geografía con los que dichos individuos y comunidades mantienen una relación de mutua determinación. Esto no es trivial: una comunidad articulando un mundo por el lenguaje y la experiencia, dando un sentido narrativo a sus espacios y a sus jornadas, genera posibilidades de entendimiento, de convivencia y de empatía esenciales para la construcción de un mundo común.

 

 

No obstante, esas narrativas pasan inadvertidas la mayor parte del tiempo. Las múltiples posibilidades de ser, de estar, de convivir y de resistir en un lugar específico que entrañan las historias de la gente común, tienen poca o nula visibilidad en los medios de comunicación masiva, la propaganda política, la publicidad o los saberes especializados. Y cuando estos voltean los ojos a las comunidades y sus historias, lo hacen en el marco de una agenda o de intereses con poca o ninguna concordancia con los de las personas en cuestión, cuya voz queda enmarcada en estructuras y formatos en los que se pierde, se diluye o desvirtúa.

 

 

El caso concreto de un archivo de historias de ciclistas urbanos en México confirma plenamente esta discordancia entre las narrativas dominantes sobre una forma emergente de ciudadanía, y la voz de esta misma. Hace algunos años empezamos a recorrer en bici distintas ciudades del país, a participar en rodadas y eventos de sus distintas organizaciones, y a conversar con varias docenas de sus miembros. Las historias que han resultado de este ejercicio no sólo forman parte del vasto patrimonio narrativo de nuestras calles y avenidas, también son testimonio vivo de la dignidad, la resiliencia y la vocación de libertad que propulsa cada pedaleada entre coches mortales y nubes químicas. Además, estos relatos atesoran un importante capital de conocimiento urbano: distintas percepciones del tiempo y la distancia, mapas personales de geografías inadvertidas, formas de socialización y tejidos comunitarios únicos, prácticas relacionales de consumo, entre muchas otras, específicas a cada historia.

Las historias que han resultado de este ejercicio no sólo forman parte del vasto patrimonio narrativo de nuestras calles y avenidas, también son testimonio vivo de la dignidad, la resiliencia y la vocación de libertad que propulsa cada pedaleada entre coches mortales y nubes químicas.

Cuando una ciclista urbana nos dice “yo soy un glóbulo rojo en las venas de la ciudad cuando ando en bici”, es porque su ciudad es un organismo vivo cuya salud está interrelacionada con la de ella; es porque su transitar es parte de un proceso orgánico de cuidado mutuo. Cuando una ciclista urbana nos dice que la bici la hizo ver lo bonita que puede ser una ciudad gastada y abusada por los coches, es porque esa ciudad tiene dimensiones, espacios, estéticas, que se revelan según los instrumentos y las tecnologías con los que nos relacionamos con ella. Cuando una ciclista urbana nos dice que “la bicicleta es una tecnología del amor”, es porque la bici genera en la ciudad hostil dinámicas sociales de protección recíproca y de solidaridad. Cuando un ciclista urbano nos dice que “la bicicleta es un lenguaje”, es porque ha generado formas de comunicación con y en la ciudad que sólo se logran desde la bicicleta. Cuando varios ciclistas urbanos nos dicen que el andar en bici los ayudó a superar cáncer, diabetes, depresión,  problemas cardiacos, relaciones tóxicas, o que la bici es su psicóloga, es porque la interacción entre la bici y la ciudad generan espacios de salud, de afirmación y de cultivo de sí.

Nada de esto es la interpretación exaltada de un enamorado de la bicicleta (aunque lo soy). Todo tiene ejemplos claros, precisos; anécdotas concretas que lo muestran y lo expanden en este archivo de historias. Se trata, pues, de un cuerpo de conocimiento colectivo extraordinario para imaginar ciudades, calles, espacios públicos, convivencias y formas de ciudadanía más sanos, más justos, más amistosos y más incluyentes. 

Para imaginarlos, cabe agregar, desde su contexto mismo: en diálogo con su cultura, con sus condiciones estructurales, con sus problemas sistémicos. Esto es fundamental. Muchas veces, para pensar el ciclismo urbano, importamos referentes y experiencias extranjeros —Ámsterdam y Copenhague suelen ser los primeros invocados. No obstante, un componente clave de cualquier discusión sobre una ciudad incluyente, debe ser los variados mundos y sensibilidades contextualizados de sus propios habitantes. En ellos, como queda claro al explorar estas historias, hay imaginación, lenguaje, ideas y sabiduría propios. 

Cierto que un ciclista urbano puede o no ser  especialista en movilidad o en urbanismo, pero todos son sensores únicos, igualmente valiosos, de sus ciudades, de sus trayectos, y de la vida que discurre en ellos. Así, mientras que un viaje en bici en Ámsterdam o Copenhague es pura normalidad dentro de una espacialidad hegemónica (una ciudad ya concebida para moverse en bici), en Morelia, Oaxaca, Tijuana o Ciudad de México, un viaje en bici es disidencia pura, un acto de muy distintas implicaciones y connotaciones que genera espacialidades alternativas (formas alternativas de habitar el espacio), en franca resistencia a sistemas hegemónicos de dominación y control espacial —concretamente, el “patriarcarro”, como lo llamó en un Twit la Alcaldesa de la Bicicleta de la Ciudad de México, Areli Carreón (@arelibiciteka, 29 Oct. 2020, 9:43).

Las espacialidades alternativas, como explica el geógrafo David Harvey, no surgen necesariamente de un plan consciente o de un proyecto, “sino de lo que la gente hace, siente, y logra articular al buscar un significado a sus vidas cotidianas” (Harvey xvii). La articulación de ese significado es comúnmente una labor narrativa: un evento del lenguaje, de la memoria y de la imaginación. Por ello, en las ciudades mexicanas —en la espacialidad hegemónica del “patriarcarro”—, cada viaje en bici es una saga personal que pide a gritos ser contada, y aquí nos hemos propuesto animar a sus protagonistas a contar la suya. De Tijuana a Mérida, estas historias no sólo articulan significados de vidas individuales, sino también proponen nuevas formas de ser y estar en la ciudad, planos y cartografías alternativos que despiertan esperanzas y promesas de mejores ciudades: más humanas, más relacionales, más limpias, más nuestras.

Nota sobre el método

Apasionadas y apasionados de las historias, de la escritura, de la conversación, de la crítica literaria, de la antropología, de la fotografía, de nuestras ciudades, de sus ciclistas y, por supuesto, de andar en bici, no tuvimos más remedio, en cuanto al método, que la ensalada (de todo lo anterior). Así, cada historia es el resultado de un trabajo de campo y de escritura colaborativa que implican:

• Familiarizarse con cada ciudad en bici. Durante varios días, tomarle el pulso a pedal limpio, hacer distintos recorridos, participar en las rodadas de sus organizaciones ciclistas, documentar todo en notas de campo y fotografías.

• Entrevistas no estructuradas con los participantes, que normalmente conocemos durante dichos recorridos y rodadas. Estas entrevistas son, más bien, largas conversaciones que en su mayoría despiertan el entusiasmo de una nueva amistad (el ciclismo urbano suele ser relacional y amiguero), y en algunos casos la concretan. Muchas veces, las conversaciones también lo son en un sentido etimológico. El vocablo viene de con versare: dar vueltas con (alguien), pasear en compañía. Si conversar es tanto charlar como pasear, en este proyecto procuramos no hacer distinción y, en la medida de lo posible, salir en bici con los participantes; conocer sus rutas, su ciudad; platicar sus calles con la dialógica cadencia del pedal, o bien “ratoneando” juntos, en franca sobrevivencia, entre los coches, los camiones y sus toxinas.

• Un proceso de escritura de cada historia consultado, o en franca colaboración, con el participante (dependiendo de sus ganas de involucrarse). Un proceso dialógico, pues, que concluye con el acuerdo de una versión final del relato, normalmente en primera persona, que después agregamos a este archivo.

 

la bicicleta se vuelve aquí un instrumento de doble exploración: urbana y personal. Esto lo muestra y lo confirma cada una de las historias, cuya elaboración nos permite un acercamiento a nuestras ciudades y a nosotros mismos que nunca hubiéramos imaginado

Admitimos, sí, que algunos tenemos una agenda de investigación previa (un análisis narrativo del ciclismo urbano en México desde la geocrítica, en un caso, o un enfoque de género, en otro). Pero, por principio, nos propusimos un método lo más participativo que se pudiera, si no con respecto al proyecto en sí, sí con respecto a cada una de las historias. Una etnografía participativa se define por el grado de implicación del participante en el diseño del proyecto y por la utilidad del mismo para dicha persona, su causa o comunidad. En nuestro caso, la búsqueda de esta relación se da en al menos dos niveles: primero, en la conversación, que fluye libremente aunque no toque o no desarrolle los temas específicos que nos interesan, y después, en el proceso dialógico de escritura del relato mismo. Así, cada participante, desde la conversación, establece las prioridades y el tono de su historia, y a final de cuentas, nuestra propia agenda de investigación se ajusta a esa configuración que va adquiriendo el archivo.

No obstante, algo en lo que sí intentamos influir como investigadores, es en conservar, lo más que se pueda, la oralidad de la conversación en el relato final: sus frases, sus saltos, sus elipsis, su sintaxis, su corporalidad. El conversar una vida y una ciudad en bicicleta, parece estarnos revelando algo interesante: la oralidad se parece al ciclismo urbano. Tiene sus propios meandros, sus recodos, sus atajos, sus vueltas, su espontaneidad, su equilibrio. Esto, en suma, revela una geografía que el mundo mucho más regulado y previamente trazado del coche desconoce. Este mundo del coche, por el contrario, se asemeja más a la normatividad de la escritura, a la rigidez de sus leyes. Parece, pues, que el ciclismo urbano tiene un aliento y una sintaxis parecida a la oralidad y, sobre todo, al diálogo, y eso es parte de lo que exploramos.

Finalmente, la bicicleta se vuelve aquí un instrumento de doble exploración: urbana y personal. Esto lo muestra y lo confirma cada una de las historias, cuya elaboración nos permite un acercamiento a nuestras ciudades y a nosotros mismos que nunca hubiéramos imaginado. Por este privilegio, estamos infinitamente agradecidos con todos nuestros participantes, a quienes se lo debemos. Y también, claro, lo estamos, de la misma manera, con todos nuestros lectores, que le dan otra forma más de vida a este proyecto.

 

Diciembre de 2020

Fotos: Marín Amuchástegui