Narrativas comunitarias
de ciclismo urbano en México

El yoga me permitió conocer mucho como la teoría de todos estos conceptos, la importancia de vivir el presente, las herramientas para lograrlo. Pero ya a la hora de la bici fue como: “¡ah, esta es la experiencia real! En el yoga era la teoría”.

Farah Tavera

¡Esta es la experiencia real!

Café Cherry Cream, Ave. Acueducto, Morelia, Michoacán, 25 de julio de 2023

Construirme, deconstruirme

Soy una persona en construcción. Y también en deconstrucción. No me gusta mucho la palabra deconstrucción, tan de moda, pero de vez en cuando estoy en eso, tumbando pilares, como para ver qué es lo que hay dentro. Tengo 29 años y me dedico prácticamente a compartir. Yo veo lo que hago como un compartir, tanto las prácticas de yoga como la venta de comida vegetariana o vegana. En su momento, cuando me acerqué a estas cuestiones que me cambiaron la perspectiva –cuando conocí el yoga, cuando conocí esta alimentación distinta–, pues sí me rompió muchos esquemas de pensamiento. Y esa idea de compartir es algo que me ayudó. Entonces, con esa expectativa de ayudar a otros es que ando en este camino de dar clases de yoga y de ser chef de comida vegana.

Me enseñaron a andar en bici por ahí de los seis años. Y digo me enseñaron porque sé que lo hicieron, pero no hubo nunca un interés por la bicicleta. Fue años después que participé en un concurso de dibujo convocado por una empresa donde trabajaba mi papá, gané el tercer lugar y me regalaron una bici. Pero pasó lo mismo: fue solo un ratito de interés. Yo vivía con mis padres allá en una zona alejada del centro, y yo creo que se me hacía algo tedioso porque el recorrido siempre era el mismo: estar ahí en la calle, si acaso darle una vuelta a la cuadra y nada más, porque estaban los carros, estaba la avenida principal, y el libramiento. ¡Ni pensar en adentrarme ahí!

Así que más bien fue hasta como hace tres años que comencé a andar en bici, a mis 26, más o menos. Decidí emanciparme y salir de casa. Me vine a vivir acá, más cerca del centro, por esta cuestión que te comentaba de mi trabajo: casi todas mis clases son en esta zona, así que comencé a desplazarme caminando, sobre todo. Ya desde mis tiempos de prepa o de universidad me iba caminando de la universidad al centro, de la universidad a mi casa, y así. Pero después, ya por cuestión de tiempo, dije: “bueno, normalmente me aviento caminando una hora, pero si me subo a la combi, pues va a ser media hora”. Yo pensaba que así funcionaba el transporte público en Morelia. Pero, ¡cuál fue mi sorpresa! [ríe]. 

La anécdota de la que más me acuerdo, la que yo creo que me hizo decidir usar la bici, fue que yo iba por Carrillo, y lo único que tenía que hacer era atravesar la Lázaro Cárdenas. Pues me subo a una combi ahí en Carrillo y no alcanzo a llegar ni a la Ventura Puente. O sea, en la Vicente Santa María ya habían pasado cuarenta minutos, y de Carrillo han de ser cinco cuadras, no son más. Me pareció absurdo, o ridículo, o terrible, que en cinco cuadras en transporte público me tardara cuarenta minutos.

Entonces, ¿para qué me sirve el transporte público? O sea, me hubiera salido mejor irme caminando, ¿no? Y bueno, por esos tiempos, comencé a hacer amistad con un grupo de personas que, si bien no usan la bici para todo, sí se desplazan mucho en ella. Y un día uno de ellos me dice: “oye, y ¿por qué no te consigues una bici?” Fue como: “ah, oh, pues sí”. Realmente, me puse a pensar y dije: “bueno, mis distancias son cortas”. Ese amigo me prestó una bici, y me dijo: “¿por qué no pruebas? Te dejo esta bici, desplázate, checa, y pues si te late, consíguete una”.  

Meditación y energía

Al principio me daba miedo; sobre todo los carros. Lo que me da miedo de rodar no es tanto la rodada, sino que son los otros, los otros en su auto, y esta agresividad que hay aquí en Morelia. Le sacaba mucho a eso. Pero me empecé a aventurar. Inclusive, él me llegó a acompañar varias veces; me decía: “a ver, ¿cuál es tu ruta? Okey, vamos a recorrerla juntos”, y me enseñó de alguna manera a andar en bici. Él me decía: “el reglamento aquí en Morelia en teoría es que podemos ocupar un carril, y que hay zonas designadas para ello, pero no siempre se respeta”. De hecho, me la han hecho de tos incontables veces incluso donde está el triangulito de “prioridad bici”, y es como: “¿no estás viendo?” Pero bueno, eso es lo que él me decía: “como ratita, vete por la orillita, por la orillita”. Y recuerdo que también hicimos un par de salidas hacia Jesús del Monte. Una vez me dijo: “a ver, si puedes con esta subida, ya el centro va a ser cualquier cosa”. Y sí, sí se me hizo relativamente fácil.

La bici me hace valorar justo ese momento: estoy en la bici y este es mi presente y estoy aquí, ahorita nada importa, ya que llegue, pues todo vendrá.

Había como esa precaución mía de entrada, pero yo creo que habría sido como un mes en que me prestó su bici y yo no la solté ni un día. O sea, a partir del día uno que vi los tiempos, vi cuánto me hacía; que vi que, aparte de reducir mi tiempo, mi mente se mantenía ocupada en mi presente, porque cuando vas en la bici no puedes ir pensando tarugada y media, tienes que ir viendo el camino, tienes que ir viendo los carros, tienes que ir viendo a los peatones, tienes que tomar en cuenta todos, todos los elementos que hay alrededor, entonces también lo agarré como un tipo de meditación. De hecho, a la fecha hay ocasiones en las que me siento como con demasiada energía mental, o con alguna emoción atorada, y digo: “a ver, voy a agarrar la bici, me voy a ir a dar la vuelta, y ahorita que regrese, entonces ya pienso o tomo una decisión, o algo por el estilo”.

Después de eso, me ayudaron a conseguir mi bici y pues ya… desde que me llegó mi bici, igual ya no la he soltado. Incluso cuando vendo comida, es mi medio de transporte para entregar. También la considero parte de mi trabajo porque me lleva de una clase a otra, es mi medio de transporte. Y, fíjate, aun cuando la uso de medio de transporte o cuando voy al trabajo, no voy con alguna intención específica, siempre sigue siendo un juego. Siento que lo podría comparar con, por ejemplo… con las artes circenses, ¿no? En algún momento me he adentrado un poco en danza aérea, el aro o el trapecio, y digo yo que es un juego porque estás utilizando tu cuerpo; estás viendo las posibilidades de tu cuerpo con una herramienta o con un instrumento que también vendría a ser la bici, pero no deja de estar presente ese factor de que si la cajeteo, corro riesgo, no solo de un accidente, sino de ya, adiós. Entonces quizás también como el saber… cómo decirlo… pues lo efímero de nuestras vidas, ¿no?, que de un momento a otro también puede cambiar. La bici me hace valorar justo ese momento: estoy en la bici y este es mi presente y estoy aquí, ahorita nada importa, ya que llegue, pues todo vendrá.

¿Con el yoga? ¡Sí, claro que la bici tiene que ver con la práctica de yoga! Justo por esta idea de vivir en el presente. Yo en lo personal todavía trabajo mucho con la teoría de ese vivir el presente. Dicen algunos maestros que el estado de iluminación no es como un estado al que tú llegues y ya, trascendiste. Más bien es este continuo saberte o reconocerte o vivirte en tu presente, sin andar con “ay, al ratito”, sino estar aquí. Lo comento porque sí hay momentos de mi vida en que ando de ansiosa en el futuro, o ando muy melancólica en el pasado, pero es posible regresar al presente con ciertos elementos, y la bici se ha vuelto uno de ellos.

El yoga me permitió conocer mucho como la teoría de todos estos conceptos, la importancia de vivir el presente, las herramientas para lograrlo. Pero ya a la hora de la bici fue como: “¡ah, esta es la experiencia real! En el yoga era la teoría”. Bueno, también en ese lapso entre que estaba con lo del yoga y antes de conocer la bici, pues pasé por un momento difícil en mi vida: una ruptura que me generó mucha incertidumbre. Entonces, en ese momento de incertidumbre, de tristeza y de más sentimientos por el estilo, mis herramientas del yoga ya no me eran suficientes, me costaba trabajo calmarme solo con eso, o simplemente estar en el presente. Y fue cuando curiosamente llegó la bici.

Fíjate, la idea de algunas escuelas. El Kundalini, por ejemplo, lo que busca es elevar la energía de plexo sexual hacia la mente. Mi escuela, caso contrario, busca que elevemos esa energía hacia el corazón. ¿Por qué al corazón y no a la mente? Pues a final de cuentas, la mente es un poco la loca de la casa. Entonces, llega la bici y es como: “ay, aquí no tengo que ponerme a respirar ni a pensar en que el chakra y que bla, bla, bla”. No, aquí ya solo es: “¡aaaah!”, como un suspiro. Quizás en ese momento de mi vida pues yo estaba muy mental y con la bici encontré una manera muy inmediata o muy palpable para ese estar en el presente: es tan fácil como subirme y empezar a pedalear de una manera… yo diría natural. Yo me subo a la bici y la magia sucede, en automático.

El yoga es una práctica en la cual se busca el manejo de la energía. Más allá de yo adquirir o ingerir nueva energía, pues la misma que tengo la movilizo para que esa misma energía dinámica me mantenga en ese estado de energía, valga la redundancia. Por ejemplo, yo he salido muchas veces más cansada de un viaje en combi que de toda una ruta en la bicicleta. Eso también es muy interesante, como lo mencionas, Alejandro: es un reciclar la energía, pues el transporte público te chupa la energía, provoca cansancio, y en la bici es muy evidente que la energía se recicla, se moviliza, en vez de drenarse.

Autonomías

Yo creo que son muchísimas las formas de autonomía que fui descubriendo con la bici. Para empezar, el ya no depender del transporte. Puedo decidir independientemente de la hora, independientemente del lugar, independientemente de todo: yo voy en mi bici y regreso en mi bici y no hay ningún problema. Esa fue como la primera autonomía que encontré. La otra fue la de cuidarme. Si voy a salir de noche, con mis amigos que sé que están en esta reunión o que están en este lugar o en este bar y yo voy en mi bici, entonces eso ya me hace más responsable de mí, de cuidarme. Y pues también es como prescindir un poco de otro tipo de incomodidad: la belleza o el cuidado estético. Porque la verdad eso no es comodidad, es una incomodidad, y al no detenernos por la duda de cómo me veré, sobre todo como mujeres, pues eso es otro tipo de libertad. Yo creo que quienes andan en bici pues ya también han trascendido un poquito esa cuestión de las apariencias. Ese es otro tipo de autonomía.

Un mapa distinto

En el momento en el que me empecé a subir a la bici, tomé mucha más consciencia de todos los elementos de la comunidad: el peatón, los otros ciclistas, los mismos automovilistas. Son tantos los elementos que hay que cuidar, y pues la bici te obliga a respetar a todo tu medio. O sea, esto que te comento: está el peatón y bueno, él va en su rollo; está el automovilista, que trae otra perspectiva, y de alguna manera yo sentí que, al estar en la bici, yo tenía que tener las tres perspectivas. Los espacios, pues también me doy cuenta de que cuando andaba en auto, en transporte o caminando, no tenía tanto esta necesidad de reconocer calles, y al momento que yo me subo a la bici, se me hace más fácil decir: “ah, esta es tal calle, sí está acá, y acá la colonia no sé cuál”. Como que también empiezo a ver la ciudad de otra forma, con un mapa distinto. He tomado más conciencia de la cuestión del espacio físico en la ciudad. Es algo que sucede solo cuando estás en la bici, tal vez por esta cuestión de la que hablábamos de estar presente, de que estás presente.

Yo me subo a la bici y la magia sucede, en automático.

Hace dos días regresé de visitar a mi familia. Ellos viven allá por la Pepsi, en un fraccionamiento, y fue bien curioso reencontrarme con ese espacio y darme cuenta de que antes esa zona para mí era enorme, yo sentía que me podía perder ahí en la colonia. Y ahora que empiezo a andar en bici, me doy cuenta de que mi percepción es muy distinta, ha cambiado mucho porque la bici me permite desplazarme distancias más largas en poco tiempo. Yo creo que la cuestión del tiempo es la que influye ahí mucho. Es como: “ay, no manches, antes aquí hacía toda mi vida, ahora ya no quepo, ya me queda más chiquito”. Y sí, realmente la ciudad es muy chiquita, muy abarcable, pero hasta el momento en el que me subí a la bici y empecé a moverme dentro de ella fue que me di cuenta de esto. 

También el tamaño de la bici influye en esta percepción de la ciudad. O sea, por el simple hecho de que mi bici es pequeña y cabe entre los coches, por ejemplo, si estoy aquí en Acueducto y se pone el rojo, con precaución puedo llegar hasta delante de toda la fila de coches. Entonces también es un gran ahorro de tiempo y de energía a final de cuentas, porque sí, luego crees que es solo el tiempo el que está ahí, pero es nuestra energía la que invertimos también.

 

Pero desgraciadamente no todos pueden tener una perspectiva así de la ciudad, estar en el presente. Sobre todo los carros. Les cuesta tanto, y no sabes cómo me la han hecho de tos. Sobre todo en los lugares que están establecidos como prioridad ciclista, eso es lo paradójico. Por ejemplo, en el Río, hay un carril que está bien marcado como ciclista, y ¡uy, ahí si no sabes cómo me la han hecho de tos! Que “¡muévete, muévete!”. Y yo: “¡oye voy en mi carril!”.

Una vez me pasó que iba saliendo de una clase de noche, traía mi luz, traía mi casco, me faltó mi chaleco, pero bueno yo venía en mi carril, de hecho, venía en la orillita, y llega un carro así a todo lo que da y se me empareja y me empieza a gritar que no sé qué, que eres una na, na, na… Bien enojado. ¿Qué onda, no? En ese momento yo sentí que si yo me hubiera mantenido en mi carril, en el centro, pues el carro quién sabe qué hubiera hecho. Y bueno, yo me orillo y él se sigue. Pero  ya me sé la dinámica: yo sé que me rebasan y unos metros adelante se encuentran un carro o algo y yo los paso. Y qué coraje les da; una rabia, así como: “¡cómo esta bicicleta me va a rebasar!” Y entonces otra vez, ahí va atrás de mí el señor. Yo no lo había visto; como que ni quería volver a verlo. Pero en un momento ya me sentí agredida al punto de que dije: “ya, se la voy a contestar”. Y volteo y era un señor con su familia. O sea, venía con su esposa, la esposa traía una cara de terror; el niño atrás traía una cara de terror, y el señor, pues… yo lo que me alcancé a dar cuenta es que algo le pasó, alguien le hizo algo, y pues se estaba desquitando con quien podía, ¿no? Me costó muchísimo, muchísimo trabajo, así como decir, “¡ugh!, lo suelto ya”, pero dejé que se adelantara. Lo vi y pensé: “¿sabes que vale más mi seguridad que tu enojo, tu descarga energética? Así que dale”. Pero en otras ocasiones no he sido tan sabia y sí les digo: “¡oye, güey, vengo en mi carril!”. Pero también pasa que pues estamos en una ciudad en la que no sabemos con quién nos vamos a topar, y también está la cuestión de que soy mujer y a veces como que me ven chavita, me ven morrita, y se les hace fácil ir encima de ti.

No sé, con la bici se crea otra forma de lenguaje no verbal, sino físico, de señas, de muchas cuestiones. Es un lenguaje que sirve para cuidar.

En la naturaleza de la bici está el compartir. Sobre todo cuando la usas para andar aquí, en la ciudad. Empieza a haber como esta atención hacia los demás, hacia el entorno; darnos cuenta de que bueno, somos seres sociales, y de que si estamos en este pensamiento de que yo solita, yo solito, yo individuo, voy a poder hacer todo y sobresalir… híjole, pues no, es imposible, realmente no se puede. Siempre hay alguien que está ahí apoyando o diciendo: “oye, mira esto”; “oye, te presto mi bici”; “oye, te ayudo”. ¿No? Y entonces como que empieza a tomar más valor esa palabra de comunidad, cuando andas en bici.

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Colaboradores

Entrevista: Alejandro Zamora

Redacción: Mónica Díaz García

Revisión: Raquel Reyes

Fotografía: Alejandro Zamora

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