Narrativas comunitarias
de ciclismo urbano en México

Si no sueltas el pasado, ¿cómo vas a agarrar el elote que te voy a invitar?

Félix Alvarado

Xi´ lonen, dioses del maíz 

Oaxaca de Juárez, Oax., 15 de Febrero del 2021. Félix vive en un lugar rodeado de árboles. Esta tarde prende el fuego para calentar tres ollas en un fogón adaptado para su triciclio tuneado, y comienza a cocer los elotes para la venta de esquites y elotes preparados. Los olores a epazote y hierbabuena atraen a tres de sus vecinas, quienes se acercan a comprarle un esquite antes de que parta para la venta en el centro de la ciudad. El día de hoy tiene tres sabores: tuétano, caldo de camarón, y el tradicional de hierbas aromáticas. Los niños dejan de patear el balón para recibir el esquite de sus madres. El triciclo viste una lona con el logo y nombre de su negocio: Xilonen. En un costado se lee en letra colorida: “Si no sueltas el pasado, ¿cómo vas agarrar el elote que te voy a invitar?” Al frente, la figura de un escudo presenta las letras A. E. en color oro. Algunos llaveros con forma de elote cuelgan del triciclo.
 

Unas semanas antes, conocimos a Félix. Él se presentó cuando nos acercamos a comprar un esquite de tuétano y chapulín, porque, como se lee en el triciclo, “el dinero bien gastado se gasta en esquites”. Mientras recibíamos el totomoxtle armado como un plato, Félix nos empezó a platicar de su proyecto gastronómico y cultural. Quedamos de vernos otra vez para continuar la conversación. 

Mi nombre completo es Félix Alvarado Carrera. Voy a cumplir veintitrés años, y me dedico a la venta de elotes y esquites. En este caso, yo me movilizo en un triciclo tuneado, o armado, pues me facilita más el trabajo. Yo vendría siendo como la tercera o segunda generación que está trabajando en esto. Nací en la localidad de Huautla de Jiménez, un pueblito por la cañada. De allí, mis papás emigraron a la ciudad, en busca de un mejor futuro. Mis papás empezaron a trabajar con un tío que se dedicaba al comercio de los elotes en triciclo, pero pues después de un lapso, empezaron a hacer sus propios negocios. 

El nombre Xilonen, la mayoría no sabe qué significa. Muy pocas personas van a decir: Ah, Xilonen, es la diosa del maíz. Estoy muy arraigado a las tradiciones: sí festejo lo que es Navidad, pero a mí lo que me llena de orgullo es cuando festejo el Día de Muertos, la Guelaguetza. Quería hacer crecer mi negocio, que la gente lo conociera, pero quería hacerlo de otra manera, pero ¿cómo podía yo meter elotes con cultura? Entonces, empecé a investigar, y de lo que me doy cuenta de la cultura mexicana es que hay dioses para todo. Hay un dios del agua, un dios de los elementos, pues habrá un dios del maíz: XilonenChicomecoatl. Empecé a meterme más con Xilonen, y empecé a buscar más información, dónde fue que se originó, y de la historia real del maíz. Porque el maíz no es así como ahorita lo conocemos, era más que nada pasto. Entonces, esos pastitos tenían pequeños granitos, lo cual nuestros antepasados lo consumían, pero ellos guardaban los más grandes, para cosecharlos, para mezclar especies, y poco a poco se fue dando el maíz como lo conocemos el día de hoy. 

Porque luego lo que pasa aquí en la ciudad es que cuando ven que un negocio va creciendo, piensan que es de algún extranjero o de alguien que quiere explotarlos, porque es eso lo que realmente ha pasado. 

Cada pueblito tiene sus historias diferentes, entonces, me gustaría mucho rescatar esa parte, rescatar historias y subir vídeos. Igual quisiera organizar una carrera de triciclos un día. Estaría bien padre. Sí es un poco complicado, pero ahí vamos, poco a poco. El primer vídeo sería en Huautla. De hecho, nos gustaría grabar todo lo que es el paisaje, y lo que quiero hacer para dar a conocer el negocio es llegar y hacer una elotiza para todos mis paisanos. Tal vez sea el día de muertos, que todos estén con sus diferentes jorongos. Sería demasiado perfecto. Sinceramente, yo hablo el mazateco, lo hablo muy poquito, por lo que yo crecí acá, y lo entiendo bien. Entonces, haríamos como una plática con unas personas en mazateco, para que me identifiquen, y vean que no soy otra persona, alguien de fuera del pueblo. Porque luego lo que pasa aquí en la ciudad es que cuando ven que un negocio va creciendo, piensan que es de algún extranjero o de alguien que quiere explotarlos, porque eso es lo que realmente ha pasado. Muchos negocios artesanales son de dueños extranjeros. Ya luego nuestros artesanos, pues es algo que sí me molesta y me entristece a la vez, los tienen en las calles. No tienen un lugar dónde trabajar. 

 

La mayoría de nuestros paisanos se dedican a eso. El esquite lo vendemos en triciclos, y nos movilizamos en ellos para ir por nuestra mercancía a la Central, por los mandados, y a venderlos en el centro. Si un día te paras aquí en el puente [Valerio Trujano] a eso de las siete de la mañana, vas a ver pasar como a unos cincuenta o setenta triciclos diariosDesde temprano, se movilizan para la venta de jugos, tamales, raspados; en las tardes, como entre las cuatro y cinco, empezamos a movilizarnos los de la tarde, que somos los de los elotes. Más que nada los lunes, cuando hay plaza, y vamos por la mercancía, y ahí nos vemos, yendo y viniendo. Sí, ahí nos vas a ver, igual y te topas conmigo. Creo que hay muchas generaciones todavía que se van a dedicar a los negocios en triciclo, y sí vamos a aumentar. El conflicto que hay es que ahorita hay un problema con el comercio ambulante: nos quieren quitar, y no nos dejan trabajar.  

En este caso, no fue así. Nuestra gente esperando su elote se puso necia y no se quiso mover. El convite tuvo que darle la vuelta a la fila. De hecho, el espacio en donde se hacía el baile, se quedó vacío. 

Mi hermano mayor, ahorita ya es muy popular, debido a que él continuó con el negocio de los elotes, pero le dio un cambio rotundo al ocupar las hojas de elote para ya no contaminar con vasos desechables, y eso le dio mucha popularidad. Llegaban cientos de personas: hacían una fila de treinta metros, y cuando ya llegaban al muro de contención, doblaban, y era como la culebrita en el Zócalo. Era gente que se formaba una hora, hora y media. Y se esperaba a que le tocara su turno. En ese entonces, todavía despachaba yo con él. En la última Guelaguetza, que se celebró en el 2019, estábamos trabajando y teníamos muchísima gente, y en ese domingo, antes del lunes de cerro, hacían un desfile, que se le denomina el Convite, donde pasan todas las delegaciones que van a participar en la Guelaguetza. Pasa cada quien con su banda y su desfile tradicional. Lo normal que se hace es despejar el área para que ellos pasen. En este caso, no fue así. Nuestra gente esperando su elote se puso necia y no se quiso mover. El convite tuvo que darle la vuelta a la fila. De hecho, el espacio en donde se hacía el baile, se quedó vacío. 

Después, empecé con mi propio proyectoAntes de ser Xilonenlo llamé Mister Tosti, porque yo estaba más familiarizado con los tostitos, que era lo que más vendía. El nombre no lo puse yo, lo puso un gran amigo: Arturo Esteva. Éramos tres en el proyecto: Arturo Esteva, Vilma, que es ahorita mi mano derecha y la que me está orientando en todo, y yo, que tengo las ideas y soy la cabeza principal. 

Desafortunadamente, Arturo falleció a consecuencia del COVID un mes antes de que sacáramos el proyecto al público. Fue un golpe que me afectó muchísimo. Arturo era payaso y era diseñador. Él fue a varios cursos y concursos a niveles nacionales. Era muy bueno con las manos, y pintaba. Lo conocí cuando él daba su show de payaso. Quiero un diseño, le dije. Ven a la casa, yo aquí te hago tu diseño, el que quieras, me respondió. Él me diseñó el triciclo, me orientó, y de hecho fue el primero a quién le compartí lo que tenía pensado: rescatar la cultura, las tradiciones, que la gente conozca más de ellas. Y él fue el primero que me dijo: Me gusta. ¡Dale! Así nos empezamos a llevar. A veces encuentras apoyo en personas que menos te imaginas, y ahí empieza a crecer, más que una amistad, es una hermandad la que se va cocinando.  

 

Arturo era muy amante de las bicicletas, él siempre salía a recorrer la ciudad con ella. Iba a Monte Albán. Tenía una bicicleta chica, donde transportaba a su hijo, pero era tantsu pasión por su bici que se compró una holandesa. Costaba más que mi moto (risa), y le digo: bueno, es tu gusto. Y ahoritacomo siempre, lo tenemos presente: le estamos echando ganas, para que su legado siga, y siempre trato de mencionarlo cuando sale lo de Xilonen. Inclusive en una parte del triciclo, allí enfrente, están sus iniciales marcadas en oro, que son la A y la E, de Arturo Esteva. 

¿A qué edad aprendí a andar en bici? Toda la vida había manejado triciclo. En bicicleta, alrededor de los seis años. Yo aprendí a base de chingadazos. Mi primo, Paco se llamaba él, tenía una bicicleta, pero era muy chica. Bueno, para mí era grandecita, pero en realidad era muy chica. Más yo veía que él iba, venía, iba, venía… sinceramente, me daba mucha envidia. Porque yo no podía comprarme una, y mucho menos mis papás me la podían comprar. Entonces, yo le dije: ‘préstame tu bici.’ ‘No, ni sabes manejar, me dijo. Préstamela, aprendo. La agarraba, me subía, me caía y me llevaba un chingadazo. Aprendí como en una semana, pero ya estaba todo raspado. Una vez fui rápido, sobre una avenida, pero yo no sabía de los frenos, nomás quise sentirme el chingón, y aceleré de más. Pues se me atravesó un gato, y que me tumba, pero ahí sí me di un golpe muy fuerte. Me fui de cara prácticamente. La bici sobrevivió. El gato estaba bien. Y como tenía vecino que… cómo te digo su vocabulario era un poquito más directo, me gritaron: ¡Ah, cómo eres pendejo, si para eso tiene frenos!’ Y ya: me llevé la bicicleta así, empujando. Todo me dolía, pero así aprendí a manejar a los seis años.   

Para el triciclo, necesitas el equilibrio y la coordinación, porque no es como las bicicletas. Los frenos ya no están en la mano, sino que son en el pie. A mí el triciclo me facilita mucho lo que es mi trabajo. Me gusta sentir mucho el aire, pero aquí no te puedo decir mucho, pues porque lo tengo que hacer por mi trabajo. Siempre me he movilizado en triciclo. Sí me gusta, más a veces también me fastidia. Todos los días manejo el carrito, por alguna u otra situación.  


Al atravesar periférico en triciclo, ese puente, te lleva a una carretera que te lleva directo a una plaza, pero aquí pasan los tortons, y es peligroso. Por allí llegan todas las traileras de Puebla, y uno tiene que andar con mucho cuidado. Si hubiera una división de ciclovía, sería un poquito más fácil, pero no hay, no la implementan. Hay demasiados carros. Una familia puede tener hasta cinco, seis vehículos, uno para cada quién, yo creo que hasta compran para el nieto, sin necesidad alguna. Lo único que podría ayudarnos es que acomoden bien la ciclovía, que le den el respeto que se merece y que lo marquen. Un ciclista no puede ir en la carretera, o en el carril rápido, pero cómo le hacemos si nuestra ciclovía está tapada… Pus no, no se puede. 

Luego tengo una bicicleta, la cual sí manejo y me gusta ir viendoMientras vas en bici, vas viendo todo, entonces ya aprendí a percibir un poquito más lo que es la vida, y me gusta poner atención a las cosas. Se siente muy bonito… Porque por ejemplo, ves a las palomitas volando, o se van tal vez con su pareja o sus crías, en algún rinconcito de las Iglesias, o ves el movimiento de los árboles. Es algo que yo empecé a valorar mucho. Porque yo tuve una decepción, un poquito fuerte: yo me junté muy joven, a los dieciséis años. Y vivimos un tiempo juntos, y de ese amor nació una niña. Desafortunadamente, ya teníamos muchos problemas y nos separamos. Caí muy fuerte en un vicio, el alcohol y el tabaquismo. Dicen que el alcohol te hace olvidar, pero no, al contrario, te hace recordar y peor te pones. Mi vida ya estaba muy mal. Pero de repente algo me hizo reaccionar: volví a ver a mi hija. Y la vi, y digo, no, es que la tengo que empezar a valorar.  

Desde ese momento, empecé a valorar ese tipo de cuestiones: el viento, una puesta de sol; empecé a valorar que la gente habla conmigo, porque me había vuelto una persona muy solitaria. Desde ese punto, empecé a valorar mucho una amistad, empecé a valorar la vida, en sí, porque todos tenemos un porqué. Es cuando le encuentras razón, pues, porque así como todos tenemos derecho de disfrutar, de vivir, yo también tengo derecho de lo mismo. Tengo 22 años, voy a cumplir 23. ¿Qué edad tienes tú?… Entonces, yo ya aprendí a ponerme metas que en verdad me van a servir: voy a hacer Xilonen, voy a hacer esto y lo otro, me esforcé y ya lo tengo. 

Bueno, si yo te platico lo que es mi vida.  Desde niño, yo no hablaba bien el español. Yo me identificaba más por el mazateco. A mí me discriminaban, tal vez por mi tono de piel, o porque no hablaba bien el español, o hablaba mal, pero eso no me hacía decirme, ay, no quiero salir. No, no, al contrario: En la escuela yo era uno de los más inteligentes. De hecho, siempre sacaba nueve o diez, y los que me criticaban, o los que me menospreciaban, siempre sacaban menos, y los mandaban conmigo para que yo los ayudara. Tenía cinco años cuando llegamos de Huautla a Oaxaca con mi familia. Desde los cincos años a los seis, más o menos, empecé a trabajar, y empezamos a vender chicles con mi hermano mayorDesde aquí hasta el centro íbamos caminando, y de allí nos íbamos al Llano. Siempre con una cajita de chicles, y pues había días que sí nos iba bien, había días que no. Pero sinceramente, yo me acuerdo que nos iba muy bien.

Mi familia siempre fue muy humilde. Mis papás, cuando llegaron aquí, dormían en las puertas de las Iglesias, y ahí estaba yo también. Este es el río Atoyac, ahorita está contaminadísimo; en ese entonces, todavía estaba bien, se podría decir; mi mamá encontraba ollitas: no si has visto unas latas de chile en vinagre, que son de cuatro o cinco litros. Pues esas las lavaba y ahí nos cocinaba, y dormíamos en el río, porque no teníamos donde vivir. Allí nos lavaban, del agua del río, allí preparaban nuestro café, y así nos tocó lidiar, mínimo un año, un año y medio, hasta que conseguimos dinero para rentar un cuarto. Un cuarto que era para cinco personas entonces, que eran mis papás, mis dos hermanos, y yo. Pues poco a poco, la suerte, la misma vida, te va poniendo las personas en el camino. Me acuerdo en una ocasión íbamos a trabajar, y mi hermano, de repente, en el bar jardín del Zócalo, me empezó a pellizcar, pero sí me dolió, hasta me golpeó, y yo me puse a llorar. No entendía por qué me pegaba, pues. Sale una mesera del lugar, y le pregunta a mi hermano: Oye, por qué llora el niño. No, es que tiene mucha hambre, no ha comido, y la mesera, muy bondadosa, nos dio mucha comida, y se me quitó el llanto, hasta el dolor se me quitó. Después, la señora siempre nos esperaba a tal hora, y ya comíamos. Era nuestro desayuno. Y de allí, poco a poco, ella nos daba chance de ofrecer nuestros chicles. Conocimos a dos alemanes, Rob y Hellen Chester, que se ofrecieron como nuestros padrinos. Nos preguntaron si queríamos estudiar, y nos pagaron la escuela; allí es donde empecé a hablar más español, a interactuar con la gente. Aprendí a leer y a escribir. Nos daban juguetes, que casi ni ocupamos, porque no teníamos tiempo de jugar, porque ya era hora de ir a trabajar temprano, vendiendo chicles. Luego, a las doce, tenías que irte a cambiar a un baño público, a donde sea, e irte a la escuela. Salía de la escuela a las seis, pasaba mi mamá con una tortita de frijol de pan amarillo, y me gustaba. Ahorita a la fecha, yo puedo comprar un pan amarillo, y si tengo frijol, me preparo mis tortas porque me gusta el sabor. Y a las seis de la tarde, saliendo de la escuela, a trabajar otra vez. No me gustaba la escuela, no me gustaba estudiar, a pesar de que sí tenía mucha inteligencia para que se me quedaran las cosas, no me gustaba. Me gustó más bien trabajar. Siempre he trabajado, esa es la cuestión; siempre he trabajado. 

Tengo mucho coraje. Soy una persona muy decidida y directa. No soy una persona que se guarde las cosas. Si algo no me gusta, te lo digo, y si me gusta algo, te felicito. Y pues así es lo que me ha dado la vida, de perseverar. Echarle ganas, no quedarme en un sólo lugar… Desde el triciclo, en primera, siento el aire, siento el clima, y eso me gusta. Veo a la gente. Veo todo tipo de movimiento, hasta los carros veo, y a veces hasta yo mismo hago coraje, porque veo los carros enfrente, y a veces se doblan en las calles. Siempre pongo atención en todo. A mí me gusta apreciar mucho lo que es la arquitectura, lo que son los muros de cantera, los bloques, qué bonito, trazo por trazo. Veo la gente, a la familia, y veo que hay mucha gente que es muy unida. Cuando voy aquí, en el triciclo, a mí me gusta mucho la música, voy recreando historias, trato de acordarme de algo. No sé, me gusta disfrutar del aire y de la vida que llevo ahorita. Lo que sí tal vez fue difícil fue mi infancia, pero de no haberla vivido de esa manera, no sería quien soy ahorita. 

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Entrevista: María Ávila

Revisión: Alejandro Zamora

Fotografía: María Ávila 

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