Narrativas comunitarias
de ciclismo urbano en México

A la gente que no me conoce le sorprende verme en bici. Como que piensan: “este señor debería andar en un Jetta”

José Luis Escalera

Por el corazón del mitote, donde hay vida

Puebla, 7 de febrero de 2020.

No tengo el perfil físico del ciclista tradicional: tengo 61 años, soy calvo, no uso casco ni ropa deportiva. Ando así, vestido con ropa con la que voy al trabajo, a veces de traje y corbata. Es decir, tengo todo el perfil de andar en coche. A la gente que no me conoce le sorprende verme en bici. Como que piensan: “este señor debería andar en un Jetta”. Les parece curioso.

 

Yo nací en Puebla; una Puebla mucho más pequeña, mucho más compacta, con muchos menos coches y calles mucho más pacíficas. De niño, y hasta los 15 años, yo me movía en bici y en camión. A la bici le aprendí solito, primero en la casa y luego en la calle, en el barrio donde nací, cerca del centro. Estudié en la ciudad de México. Terminé la universidad, empecé a trabajar —era ingeniero—, y lo primero que hice fue comprarme un coche. Mi mente se fue con la cultura dominante del automóvil. Como que la bici en mi cabeza pertenecía al pasado, a la infancia, a una ciudad que ya no era.

 
...en la bici vas más despacio, todo tu cuerpo está en contacto con el entorno: oyes, hueles, tocas.

Yo vengo del mundo de la empresa privada, pero hace veinte años me reinventé. Cambié de giro cuando me vine a Profética: estudié un posgrado en literatura latinoamericana en la Ibero. Ahora me dedico a coordinar el trabajo en Profética, que es una biblioteca pública especializada en literatura con una librería y con un café-bar. Aquí hacemos actividades culturales y literarias. Antes trabajaba en una fábrica, a las afueras de la ciudad. Había que tomar unos kilómetros de carretera y era prácticamente imposible hacer esos traslados en bici. Cuando empiezo a venir al centro de manera, digamos cotidiana, regular, se vuelve posible nuevamente moverme en bici. Me compré la bicicleta y me fui haciendo poco a poco a la idea de moverme en ella, como aclimatándome, retomando el gusto.

 

 

No fue solamente cambiar de trabajo y dedicarme a algo completamente distinto, no. Con ese cambio de giro, retomé la bicicleta y eso vino a enriquecer o a ampliar mi relación con el mundo, conmigo mismo, con la ciudad, con la gente. En coche es como: voy del punto A al punto B y todo lo que este en medio no me interesa, no me vinculo, no pasa nada entre eso y yo. En la bici en cambio hay una relación más viva. La mirada sobre la ciudad que la bicicleta permite tener es una mirada privilegiada. Con el coche vas demasiado rápido, vas encerrado en esta burbujita, subes los vidrios, le pones a la música y te aíslas. El aislamiento favorece que uno esté viendo nada más lo que hay delante para no chocar y llegar a tu destino, pero no vas viendo realmente la calle, la ciudad, las gentes, no. No hueles, no escuchas, no sientes: el contacto es muchísimo más limitado. Y en la bici, no: en la bici vas más despacio, todo tu cuerpo está en contacto con el entorno: oyes, hueles, tocas.

 

En la bicicleta puedo ver con más calma las casas, los edificios, las calles de Puebla, me puedo frenar y me puedo meter a algún patio, curioseo. En coche es imposible, ves algo y piensas “mira que interesante, a ver qué día vengo” y ese día no llega, se te olvida, no te das el tiempo o hay que ver donde dejas el coche, no hay donde estacionarlo: nunca regresas. En cambio, en la bici puedes hacerlo en el momento: simplemente frenas y entras caminando, tienes las ganas y la posibilidad de quedarte más tiempo, puedes amarrar la bici en el primer lugar que veas y conoces lugares que de otra manera no hubieras conocido. Por ejemplo, si hay una fiesta patronal, hay una manifestación o algo que esta bloqueando el tráfico, pues con la bici te puedes pasar, con el coche lo evitas, rodeas, pero en bici puedes ir por el corazón del mitote, donde hay vida, porque está lleno de gente y hay música, están los juegos, y es divertido. La ciudad que vivo como ciclista es más reducida geográficamente; es una ciudad que se mueve más lento, es una ciudad que me gusta. Puedo percibir mucho más sus fallas y sus defectos, pero al mismo tiempo puedo gozar con mucha más intensidad sus virtudes, sus bellezas, sus atributos. Hay una relación más cercana, más vital, más entrañable, hay una vinculación más interesante.

 

El recorrido que yo sigo haciendo de mi casa actual a Profética pasa por el barrio de Santiago, que está a mitad de camino. Esto es volver a pasar por las calles de toda mi infancia, y verlas distintas, ver que el barrio cambió de uso, cambió mucho. Esto me hace sensibilizarme de otra manera, sensibilizar mi mirada sobre la ciudad; es redescubrirla desde otro ritmo, desde otra velocidad, desde otra edad. El cuerpo tiene una memoria propia, en los músculos, las articulaciones, las coyunturas, el cerebro. En el cuerpo también reside la memoria. Por eso, con el reencuentro de la bici fue entrando la recuperación de mi infancia. A través del pedaleo, de los movimientos del pedaleo, fui recuperando momentos padres de la infancia, esa parte de la vida que tiene mucho que ver con la corporalidad, con el involucramiento del cuerpo. Tienes 8 años, 9 años o 10 y vas al futbol, vas al cine, vas al centro de paseo con tus amigos, a comprar una paleta y básicamente eres feliz. Para mí, la infancia fueron años bonitos.

 

Yo creo que hay una separación muy tajante entre lo público y lo privado. Creo que lo privado lo cuidamos de nuestra puerta hacia adentro, pero de la puerta hacia afuera no hay una conciencia de “esto no es mío, pero es nuestro”. Hay un desinterés por lo público.

A mí me gustan mucho los árboles. Cuando me encuentro un árbol bonito, lo disfruto enormemente. Luego voy fantaseando con alteraciones o modificaciones en el diseño de las calles o de los lugares donde se podrían sembrar árboles. Me imagino mucho otros modos de ciudad y eso despierta una parte creativa, medio de artista, como de paisajista urbano. Disfruto hacer esos inventos, imaginar que enfrente de cierta casa hay jacarandas, y entonces el morado de las flores contrastaría con el fondo amarillo que tiene la casa. La inquietud por estos temas de paisajismo urbano o la mejora del espacio público, la intención de compartirlo, la he tenido siempre, pero se amortiguaba mucho desde el coche. En la bici entra por los cinco sentidos. A veces pienso que se ha vuelto una obsesión.


Yo creo que hay una separación muy tajante entre lo público y lo privado. Creo que lo privado lo cuidamos de nuestra puerta hacia adentro, pero de la puerta hacia afuera no hay una conciencia de “esto no es mío, pero es nuestro”. Hay un desinterés por lo público. En los fraccionamientos cerrados, ese invento más o menos reciente de las urbanizaciones cerradas, las gated communities, hace que cada comunidad se vea a sí misma como un sujeto y puede ver sus parquecitos como propios, porque es un nosotros más reducido. Pero los parques están igual de abandonados y deteriorados en las colonias ricas, en las de clase media y en las pobres. Yo lo que veo es que andar en bici despierta cierto interés o cierta conciencia respecto a los espacios, a cómo influyen en nuestro estado de ánimo, en nuestras vidas, y cómo se puede generar una nueva forma de relacionarnos entre nosotros.


Pero la relación con la gente para mí ha sido problemática en la bici. En el coche no los veo y nos ignoramos mutuamente. Respeto los espacios de los peatones, pero no tengo una relación con esa persona, sólo soy un coche más. Pero en la bici sí tengo más chance de que se establezca un intercambio. Con los coches, pues se meten conmigo, invaden mi espacio, me agreden, me tengo que cuidar de ellos. Y con los peatones me enojo porque hay gente que tira basura en la calle o ensucia los postes con publicidad. Me molestan mucho los comerciantes que invaden con anuncios o productos la calle, las banquetas, porque una consecuencia de esa invasión puede ser que me atropellen, además de que hacen las banquetas más angostas de lo que de por sí ya son. Lo veo por ejemplo cuando paso por la 25 poniente. Luego sí les digo, pero les vale madre totalmente. Ya trato de no hablarles para no amargarme la vida.

Ando en bici porque me gusta, porque lo prefiero, porque me funciona. Es un medio de transporte más y entonces yo me muevo en lo que se me pega la gana. Migro de transporte como mejor me convenga. Y sí, ya no tengo coche, pero si hace falta, agarro un taxi, me subo al camión, pido aventón o tomo prestado un coche en casa. Pero la bici es para mi una práctica cotidiana, y ando en bici porque lo disfruto.

 
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Colaboradores

Entrevista: Alejandro Zamora

Redacción: Mónica Díaz García

Revisión: Alejandro Zamora

Fotos: Alejandro Zamora

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