Narrativas comunitarias
de ciclismo urbano en México

Jamil Márquez

Saber que no vas sola

Volver a la bici me dio un grupo de amigos y una nueva forma de vivir todos estos lugares, y me recordó lo que siempre he sido y que por un tiempo había dejado de ser: una mujer aventada, sin miedos, que se siente fuerte.

Café Chepiche, Oaxaca, Oax. 15 de julio de 2019. El local de Vixi Escuela está frente a un pequeño parque baldosado, entre el libramiento de Oaxaca y el canal de aguas grises, frente a una gasolinera de Pemex, en la colonia Reforma. ‘Vixi’ quiere decir “dulce” en mixteco. Cualquiera diría que este colectivo lo que hace es enseñar a andar en bici a las niñas y a los niños de Oaxaca. Pero en realidad, sus actividades, en conjunto, son un verdadero taller de ciudadanía, en el sentido más amplio: un taller para aprender a ser y a estar entre los demás, con una visión de género, de medio ambiente, de movilidad sustentable y de inclusividad, y la bici es el instrumento fundamental de esta pedagogía ciudadana. Eso sí, sus integrantes, ante todo, se disculpan con la sociedad: en la entrada del local, tras la madeja de bicicletas donadas que el colectivo repara para dar sus talleres, se ve un cartel que dice: “Disculpe las molestias, estamos mejorando el mundo”. Con Jamil primero conversamos aquí, y al día siguiente en el Café Chepiche.

Mis raíces son de muchos lugares: del Istmo, de aquí de Oaxaca, de Tuxtepec; también de Puebla, por parte de mi mamá, aunque yo nací en la región de los valles. Tengo un montón de culturas y de mezclas interesantes, diría. Soy psicóloga de profesión; soy feminista; me encantan las montañas; me encanta el ejercicio. Toda mi vida he hecho ejercicio. Diría que soy aventada. Desde hace 11 años trabajo para la Secretaría de Salud. Actualmente estoy en el área de Promoción de la Salud, donde doy talleres a todo tipo de población: niños, adolescentes, personas de la tercera edad. Les ayudo a desarrollar herramientas para el cuidado de su salud y una mejor calidad de vida; también soy el enlace del sector salud con la comunidad. Desde hace un año y medio también trabajo en la consulta privada, y estoy terminando una maestría en Hipnosis Ericksoniana y Terapia Breve Sistémica.

 

Mi infancia fue jugar futbol en la calle, andar en bicicleta, subirme a los árboles. En mi casa había un mangal que era como mi refugio. Me enojaba o me ponía triste y era de subirme al árbol seguro. Me acuerdo una vez acababa de ver una película de motos que hacían acrobacias, y donde vivíamos apenas iban a pavimentar la calle; estaban haciendo un hoyo para el registro de agua fuera de mi casa, y dije pues pongo una tabla y seguro así la puedo saltar en bicicleta. Así que dije ¡vamos! Iba con la bici y la llanta de adelante se atoró en el hoyo del registro, el manubrio en el estómago, y fui a parar por allá. Pero pues ¡claro!, la realidad no es como en las películas.

En mi infancia hubo cosas que fueron muy alegres y otras que no tanto. Pero bueno, como siempre, no sé si es coraje o qué, pero siempre he buscado estar mejor a partir de las cosas malas. O a lo mejor a veces es una coraza lo que tengo o no me gusta sentirme mal. No sé… Creo que lo mejor de mi vida fue la adolescencia. Te digo: siempre he hecho deportes, y desde pequeña estuve en gimnasia, en karate, taekwondo; después entré a básquet y atletismo, futbol. Entonces, en la transición de primaria a secundaria, yo entrenaba atletismo, y era buena. Bueno, no tan buena, pero sí corría y competía mucho en carreras de velocidad: cien metros, doscientos metros eran mis pruebas. Y entonces sí, la adolescencia fue lo mejor, lo más divertido. Aunque hubo algo un poco triste: mis papás se separaron cuando yo iba en primero de secundaria más o menos. Pero a mí me ayudó sentir que mi cuerpo era fuerte, porque todos somos biopsicosociales, entonces seguro que estamos conectados de muchas formas, y el ejercicio además me ayudaba a sacar muchas emociones. Toda mi vida, el ejercicio me ha ayudado a sobrellevar situaciones tristes.

Además, pues yo no tenía nada que perder: yo sentía que ya había hecho muchas cosas que quería hacer en mi vida, y morir no me daba miedo, ¿sabes? Yo sabía que si me moría no iba a tener miedo.

En el 2016 me detectaron cáncer de mama. Creo que ha sido lo más impactante que me ha pasado porque entonces no había conocido a nadie a mi alrededor que tuviera cáncer. Soy la primera mujer de mi familia. Y ahí, ante esa realidad, yo pensé de nuevo que mi cuerpo era fuerte, y que eso me iba a ayudar. Lo bueno es que me lo detecté a tiempo. Recuerdo que la doctora me dijo que necesitaba hacerme una biopsia, y que fuera al día siguiente en la mañana a las siete, antes de que iniciara su consulta. Pensé: así que sí es algo grave. Hablé con Pascal y fuimos al otro día. Era un sábado en la mañana. Pasó una semana y me hablaron para decirme que ya estaban los estudios. En ese mes de julio, hay una carrera que se hace de Oaxaca a Puerto Escondido en bicicleta, y yo quería hacerla porque Pascal ya la había hecho toda completa, y le dije ¡ah vamos a hacerla en relevos! No voy a ir por los resultados hasta regresar de la carrera. Y nos fuimos así, pedaleando en relevo. La terminé. Me sentí muy a gusto de haber terminado esa carrea, y de haberla hecho en equipo con Pas. Ya cuando regresamos le dije a Pas pues ahora sí, vamos por los estudios. Y la doctora me dijo: sí se detectó cáncer de mama. Yo me quedé así como bueno y ahora qué. Pero ella me dijo: no te preocupes, ocúpate. Y eso como que me activó y dije sí, vamos a hacerlo. Muévete, me dijo la doctora.

No le dijimos a nadie. Pascal y yo nos lo quedamos. Vamos a hacerlo solos, le dije. Yo quería contarle a mi familia, pero sentía que si les contaba en ese momento iban a llorar y a estar muy mal y yo me iba a derrumbar. También me iban a preguntar ¿qué va a pasar?, y yo primero quería tener respuestas. Entonces empecé a buscar cómo tenía que moverme, con quién tenía que ir, qué tenía que hacer. Y hasta que ya supe cuándo me iban a operar y todo lo que me iban a hacer, les dije a mi mamá y a mi hermana: saben qué, tengo cáncer, me detectaron cáncer, pero tranquilas, me voy a operar tal día, ya sé dónde, ya sé todo. Ya lo teníamos todo planeado. Y también les dije que apoyaran a Pascal porque no iba a poder solo; que iba a necesitar su apoyo. Y con todos los amigos fue lo mismo: tranquilos, yo sé cómo hacerle, todo va a estar bien. Y sí, eso me ayudó: saber todo antes de decirlo.

Pienso que había muchas emociones que tenía que materializar para poder sacarlas. Por ejemplo, pensé: el tumor también es algo que voy a sacar, que ya no va a estar dentro de mí; que puedo tocarlo, que puedo llamarlo, nombrarlo y ya no tenerlo dentro. De hecho, en algún momento me dije: el cáncer es sanación, algo tengo que sanar. Creo que eso fue algo que me ayudó también. Además, pues yo no tenía nada que perder: yo sentía que ya había hecho muchas cosas que quería hacer en mi vida, y morir no me daba miedo, ¿sabes? Yo sabía que si me moría no iba a tener miedo. Me decía: le voy a echar ganas y a hacer todo lo que está en mis manos para estar bien, y si no se puede, tampoco me voy a sentir mal porque he hecho muchas cosas que he querido.

En el proceso de los tratamientos, la bicicleta me ayudó mucho porque yo tenía que ir a muchas reuniones y esos traslados que hacía en bicicleta, eran como una pausa de todo lo que me sucedía. Me ponía el buff para rodar y así como que nadie sabía, como que era una mujer deportista en la bici. Además, me ayudaba a sentirme fuerte. La bici también me unó a Pascal, que siempre estuvo conmigo; es algo que le agradezco. Se iba a quedar conmigo en el hospital, me acompañaba a todas mis quimioterapias. Yo agradezco mucho eso y todas las redes de apoyo que tuve.

 Yo aprendí a andar en bici en el Llano. Mi papá me enseñó. “Tú pedalea y yo te aviento a ver a dónde llegas”, me decía. Me caí mucho. Ahora hay otras técnicas, ¡claro! Pero con mi papá era así de “ve y no te caigas, y si te caes te levantas”. Tenía como seis o siete años, pero no recuerdo que haya tenido miedo. Tenía una bici rosa, pero después me la robaron, y no volví a tener bici hasta los 26 años

Por mi experiencia, yo diría que la bici es una actividad de comunidad y de amor, de buena onda

Entonces tenía un novio al que quería muchísimo, y mi grupo de amigos eran sus amigos. Terminamos y ya: me quede sin novio y sin amigos, y chin, ahora qué hago, pensé. En ese momento tuve el apoyo de una amiga-hermana, Bedani, quien me habló de sororidad, del amor entre hermanas, de no perdernos a nosotras mismas en el amor. Así empecé a conocer el feminismo. Por ella conocí a otro amigo, Walter, y por él a otra amiga Tere, quien me hablaba para salir, diciéndome: vámonos a bailar, ¡vamos!

Me invitó a un colectivo de baile, y ahí conocí a Arlet y Jessi, que también estaban en un grupo de bicicletas, y nos invitaron a todo el grupo de baile a hacer una rodada. Yo pensé, pues hace mucho que no ando en bici pero bueno, vamos. Y me acuerdo de que rentamos una bici. ¡Fue la mejor rodada que pude tener! Porque yo estaba todavía un poco en la depresión del novio y los amigos, pero ahí pude encontrar de verdad mi propio grupo de amigos, en bicicleta. Fuimos rumbo al Tule, entramos en veredas a un costado de la supercarretera, y como esa vez acababa de llover, entonces todos estábamos llenos de lodo y con los calcetines en los manubrios… ¡estuvo súper linda esa rodada! Y de ahí decidí ir todos los domingos a rodar. El grupo de bicis se llamaba Nitos, y yo nunca faltaba, ni me costaba trabajo levantarme temprano los domingos. Llegué a ser la coordinadora del grupo, donde organizaba rodadas y algunos eventos. Ahí hice amistades muy lindas. Pues era de salir todos juntos rodando y cada quien llevaba comida, o comíamos en los lugares que visitábamos. Íbamos a las comunidades cerca de Oaxaca: al Tule, a Tlacolula, así, a muchos lugares. Y me dije ¡qué bonito es Oaxaca! Nunca lo había sentido así: tantos lugares que hay, y tan cerca. Aunque al inicio, antes de pensarlo en bici, no lo ves así. De pronto dices ¡cuarenta y dos kilómetros! ¿Voy a aguantar cuarenta y dos kilómetros? Pero al final no lo sientes, sabes que puedes llegar y como el ambiente es de compañerismo, lo disfrutas más. Porque Nitos es un grupo recreativo, no de competencia. Entonces si alguien no podía, lo empujábamos; si alguien se iba quedando, le bajábamos al ritmo.

Todos te ayudan, te esperan. De repente llegas hasta allá y dices ¡no puedo creerlo! Y así empezamos a hacer un grupo de amigos muy unido y yo a descubrir mi entorno más allá de cómo lo veía y lo vivía antes de la bici. Así que sí, volver a la bici me dio un grupo de amigos y una nueva forma de vivir todos estos lugares, y me recordó lo que siempre he sido y que por un tiempo había dejado de ser: una mujer aventada, sin miedos, que se siente fuerte y con capacidad de aguantar el cansancio y decir bueno, un poco más, sólo un poco más, hasta llegar a ese árbol, y luego al otro, y así ir aguantando, aguantando, hasta decir okey, llegué hasta acá, lo logré, no lo puedo creer. Sí, sin todo eso, el cáncer o cualquier otro proceso así, sería muy difícil. A mí la bici me ayudó mucho tomar conciencia otra vez sobre mí, mis capacidades, mis límites, y también a saber que no vas sola, que si te cansas te ayudan, que si hay algún problema ahí están los del grupo.

Por mi experiencia, yo diría que la bici es una actividad de comunidad y de amor, de buena onda. Por ejemplo, si voy en bici en la ciudad y me encuentro con otra persona en bici, es muy fácil saludarle, ¿qué onda? Te responden: Ah, ¿qué onda?, y seguimos nuestros caminos. Ni le conozco, pero igual te sale natural. Si vas en el coche, para nada ves a las personas: vas en una burbuja. También he hecho competencias en bicicleta, y ahí sí hay algunos que van para ganar, es su meta, pero también hay muchos que van por diversión, por el paseo, y si alguien se poncha varios se bajan y ayudan, o si te caes, siempre es de oye, ¿estás bien? Sí, sí. O si alguien ya no puede, lo empujas. La bici tiene esta dualidad de poder ir en grupo y de poder ir sola al mismo tiempo. Yo suelo pensar mucho, todo el tiempo. Tengo eso. Pero cuando voy en bici ese es mi tiempo para dejar de pensar. Se me detiene esta necesidad de estar pensándolo todo. A cambio, me dejo sentir: sentir mi cuerpo, sentir qué le está pasando, sentir el entorno, los colores, ver las personas, el aire, estar más en contacto conmigo. Y estar más contenta. Cuando vas en coche tienes el tráfico, las marchas, el calor, el tener que llegar rápido, sabes que puedes acelerar para llegar muy rápido pero en la realidad no puedes acelerar porque hay tráfico, y te frustras, vas enojando. En el transporte público estás siempre dependiendo de alguien más, en este caso del chofer: que si se quiere esperar media hora en lo que hay pasaje, o que si va echando carreras con otro. Y luego está la seguridad: como mujer sufres de acosos, y tienes que pasar por ciertas zonas para tomar el camión que no están lindas, no puedes decidir tu ruta. En la bici, si hay un bloqueo, no te importa, paras donde quieras sin el estrés de dónde estacionar, y mides mejor tus tiempos.

Yo creo que es importante tener la visión de género en la bici, porque me he dado cuenta de que las mujeres tenemos otras necesidades y es importante entenderlas.

Yo creo que es importante tener la visión de género en la bici, porque me he dado cuenta de que las mujeres tenemos otras necesidades y es importante entenderlas. En Vixi, cuando estamos enseñándole a las niñas, hay que empezar por mostrarles que ellas tienen todas las posibilidades de tener habilidades, las mismas que un hombre, y que si quieren pueden andar en bici, subirse a un árbol o lo que quieran. Yo siempre les digo a las niñas, miren: Lucy es campeona en bici, Lucy es muy fuerte, y las niñas: ¿en serio? Cuando hay una igual a ti que puede hacerlo, dices ah, pues yo también puedo; pero no pensándolo en competencia, sino en admiración y querer lograr cosas que no sólo son los hombres los que pueden. Porque esto viene desde la cultura que tenemos interiorizada. Por ejemplo, cuando enseñamos mecánica básica, los niños están acostumbrados, y toman las pinzas o el desarmador o cualquier herramienta con confianza y comentan igual con confianza, y las niñas no hablan porque no saben de mecánica, aunque en ese momento en realidad nadie sabe todavía, ni los niños ni las niñas.

A ellas primero hay que mostrarles que pueden, que las herramientas son para ellas, hay que escucharlas para que vean que pueden romper los límites culturales que nos han inculcado. Desde ahí tenemos que empezar a enseñarles a las niñas, desde esos límites culturales y mentales. Por eso es importante que haya talleres sólo para las niñas, en donde se sientan seguras y se identifiquen con otras mujeres. Y la verdad, aprenden super rápido; a veces más rápido que los niños. Sólo hay que darles las herramientas. Literalmente: ¡las herramientas!

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Colaboradores

Entrevista: Alejandro Zamora

Revisión: María Ávila, Hannah Wilson

Fotografía: Itzel Ávila

Tijuana

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