Narrativas comunitarias
de ciclismo urbano en México

...entender que la vida es de una fragilidad muy bella

Ivonne Ache 

El desierto me cobijó

Tijuana, Baja California, 23 de Febrero de 2022.

 

Ivonne llegó con una sonrisa y, antes de que yo pudiera prender la grabadora, comenzó a contar su historia. La interrumpí, un poco apenada, para pedirle permiso de grabar.  

 

A Ivonne la conocí en redes sociales, gracias a su fanzine Bizi, un proyecto para acercar la bici a lxs niñxs. Es un librito impreso, a colores o en blanco y negro, con actividades y dibujos que imaginan la bici como el vehículo del futuro. Ella diseña los fanzines e invita a artistas de Tijuana para que colaboren con sus ilustraciones. Lleva cinco números, con títulos como: Vámonos en bici; Claro que sí; Late que late, en los que invita a moverse en bici, pero también a realizar acciones colectivas: “pedalear me da creatividad para hacer más, y desde lo más sencillo”, explica. Después de un breve intercambio en redes, nos quedamos de ver en Playas, Tijuana, a media mañana, y el viento, fuertísimo, nos invitó a sentarnos adentro de la cafetería, pese a la vista al mar desde la terraza.  

 

En sus palabras, Bizi se trata de “acercar una hojita de papel a les niñes, volver la información táctil, fuera de la pantalla… Una vez, desde el carro, aquí en el parque, vi que venía un niño en la bicicleta con su mamá, y yo traía un fanzine. Me bajé y corrí detrás de él para entregárselo. Voltearon a verme sospechosa. ¡Qué onda con esta señora que viene corriendo detrás de nosotros! ¡Y con una hoja de papel en la mano! Fue raro, pero dentro de esa rareza espero quedarme ahí: algo diferente pasó en sus vidas y fue que alguien le dio un papel, y ese papel estaba todo lleno de dibujos de bicis. Así de simple.”  

 

Ivonne ve el proyecto como un primer paso para “acercar a niñas y niños a las bicicletas como un transporte, porque de adulto lo van a necesitar, va a ser necesario, tanto si deciden vivir en una ciudad como si deciden vivir una vida nómada. A mi entender, es mucho más fácil que un niñx tome la bici como un medio de transporte, a diferencia de un adulto que la usa sólo como deporte. A veces los “casquilycras” son los más cochistas.” 

 

Además del fanzine, Ivonne ofrece compañía para mujeres que usan la bici en  la ciudad por primera vez. Recientemente inició el “Bike Shower,” un proyecto en los parques públicos para lavar las bicicletas, y el “Rol por playas,” un paseo ciclista semanal incluyente en género, edad, religión y neurodiversidad. Las actividades son gratuitas y surgen desde la motivación de la convivencia.  

 

Con generosidad y sentido comunitario, inició estos proyectos al regreso de su primer cicloviaje.  

 

Tiempo de serpientes

Durante la pandemia, me sentí más segura viviendo en carretera que aquí en la ciudad. Dormí en una iglesia y en una escuela. Viví un mes bajo un árbol.  

Antes de partir, me estresaba pensar todas las noches en el dinero para pagar la renta. Cuando empezó la pandemia, me quedé sin trabajo, el dólar aumentó, y necesitaba librarme de esa carga, porque no la podía cubrir y me estaba quitando el sueño. La renta en Tijuana es carísima, pues ya se ve de forma más notoria que la comunidad estadounidense se está estableciendo aquí, y eso hace la vida más cara para quiénes la vivimos en pesos. Era Julio, una temporada muy calurosa. Además, era tiempo de serpientes, pero yo ya no quería pagar renta, y no quería gastar más dinero en Tijuana.

Me fui al cicloviaje con los recursos de lo que acababa de vender y de truequear: no tenía fechas, no tenía con quién llegar, ya no tenía casa. Lo único que tenía era mi bici.

Intercambié mis cosas por un equipo de camping gracias a unas chicas que organizaban trueques en Facebook. Lo último que entregué en trueque, y que me costó más trabajo, fueron mis plantas. Tenía la opción de irme al desierto de Sonora o al desierto de Baja California, y por lo menos en Baja conocía a algunas personas, aunque vivían hasta la punta de la península. Decidí bajar. Me fui al cicloviaje con los recursos de lo que acababa de vender y de truequear: no tenía fechas, no tenía con quién llegar, ya no tenía casa. Lo único que tenía era mi bici. La llamé Nabucodonosor. 

La Nabu.

Mi bici es una chulada del 85. Me llegó como regalo después de que dos bicicletas me fueran robadas en mi propia casa. No la escogí, sino que llegó por un amigo que la compró muy económica en el otro lado, dónde es muy fácil conseguirlas por el hábito de los vecinos de comprar y desechar. Me dijo: “pues mira, no sé en qué condiciones está, pero sí pedalea.” Antes de irme, me decían: “¿te vas a ir en esa bicicleta?” “Pues es la que única que tengo”, respondía, y aún es la que uso. La bici se llama Nabucodonosor por la nave en la que se sube Neo en Matrix para dirigirse a su viaje interior. 

Antes del cicloviaje, mis experiencias acampando eran los fines de semana, sabiendo que después regresaba a casa, me bañaba, y ya. Reconocí que era una chica citadina. El cicloviaje fue una experiencia de humildad, porque en cuanto me di cuenta de que ya estaba en carretera, no había vuelta atrás, y no había nada por qué volver. Me ofrecí a la vida y pude rendirme a lo que viniera.  

Recuperé mi sensibilidad: el gusto por comer, los sabores, la hora de sueño. Me dormía a las 6 de la tarde, y a las 5 de la mañana ya estaba fresca, descansada y preparándome para seguir. Vivía con el sol. En la ciudad tenía una alimentación vegana, con todas las comodidades de poder elegir y de poder preparar mi comida, y luego me encontré viviendo bajo un árbol con un amigo que encontré en el camino, y comí lo mismo que lo que cazaban los perros: liebre, serpiente, codorniz. Mi alimentación cambió porque yo estaba en disposición a recibir lo que viniera. 

Recibida por el territorio

Decir que viajé sola es solamente un decir. ¿Realmente estaba sola? En cuanto llegaba a algún lugar, me sentía recibida por el territorio. Puedo decir que me sentí segura. Nunca viví siquiera un intento de robo, o de algo más. Me encontré a otrxs viajerxs: la península fue un territorio muy visitado en ese tiempo, por lo mismo de la pandemia. Seguido vienen muchos viajerxs extranjerxs, hay personas viviendo en caravanas o que viajan en moto, y supe de personas que caminan, o viajan a caballo. Es un territorio mayormente visitado por extranjeros, porque es caro y costoso: por el uso común del dólar, y por las distancias entre los poblados los proveedores tienen que recorrer casi dos horas para llegar de un punto de venta a otro. 

Me fui al cicloviaje con los recursos de lo que acababa de vender y de truequear: no tenía fechas, no tenía con quién llegar, ya no tenía casa. Lo único que tenía era mi bici.

La bicicleta me abrió las puertas tan amigablemente en el camino. La gente se sorprendía de que viniera en bici y le parecía que automáticamente era buena persona. También me recibían por verme sola. Sentí este recibimiento, como un abrazo, como un cobijo. Me acuerdo de una señora que iba manejando en carretera me quería dar una botella de agua, no se pudo orillar, y me gritó desde el carro: “te la dejo más adelante.” Y sí, cuando llegué, allí estaba la botella. Pequeñas acciones que me hicieron sentir que no estaba sola. ¿Cómo decirlo? El desierto me cobijó. Sí viví su calor, pero era un cobijo. 

Mis encuentros con serpientes nunca se me van a olvidar. Una vez estaba por meterme a bañar, y ya había revisado la ducha —una improvisada que teníamos— pero no lo habré hecho tan bien porque una serpiente estaba justo debajo del chorro de agua. Imagínate la típica escena de estar en cueros, y tener que salir corriendo. Escuchar el sonido del cascabel es algo que se queda aquí en el corazón, te genera una respuesta instintiva. No supe cómo me moví tan rápido: de repente, ya estaba en otro lugar. Algo que me han preguntado mucho es que si no me daban miedo los animales, pero no soy su presa, no les intereso y más bien huyen de los humanos, y concluí que el único animal al que le tengo miedo, porque en verdad me puede matar a voluntad, es alguien que va tras un volante. 

Alas y pata de lechuza. Pata de cuervo. Cascabel de serpiente.
Cabello de mujer. Animales del desierto fuimos.

Sufrí algunas situaciones con la mecánica de mi bicicleta. Durante el viaje, cuando necesité solución a alguna descompostura mecánica, la encontré. Una vez, llegando al poblado de San Ignacio, se me perdió el bloqueo de la llanta delantera, ni idea de donde se cayó, pero por el peso del equipaje la llanta no se salió a pesar de la brincadera en el camino de tierra. Preguntando, me sugirieron que fuera con tal señora. Entré a una tienda de papas, galletas y dulces, pensando que me había equivocado de lugar. Pero la señora me atendió. “Mire, estoy buscando esta pieza”, y al decirle, volteó, y la tenía tras de ella. Te encuentras con personas que saben de mecánica y que atienden las necesidades de su pueblo. 

De hecho, sentía tanta libertad en mi ruta que, ¿por qué no?, regresé a Tijuana otra vezComo aquel juego de serpientes y escaleras, ya que había llegado a la última piedra del sur de la península, ¡poing!, regresé a donde inicié el cicloviaje: Tijuana. Fue difícil, pues mis amistades no eran tan fuertes como creía e incluso algunas personas me cuestionaron si en verdad había hecho el viaje en bicicleta: “¿Pero sí te fuiste en bicicleta por qué llegaste tan repuestita?”  

Pusieron en duda todo mi esfuerzo sólo por mi apariencia física. Otras voces me desacreditaban el iniciar un noviazgo durante mi viaje. Algunos me preguntaban: “Oye, ¿tomaste raite?” Pues sí. No soy una purista de la bicicleta, y no vengo en una manda. Esto no es un castigo. Ella viene conmigo y si es mejor tomar un raite, yo soy quien toma las decisiones y nos vamos las dos en el camión. Algunas veces sucedió, y fueron más cuestiones climáticas, pero era importante para mí hacer saber que la bicicleta no fue nunca un castigo, fue una decisión. Tenía claro que si era necesario en algún momento despedirme de la bicicleta, lo iba a hacer. Ella iba conmigo, pero yo estaba ante todo. Y si en algún momento tenía que dejarla ir también tenía esa libertad. Afortunadamente no fue así. 

Durante un tramo mi novio estuvo viajando conmigo, aunque él iba en carro. Así que tuve también la fortuna de poder viajar un tramo con él, él manejando y yo en bicicleta, sin tener que cargar nada. Era pedalear por el puro placer de hacerlo. Luego, él regresó a Tijuana y yo continué. 

Para mí, la bici es amiga. Eso ha sido y eso trato de compartir: ese amor. Y reconozco que no es un amor al aparato, porque apenas estoy aprendiendo de él —de hecho, estoy como aprendiz de mecánica en un taller. Es necesario que pierda el miedo, y ni modo: a meter y sacar tornillos, a ver si me queda armada la bicicleta sin que le sobren. Aprender de mecánica no fue por la bici en sí, sino por curiosidad y ganar confianza en caso de que algo pase durante la pedaleada. 

Esperar, esperar. A eso de las 6pm la temperatura ya era amigable para salir. El termómetro llegó a marcar 64 a pleno rato del sol en la arena. Son casi las 10pm y aun estoy sudando. 

, merezco una primavera. No le debo nada a nadie.”

Virginia Woolf 

Todavía ni terminaba mi trayecto del día  y ya quería contarles muchas cosas, estoy muy contenta. Por lo pronto les platico que esa wey se ponchó en mal momento 😅, que la sierra de la giganta es involvidable⛰️, y que las naranjas son deliciosas🍊💚 
 
Le sigo, ya casi llegamos. ¡Qué tengan buena tarde! 


¿Dónde dormiré hoy? 🤔🤓😬😏😉😐 

Una fragilidad muy bella

Para mí el cicloviaje fue, pues, una preparación todavía voluntaria para algo que podría ser necesario en el futuro. Desde allí es que me interesa fomentar el ciclo viaje, como te decía, pues personas como yo ya no tenemos la posibilidad de comprar una casa, de entrada ni pagar una renta. Aún con el estrés económico, fue una decisión que afortunadamente la pude tomar por gusto. Es lo mínimo que puedo aportar a toda esta situación compleja de autodestrucción, que pareciera que estamos viviendo. 

Mi madre sí cuenta las noches que faltan y las que ya he recorrido, así lo decide. Cuando escucho “estás muy lejos para ir por ti” se me eriza la piel. 

 

Por eso mi corazón late cada vez más fuerte, así se siente la gratitud en el cuerpo. Elijo la libertad, le correspondo, me ofrendo a ella.

 

 

Toda la península de las Californias será de las primeras zonas en padecer por el cambio climático, y será necesario que nos movamos. Tijuana, por ejemplo, ha recibido a mucha comunidad haitiana, y sigue llegando por distintas problemáticas, pero una de ellas es el cambio climático. Entonces, prefiero decir que voluntariamente estoy aprendiendo a vivir nómada, y mejor tomarlo ahora como una aventura y una experiencia inolvidable que una sofocación por una renta que es imposible de pagar. La verdad pienso que será más fácil aprender a construir una casita y que la jalemos en la bici, a pensar que lograremos tener un departamento, siquiera, para vivir nuestros últimos días. La bici da la posibilidad de un movimiento físico, de un esfuerzo y un entrenamiento, para que justamente en la vejez mantengamos todavía la independencia.  

Aprendí a andar en bici por mi papá y estoy muy agradecida de esa enseñanza. Antes del cicloviaje, me movía mucho más en bici, incluso repartía leche de coco en ella. A mi regreso, viviendo en Playas de Tijuana, me siento un tanto aislada. En esta ciudad, como en casi todas las de México, no hay infraestructura diga. Incluso te encuentras con la actitud de: “ah, es que te mueves en bici porque no tienes dinero para un automóvil.” La bicicleta tiene más años que el carro: “Respeta a tus mayores,” diría un amigo. ¿En qué momento pensamos que la bici sólo puede estar presente en ciudades desarrolladas, cuando es algo que siempre ha estado aquí?  

La salida de Playas al centro de Tijuana tiene un tramo muy peligrosa: he esperado alrededor de quince minutos para que algún conductor me cediera el paso. En otro momento de mi vida, me trasladaría en bici sin problemas. Me encantaba esa sensación de poder regresar a las tres de la mañana después de la pary, sola, pedaleando. Me sentía segura. Pero ahorita, después del cicloviaje, y de entender que la vida es de una fragilidad muy bella, hay trayectos que no valen la pena. Necesitamos ser más. Ser más visibles y poder entonces tener estructuras suficientes. ¿Quieres tomar la bicicleta? ¿Quieres tomar la patineta? ¡Te celebro! Lo único que se necesita es darse la oportunidad y tomar las calles.  

"Bike Shower," el proyecto de lavar la bici en parques públicos.
Paseo en Playas.
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Colaboradores

Entrevista y redacción: María Ávila

Revisión: Alejandro Zamora

Fotografías y pies de imagen: Ivonne Ache 

 

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