Narrativas comunitarias
de ciclismo urbano en México

Farah Tavera

¡Esta es la experiencia real!

El yoga me permitió conocer mucho como la teoría de todos estos conceptos, la importancia de vivir el presente, las herramientas para lograrlo. Pero ya a la hora de la bici fue como: “¡ah, esta es la experiencia real! En el yoga era la teoría”.

Farah Tavera

¡Esta es la experiencia real!

Café Cherry Cream, Ave. Acueducto, Morelia, Michoacán, 25 de julio de 2023

Construirme, deconstruirme

Soy una persona en construcción. Y también en deconstrucción. No me gusta mucho la palabra deconstrucción, tan de moda, pero de vez en cuando estoy en eso, tumbando pilares, como para ver qué es lo que hay dentro. Tengo 29 años y me dedico prácticamente a compartir. Yo veo lo que hago como un compartir, tanto las prácticas de yoga como la venta de comida vegetariana o vegana. En su momento, cuando me acerqué a estas cuestiones que me cambiaron la perspectiva –cuando conocí el yoga, cuando conocí esta alimentación distinta–, pues sí me rompió muchos esquemas de pensamiento. Y esa idea de compartir es algo que me ayudó. Entonces, con esa expectativa de ayudar a otros es que ando en este camino de dar clases de yoga y de ser chef de comida vegana.

Me enseñaron a andar en bici por ahí de los seis años. Y digo me enseñaron porque sé que lo hicieron, pero no hubo nunca un interés por la bicicleta. Fue años después que participé en un concurso de dibujo convocado por una empresa donde trabajaba mi papá, gané el tercer lugar y me regalaron una bici. Pero pasó lo mismo: fue solo un ratito de interés. Yo vivía con mis padres allá en una zona alejada del centro, y yo creo que se me hacía algo tedioso porque el recorrido siempre era el mismo: estar ahí en la calle, si acaso darle una vuelta a la cuadra y nada más, porque estaban los carros, estaba la avenida principal, y el libramiento. ¡Ni pensar en adentrarme ahí!

Así que más bien fue hasta como hace tres años que comencé a andar en bici, a mis 26, más o menos. Decidí emanciparme y salir de casa. Me vine a vivir acá, más cerca del centro, por esta cuestión que te comentaba de mi trabajo: casi todas mis clases son en esta zona, así que comencé a desplazarme caminando, sobre todo. Ya desde mis tiempos de prepa o de universidad me iba caminando de la universidad al centro, de la universidad a mi casa, y así. Pero después, ya por cuestión de tiempo, dije: “bueno, normalmente me aviento caminando una hora, pero si me subo a la combi, pues va a ser media hora”. Yo pensaba que así funcionaba el transporte público en Morelia. Pero, ¡cuál fue mi sorpresa! [ríe]. 

La anécdota de la que más me acuerdo, la que yo creo que me hizo decidir usar la bici, fue que yo iba por Carrillo, y lo único que tenía que hacer era atravesar la Lázaro Cárdenas. Pues me subo a una combi ahí en Carrillo y no alcanzo a llegar ni a la Ventura Puente. O sea, en la Vicente Santa María ya habían pasado cuarenta minutos, y de Carrillo han de ser cinco cuadras, no son más. Me pareció absurdo, o ridículo, o terrible, que en cinco cuadras en transporte público me tardara cuarenta minutos.

Entonces, ¿para qué me sirve el transporte público? O sea, me hubiera salido mejor irme caminando, ¿no? Y bueno, por esos tiempos, comencé a hacer amistad con un grupo de personas que, si bien no usan la bici para todo, sí se desplazan mucho en ella. Y un día uno de ellos me dice: “oye, y ¿por qué no te consigues una bici?” Fue como: “ah, oh, pues sí”. Realmente, me puse a pensar y dije: “bueno, mis distancias son cortas”. Ese amigo me prestó una bici, y me dijo: “¿por qué no pruebas? Te dejo esta bici, desplázate, checa, y pues si te late, consíguete una”.  

Meditación y energía

Al principio me daba miedo; sobre todo los carros. Lo que me da miedo de rodar no es tanto la rodada, sino que son los otros, los otros en su auto, y esta agresividad que hay aquí en Morelia. Le sacaba mucho a eso. Pero me empecé a aventurar. Inclusive, él me llegó a acompañar varias veces; me decía: “a ver, ¿cuál es tu ruta? Okey, vamos a recorrerla juntos”, y me enseñó de alguna manera a andar en bici. Él me decía: “el reglamento aquí en Morelia en teoría es que podemos ocupar un carril, y que hay zonas designadas para ello, pero no siempre se respeta”. De hecho, me la han hecho de tos incontables veces incluso donde está el triangulito de “prioridad bici”, y es como: “¿no estás viendo?” Pero bueno, eso es lo que él me decía: “como ratita, vete por la orillita, por la orillita”. Y recuerdo que también hicimos un par de salidas hacia Jesús del Monte. Una vez me dijo: “a ver, si puedes con esta subida, ya el centro va a ser cualquier cosa”. Y sí, sí se me hizo relativamente fácil.

La bici me hace valorar justo ese momento: estoy en la bici y este es mi presente y estoy aquí, ahorita nada importa, ya que llegue, pues todo vendrá.

Había como esa precaución mía de entrada, pero yo creo que habría sido como un mes en que me prestó su bici y yo no la solté ni un día. O sea, a partir del día uno que vi los tiempos, vi cuánto me hacía; que vi que, aparte de reducir mi tiempo, mi mente se mantenía ocupada en mi presente, porque cuando vas en la bici no puedes ir pensando tarugada y media, tienes que ir viendo el camino, tienes que ir viendo los carros, tienes que ir viendo a los peatones, tienes que tomar en cuenta todos, todos los elementos que hay alrededor, entonces también lo agarré como un tipo de meditación. De hecho, a la fecha hay ocasiones en las que me siento como con demasiada energía mental, o con alguna emoción atorada, y digo: “a ver, voy a agarrar la bici, me voy a ir a dar la vuelta, y ahorita que regrese, entonces ya pienso o tomo una decisión, o algo por el estilo”.

Después de eso, me ayudaron a conseguir mi bici y pues ya… desde que me llegó mi bici, igual ya no la he soltado. Incluso cuando vendo comida, es mi medio de transporte para entregar. También la considero parte de mi trabajo porque me lleva de una clase a otra, es mi medio de transporte. Y, fíjate, aun cuando la uso de medio de transporte o cuando voy al trabajo, no voy con alguna intención específica, siempre sigue siendo un juego. Siento que lo podría comparar con, por ejemplo… con las artes circenses, ¿no? En algún momento me he adentrado un poco en danza aérea, el aro o el trapecio, y digo yo que es un juego porque estás utilizando tu cuerpo; estás viendo las posibilidades de tu cuerpo con una herramienta o con un instrumento que también vendría a ser la bici, pero no deja de estar presente ese factor de que si la cajeteo, corro riesgo, no solo de un accidente, sino de ya, adiós. Entonces quizás también como el saber… cómo decirlo… pues lo efímero de nuestras vidas, ¿no?, que de un momento a otro también puede cambiar. La bici me hace valorar justo ese momento: estoy en la bici y este es mi presente y estoy aquí, ahorita nada importa, ya que llegue, pues todo vendrá.

¿Con el yoga? ¡Sí, claro que la bici tiene que ver con la práctica de yoga! Justo por esta idea de vivir en el presente. Yo en lo personal todavía trabajo mucho con la teoría de ese vivir el presente. Dicen algunos maestros que el estado de iluminación no es como un estado al que tú llegues y ya, trascendiste. Más bien es este continuo saberte o reconocerte o vivirte en tu presente, sin andar con “ay, al ratito”, sino estar aquí. Lo comento porque sí hay momentos de mi vida en que ando de ansiosa en el futuro, o ando muy melancólica en el pasado, pero es posible regresar al presente con ciertos elementos, y la bici se ha vuelto uno de ellos.

El yoga me permitió conocer mucho como la teoría de todos estos conceptos, la importancia de vivir el presente, las herramientas para lograrlo. Pero ya a la hora de la bici fue como: “¡ah, esta es la experiencia real! En el yoga era la teoría”. Bueno, también en ese lapso entre que estaba con lo del yoga y antes de conocer la bici, pues pasé por un momento difícil en mi vida: una ruptura que me generó mucha incertidumbre. Entonces, en ese momento de incertidumbre, de tristeza y de más sentimientos por el estilo, mis herramientas del yoga ya no me eran suficientes, me costaba trabajo calmarme solo con eso, o simplemente estar en el presente. Y fue cuando curiosamente llegó la bici.

Fíjate, la idea de algunas escuelas. El Kundalini, por ejemplo, lo que busca es elevar la energía de plexo sexual hacia la mente. Mi escuela, caso contrario, busca que elevemos esa energía hacia el corazón. ¿Por qué al corazón y no a la mente? Pues a final de cuentas, la mente es un poco la loca de la casa. Entonces, llega la bici y es como: “ay, aquí no tengo que ponerme a respirar ni a pensar en que el chakra y que bla, bla, bla”. No, aquí ya solo es: “¡aaaah!”, como un suspiro. Quizás en ese momento de mi vida pues yo estaba muy mental y con la bici encontré una manera muy inmediata o muy palpable para ese estar en el presente: es tan fácil como subirme y empezar a pedalear de una manera… yo diría natural. Yo me subo a la bici y la magia sucede, en automático.

El yoga es una práctica en la cual se busca el manejo de la energía. Más allá de yo adquirir o ingerir nueva energía, pues la misma que tengo la movilizo para que esa misma energía dinámica me mantenga en ese estado de energía, valga la redundancia. Por ejemplo, yo he salido muchas veces más cansada de un viaje en combi que de toda una ruta en la bicicleta. Eso también es muy interesante, como lo mencionas, Alejandro: es un reciclar la energía, pues el transporte público te chupa la energía, provoca cansancio, y en la bici es muy evidente que la energía se recicla, se moviliza, en vez de drenarse.

Autonomías

Yo creo que son muchísimas las formas de autonomía que fui descubriendo con la bici. Para empezar, el ya no depender del transporte. Puedo decidir independientemente de la hora, independientemente del lugar, independientemente de todo: yo voy en mi bici y regreso en mi bici y no hay ningún problema. Esa fue como la primera autonomía que encontré. La otra fue la de cuidarme. Si voy a salir de noche, con mis amigos que sé que están en esta reunión o que están en este lugar o en este bar y yo voy en mi bici, entonces eso ya me hace más responsable de mí, de cuidarme. Y pues también es como prescindir un poco de otro tipo de incomodidad: la belleza o el cuidado estético. Porque la verdad eso no es comodidad, es una incomodidad, y al no detenernos por la duda de cómo me veré, sobre todo como mujeres, pues eso es otro tipo de libertad. Yo creo que quienes andan en bici pues ya también han trascendido un poquito esa cuestión de las apariencias. Ese es otro tipo de autonomía.

Un mapa distinto

En el momento en el que me empecé a subir a la bici, tomé mucha más consciencia de todos los elementos de la comunidad: el peatón, los otros ciclistas, los mismos automovilistas. Son tantos los elementos que hay que cuidar, y pues la bici te obliga a respetar a todo tu medio. O sea, esto que te comento: está el peatón y bueno, él va en su rollo; está el automovilista, que trae otra perspectiva, y de alguna manera yo sentí que, al estar en la bici, yo tenía que tener las tres perspectivas. Los espacios, pues también me doy cuenta de que cuando andaba en auto, en transporte o caminando, no tenía tanto esta necesidad de reconocer calles, y al momento que yo me subo a la bici, se me hace más fácil decir: “ah, esta es tal calle, sí está acá, y acá la colonia no sé cuál”. Como que también empiezo a ver la ciudad de otra forma, con un mapa distinto. He tomado más conciencia de la cuestión del espacio físico en la ciudad. Es algo que sucede solo cuando estás en la bici, tal vez por esta cuestión de la que hablábamos de estar presente, de que estás presente.

Yo me subo a la bici y la magia sucede, en automático.

Hace dos días regresé de visitar a mi familia. Ellos viven allá por la Pepsi, en un fraccionamiento, y fue bien curioso reencontrarme con ese espacio y darme cuenta de que antes esa zona para mí era enorme, yo sentía que me podía perder ahí en la colonia. Y ahora que empiezo a andar en bici, me doy cuenta de que mi percepción es muy distinta, ha cambiado mucho porque la bici me permite desplazarme distancias más largas en poco tiempo. Yo creo que la cuestión del tiempo es la que influye ahí mucho. Es como: “ay, no manches, antes aquí hacía toda mi vida, ahora ya no quepo, ya me queda más chiquito”. Y sí, realmente la ciudad es muy chiquita, muy abarcable, pero hasta el momento en el que me subí a la bici y empecé a moverme dentro de ella fue que me di cuenta de esto. 

También el tamaño de la bici influye en esta percepción de la ciudad. O sea, por el simple hecho de que mi bici es pequeña y cabe entre los coches, por ejemplo, si estoy aquí en Acueducto y se pone el rojo, con precaución puedo llegar hasta delante de toda la fila de coches. Entonces también es un gran ahorro de tiempo y de energía a final de cuentas, porque sí, luego crees que es solo el tiempo el que está ahí, pero es nuestra energía la que invertimos también.

 

Pero desgraciadamente no todos pueden tener una perspectiva así de la ciudad, estar en el presente. Sobre todo los carros. Les cuesta tanto, y no sabes cómo me la han hecho de tos. Sobre todo en los lugares que están establecidos como prioridad ciclista, eso es lo paradójico. Por ejemplo, en el Río, hay un carril que está bien marcado como ciclista, y ¡uy, ahí si no sabes cómo me la han hecho de tos! Que “¡muévete, muévete!”. Y yo: “¡oye voy en mi carril!”.

Una vez me pasó que iba saliendo de una clase de noche, traía mi luz, traía mi casco, me faltó mi chaleco, pero bueno yo venía en mi carril, de hecho, venía en la orillita, y llega un carro así a todo lo que da y se me empareja y me empieza a gritar que no sé qué, que eres una na, na, na… Bien enojado. ¿Qué onda, no? En ese momento yo sentí que si yo me hubiera mantenido en mi carril, en el centro, pues el carro quién sabe qué hubiera hecho. Y bueno, yo me orillo y él se sigue. Pero  ya me sé la dinámica: yo sé que me rebasan y unos metros adelante se encuentran un carro o algo y yo los paso. Y qué coraje les da; una rabia, así como: “¡cómo esta bicicleta me va a rebasar!” Y entonces otra vez, ahí va atrás de mí el señor. Yo no lo había visto; como que ni quería volver a verlo. Pero en un momento ya me sentí agredida al punto de que dije: “ya, se la voy a contestar”. Y volteo y era un señor con su familia. O sea, venía con su esposa, la esposa traía una cara de terror; el niño atrás traía una cara de terror, y el señor, pues… yo lo que me alcancé a dar cuenta es que algo le pasó, alguien le hizo algo, y pues se estaba desquitando con quien podía, ¿no? Me costó muchísimo, muchísimo trabajo, así como decir, “¡ugh!, lo suelto ya”, pero dejé que se adelantara. Lo vi y pensé: “¿sabes que vale más mi seguridad que tu enojo, tu descarga energética? Así que dale”. Pero en otras ocasiones no he sido tan sabia y sí les digo: “¡oye, güey, vengo en mi carril!”. Pero también pasa que pues estamos en una ciudad en la que no sabemos con quién nos vamos a topar, y también está la cuestión de que soy mujer y a veces como que me ven chavita, me ven morrita, y se les hace fácil ir encima de ti.

No sé, con la bici se crea otra forma de lenguaje no verbal, sino físico, de señas, de muchas cuestiones. Es un lenguaje que sirve para cuidar.

En la naturaleza de la bici está el compartir. Sobre todo cuando la usas para andar aquí, en la ciudad. Empieza a haber como esta atención hacia los demás, hacia el entorno; darnos cuenta de que bueno, somos seres sociales, y de que si estamos en este pensamiento de que yo solita, yo solito, yo individuo, voy a poder hacer todo y sobresalir… híjole, pues no, es imposible, realmente no se puede. Siempre hay alguien que está ahí apoyando o diciendo: “oye, mira esto”; “oye, te presto mi bici”; “oye, te ayudo”. ¿No? Y entonces como que empieza a tomar más valor esa palabra de comunidad, cuando andas en bici.

   Compartir esta historia

Colaboradores

Entrevista: Alejandro Zamora

Redacción: Mónica Díaz García

Revisión: Raquel Reyes

Fotografía: Alejandro Zamora

Clau Huerta

La bici es eso: la paz

Llego con tres toneladas de endorfinas a dar mis clases y no regaño a nadie. Bueno, si se lo merecen pues los regaño, pero hasta la forma de regañar cambia. Y sí, sin duda: pedalear me hace mejor maestra.

Clau Huerta

La bici es eso: la paz

Morelia, Mich., 2 de agosto de 2019. Claudia Huerta es una narradora natural. Basta hacerle una pregunta y el río del relato brota con pulso propio. Es fascinante: arranca caudaloso, recorre varias geografías, se despeña dramáticamente, encuentra remansos, se bifurca en riachuelos, vuelve a un caudal unánimeEstábamos en un café de Starbucks, pero ese espacio se desvaneció ante este fluir constante del relato, que recorre el pueblo de Santa Fe en la hoy Ciudad de México; se traslada a Morelia y sus alrededores, recrea dos peregrinaciones ciclistas guadalupanas desde la Catedral moreliana hasta las faldas del Tepeyac. Esta historia es apenas un esbozo de esa enorme experiencia narrativa. La bici es su protagonista. 

Soy Claudia Huerta. Soy médico veterinario, pero no ejerzo: doy clases de educación artística en una primaria de gobierno de la colonia ObreraEn este trabajo he aprendido mucho de lo que es expresión corporal. Lo he aprendido en la escuela, con mis alumnos, y lo aplico mucho en mi vida cotidiana para relacionarme con la gente. Tengo dos hijos y una nieta. Tengo cuarenta y ocho años. Soy ciclista urbana. Hace dos años decidí deshacerme del auto, y me muevo en bicicleta o en transporte público todos los días. 

También llevo el grupo de Insolente Morelia las rodadas de los jueves, y la Biciescuela Insolente, en la que por primera vez se han subido a la bici muchas mujeres, de todas las edades; incluso algunas jubiladas. Más que enseñar a andar en bici como tal, puedo compartir con otras mujeres cómo ganar confianza, cómo vencer los miedos, cómo ahora soy mañosa para andar en las calles, cómo saludo a la gente, cómo convivo desde la bicicletaPorque esto hemos visto con muchas de mis alumnas cuando hablamos: que te dicen que la bici no es para ti porque eres mujer, que eres marimacha si andas en bici. Antes creo que también decían que hasta la virginidad perdías si andabas en bicicletaTodo eso te meten en la cabeza. Así que es, sobre todo, esta experiencia mía lo que yo puedo compartir en la Biciescuela, porque la bicicleta ha sido mi psicóloga; andar en bici me ha hecho ganar confianza, y me ha hecho muy feliz. Muchas veces, para las chavas, la bici no es nada más cosa de aprender andar. 

la bicicleta ha sido mi psicóloga; andar en bici me ha hecho ganar confianza, y me ha hecho muy feliz.

La bici se trata de vencer tus miedos, a tu ritmo, al tiempo que te tome. Es quitarte ese chip que traes puesto de que no puedes, o puedes menosayudar en esto ha sido padrísimo para mí. Ahorita en un mes llevo tres señoras, y esto sí te puedo decir que son como una extensión de mí cuando me dicen: ‘se me quitó el miedo porque te veo y estás bien loca, Claudia’. Y yo: qué bueno que mi locura se pueda contagiar así, y que pierdan de la cabeza eso de decir: ‘no voy a poder’. 

 

Yo no tenía bici cuando iba en cuarto año, pero mis primos tenían una bici Apache con la que estaban aprendiendo a hacer caballitos y derraponesno me la querían prestar porque la bici no era para mujeres. Entonces yo los veía y les decía ‘préstamela’, y me traían corriendo detrás de ellos y no me la prestaban. Y yo cansadísima detrás de ellos, y préstamela, y préstamela. Hasta que me dijeron: pero si no vas a poder’. Y yo: pues claro que puedo. Y entonces aprendí a levantar la bicicleta de caballito y a hacer derrapones en la tierrita. Había grava o algo así, y patinaba padrísimo. Por supuesto que ahora lo pienso y digo, ¿cómo se me ocurrió hacer esa barbaridad? No sé, pero yo lo hice un par de veces, y la tercera: ¡adiós! Tibia y peroné rotos. ¡Justo antes de las vacaciones de verano! Me tuvieron que enyesar y hubo una persecución en el hospital porque yo no me dejaba. O sea, si me rompí los huesos de acá, por qué diablos me tenían que enyesar hasta acá, pensaba. Entonces, fue una batalla campal entre enfermera, médico y mi padre, que finalmente me agarró para que me pudieran enyesar. Y después ya fue muy divertida la carrera en la silla de ruedas en el pasillo de la clínica Londres, en la Ciudad de México. 

 Yo siempre molesto a mis hermanas, y mis hijos me molestan a mí; dicen que no soy una mujer normal. Lo que pasa es que cuando yo iba en secundaria, jugaba futbol americano y mis hermanas eran porristas, y me acuerdo de que yo les decía: ¡pero qué aburridas, por qué hacen eso! O sea, yo llegaba toda mugrosa del tocho, y andaba en bici, me la pasaba increíble. Y ellas sentaditas en el chisme, con sus pomponcitos y sus falditas, nomás noviando. Eso sí: locas por el quarterback del equipo de hombresyo era amiguísima del quarterback. ¡Era mi compa! Sí, se confirma el estereotipo del quarterback y las porristas, ¿por qué no? Pero aparte de estereotipos, la verdad sí era muy guapo: tenía unas pestañas así de grandes. Y entonces yo me las chantajeaba a todas porque las porristas siempre estaban atrasito, y yo abajo en el campo, con todos, y cuando oía que alguno le gustaba a unayo le decía: pues si quieres te lo presento, pero de a cómo estamos hablando.

Pero desde que me trajeron a vivir a Morelia, no volví a saber más de la bici hasta mucho tiempo después. De hecho, volver a ella fue otro gran desafío, pero ya de adulta.

 

 Yo aprendí desde chiquita como aprendimos todos en la Ciudad de México en esos años: súbete y pedaléale como puedas. Me acuerdo que fue en una bici de panadero que estaba ahí. Yo la veía y la veía, y decía: ¡qué cosa más bonita! Tenía un rojo brillante precioso tirándole a guinda, con su portabultos. Me quedaba bastante grande, y no alcanzaba ni de puntitas, pero yo tenía que buscar cómo subirme. En esa época yo qué me iba a andar fijando que si el asiento, que si la altura, que si el casco. ¡No, hombre! Aprendías a la viva México. Me acuerdo perfecto que la banqueta de la casa de al lado tenía una piedra grande. Yo me subía a esa piedra, pasaba el pie por arriba de la bicicleta, y a pedalear parada para agarrar el equilibrio, y ya luego me sentaba cuando agarraba vuelo. Y para bajarme hacía lo mismo: tenía que volver a esa piedra, porque era la única que alcanzaba; la banqueta no me daba. Así aprendí. 

 

Después me acuerdo que un grupo de amigos en patines se agarraban del portabultos de la bici, uno tras otro, en cadenita, y yo el que fuera jalábamos a todos. Eso lo tengo clavadísimo. Y unas caídas bárbaras porque el que iba en la bici empezaba a pedalear cada vez más fuerte. Yo vivía en la Ciudad de México, en el pueblo de Santa Fe, por el mercado, donde ahora es el centro comercial Santa Fe. Todo eso eran minas de arena, y los basurerosy pues había unas subidas padrísimas. Entonces, de subida íbamos todos empujando y pedaleando, y de bajada, el que se cayera seguro se quemaba las rodillas porque nada te detenía, era tal cual. Y así fue que aprendí yo a andar en la bici. 

 

Cuando tenía dieciocho años, me vine a vivir a Morelia. Mi padre trabajaba en Banco de México (FIRA). En aquella época descentralizan la banca, nos traen para acá, y pues yo todavía un poco en la adolescencia, de dieciocho años. ¡Para mí el cambio fue horroroso! Yo estaba ya por entrar a la universidad, entonces ya sabes: el amor de tu vida está en esos tiempos, ¿no? Y el amor de mi vida estaba en la prepa, en la Ciudad de México, donde todo es una vorágine de tiempos y demás. Y así me traen aquí a Morelia, donde me sobraba todo el santo día, donde todo era tan diferente... Fue horrible, no sabes. Salir de la Ciudad de México, donde yo apenas empezaba como el despertar de la pachangade las distanciasde los amigos, y venir a la ciudad de Morelia donde no conocía a nadie yo decía: ¡esto es un pueblo

 

No sé cuántos años tengas tú, pero yo me acuerdo que en ese entonces estaba de moda el X.O. Era la disco de súpermoda. Y nosotros vivíamos con mis papás por donde está el Colegio Salesiano, en Antonio de Mendoza, en la colonia Independencia. Desde ahí, nos veníamos caminando mis hermanas y yo al X.O., y salíamos del antro y nos regresábamos caminando. O sea, eso jamás en la vida en la Ciudad de México. Imagínate: de madrugada y caminando las tres loquitas a la casa, ¡y no pasaba nada! Era muy seguro. Recuerdo que mi papá nos decía cuando nos íbamos a mudar: ‘no, es que Morelia es tan tranquilo, van a estar ustedes muy seguras, no hay tráfico…’ Ahora que me muevo en la bicicleta y que el tráfico es descomunal, mi padre se ha de retorcer donde quiera que esté de saber que la ciudad de Morelia está de locos. Y es que para donde voltees, la ciudad ha crecido muy mal. O sea, de donde yo vivía, volteaba a ver a los cerros y eran cerros, pelones. Ahorita por donde le busques: volteas al cerro y ves puros centros comerciales, ves un montón de casas, ya no ves árboles. 

 

Aquí estudié en la Universidadaquí me casé, y ya me quedé. Bueno, no: me casé y me fui a vivir al norte, a Culiacán, pero luego me separo del papá de mis hijos y me regreso a vivir aquí a Morelia, porque aquí se quedaron mi mamá y mis hermanos, así es que aquí he estado ya desde el 2001 ó 2002, por ahí. Pero desde que me trajeron a vivir a Morelia, no volví a saber más de la bici hasta mucho tiempo despuésDe hecho, volver a ella fue otro gran desafío, pero ya de adulta. Ocurrió hace como… ocho años. Después de separarme y de volver de Sinaloa, tuve otra pareja que un día me dice: ‘oye, va a ser tu cumpleaños, ¿qué te regalo? Entonces le dije: no sé, sorpréndemeY un día llego a mi casa y veo en el pilar una bici Mercurio, azul, toda raspada, toda fea, y dije: ¿de quién será esta bicicleta? Y sale el otro feliz: ¡feliz cumpleaños! Y yo: gracias. El pastel, las flores… y él: ‘mira’. Y yo: ¿qué? ¡Pues es tuya! Y yo: ‘¡ahg! La bici había estado amarrada afuera de una tienda de materiales, y estaba toda mugrosa, llena de cemento. Así que al principio se quedó ahí, porque además era de cambios acá, de los del puño, que les tienes que atinar bien porque si no se atora la cadena. Y hasta la fecha, cuando les doy clase a las chavas y me toca una bici así, me hago la loca porque no le atino. Yo creo que es un bloqueo que me quedó. Total: todo le dolía a la pobre bici.  

Muchas veces, para las chavas, la bici no es nada más cosa de aprender andar. La bici se trata de vencer tus miedos, a tu ritmo, al tiempo que te tome.

Pero un día volví a treparme en ella empecé a pelearme con los cambios, y por esa época me entero de que existen los paseos de los miércoles en las noches. Entonces dije: bueno, vamos a ver qué carambas con estas gentes que no tienen nada mejor qué hacer. Y me fui sola, porque creo que era diciembre mi pareja tenía mucho trabajo. Entonces dije: ay comper, eh; tú ni me pelas, yo voy a ver qué me encuentro ahí. Y me fui a mi primer paseo del miércoles en mi bicicleta en la que no sabía usar los cambios, y sin conocer absolutamente a nadie. 

 

Fue todo un ritual: montar el rack, montar la bici, y ponerme todo mi ajuar bicicletero: licras, etc. O sea, yo me compré todo porque yo me la creía, ¿ves? ¡Yo era pro! Y además, ¿por qué no me iba a disfrazar yo si igual se disfrazan todos esos chamaquitos? Y así empecé a venir a las rodadas forrada con casco, tapada hasta acá, con mi licra…  

Pero esa primera vez, yo estaba en el pleito con los cambios. Habíamos ido a dar la vuelta a la UTM, y nos metieron por una callecita donde hay un asilo de ancianos o algo asíy yo sin luces. O sea muy pro con mi licra pero sin luces, sin reflejantes y sin una chingada. Unos baches espantosos, subidas, todo oscuro no te quiero contar lo mal que me fue. Y además, yo iba escuchando a los de los chalecos, que llevan sus radios, y que iban haciendo bromas y de más. Y yo: ¡pues qué se creen estos tipejos! ¡Yo peleándome con los cambios y ellos haciendo bromas! Y luego veo que se juntaban aquí en el Oxxo de la Cruz Roja, y a mí se me hacía como lo más extraordinario que alguien pudiera ir arriando a todos, porque no se me ocurre otra palabra: arriar cuatro mil gentes que empezaron a ir a Bicivilízate cuatro mil, sí, así empezaron: eran un titipuchal de personas antes de que surgiéramos un montonal de grupos. Pero a mí se me hacían como lo máximo. O sea, sí decíaqué mamones. Pero al mismo tiempo decía: ay, son mis ídolos. Y después, cuando decían, nos vamos a ir a echar la chela al Oxxo, yo pensaba: ¡yo quiero!  

Y así era todos los miércoles, hasta que un día dije: yo me tengo que meter en ese grupo. Pero mi marido por supuesto que no me creyó que yo de verdad andaba con tanta gente, y que el paseo se hacía larguísimo y terminaba tardísimo. Ya después, a él lo integré yo, pero antes no lo creía. Me decía: ‘a ver, ¿te vas a tal hora y llegas a tal hora? No te creo¿No? Pues vamosEntonces fue así que él empezó a venir, y yo a averiguar cómo hacerme parte del grupo de chalecos para irme a tomar una chela con ellos, porque de verdad me parecían lo máximoY así empecé a conocer gente.

 

Primero, me acuerdo perfecto de Mauis —no sé si la conociste. En una trepada yo ya no podía: iba pedaleando así de ah, ah, ah. No podía con los cambios; no veía nada; ya no tenía para donde hacermeEstaba a punto de mandar todo a la goma. Entonces, me acuerdo perfecto que llegó Mauis y la odié: me empezó a empujar, y lo primero que gritó fue: “¡principiante por la izquierda! ¡Abran paso!”. Y yo, ¿sabes lo que pensé? ¡Estaba enfurecida! Porque además, todo el tramo iba gritando lo mismo: ¡principiante por la izquierda! ¡Principiante por la izquierda!Así que de pronto todo mundo sabía que yo era principiante con disfraz de pro. Eso le pudo a mi orgullo… no sabes, fue lo peor que me pudieron hacer. Entonces dije: perdónenme pero no soy ningún principiante, no me van a andar exhibiendo. empecé a buscar cómo meterme. En los siguientes paseos, me empecé a encontrar a uno de los muchachos que amablemente me ayudó antes de la humillación pública, y un día le dije: yo quiero chambear con ustedes, qué tengo que hacer‘No, pues es que se tiene que abrir convocatoria. Y yo: uy pues qué importantesPero yo duro y dale hasta que hicieron la siguiente convocatoria, y me invitaron. 

 

Entonces, pues ahí voy al chisme de Bicivilízate con todo mundo. Ahí estaba Toño Godoy, que ahora ya es de Secretario en la Secretaría de Movilidadestaba Juan, Iván, Ana Laura, su esposo… todos los fundadores. No, no: eran así los súper guagu. En esa época había un grupo que se llamaba Nosotras en Bici. También salí con ellas, pero me parecía un colectivo exageradamente feminista. Fui un par de veces, a modo mío, y a modo mío metí mi cuchara. Me miraron con cara de tú no sabes nada de la vida, y dije bueno, mejor me voy con los de los miércoles, que están más locos y toman chela. Entonces, con Mauis hicimos química. Sí, después de mi humillación pública, nos hicimos muy buenas amigas. Y un día, Mauis contactó a Laura Benhumea, la fundadora del Colectivo Insolente en la Ciudad de Méxicopara hacer Insolente también en Morelia.

 

Entonces Mauis empieza con Insolente aquí y yo a ir sus paseos. Eran rodadas no tan feministas, más incluyentes, aunque al final eran también sólo para mujeres. Yiba así nada más como dama de compañía: Mauis hacía absolutamete todo y yo la acompañaba. Después, por azares del destino, Mauis tiene que dejar el grupo y, también por azares del destino, acabé yo quedándome con Insolente Morelia. En aquel entonces yo no sabía ni cómo trazar una ruta, no sabía las calles, no sabía nada. Pero varios se ofrecieron a ayudarme, y dije: pues yo le entro. Y así empecé con Insolente, apoyada mucho por otros y desobedeciendo a las Insolentes, porque ellas tampoco permiten hombres en sus rodadas. Insolente Colima, por ejemplo, no permite hombres a no ser que seas el esposo de alguna. Pero yo dije, ¡como por qué no! Así que soy la insolente de las Insolentes por aceptar hombres, y ellas pues ya se resignaron. 

 

En este rescate de Insolente me clavé durísimo. De hecho, me empecé a subir más a la bicicleta porque empecé a tener ya muchos problemas de pareja, y pues en lugar de pelearme con él, yo decía: cómper, y a la bici. O sea, no te voy a matar, así que mejor me trepa la bicicleta y adiós. Me iba a la UTM, a esa subida que me queda cerca de mi casa, hasta que las piernas ya no me daban más. Y así me la llevéA la fecha, si me da por ahorcar a alguien, lo primero que hago es treparme a la bicicleta. Entonces empiezo a liberar todas mis endorfinas y todos mis pecados, hasta ir pensando y aterrizando todas las cosas, y después regreso en santa paz y duermo perfectamente. De hecho, para mí, la bicicleta, además de lo que todo mundo dice que es la libertad, el movimiento, el aire en la cara, es mi paz. El día que yo no me subo a la bicicleta, ando como que me falta algo. Es como si no me lavara los dientes Sí, para mí la bici es eso: la paz.  

 

Bueno, también soy re perrucha, ¿eh?, con los automovilistas. Yo defiendo mi carril a capa y espada. Los que hemos leído y estamos al tanto de los cambios en los reglamentos de tránsito que nos permiten usar un carril entero a los ciclistas, estamos defendiendo mucho eso, porque ya está escrito y hay muchísima resistencia de los automovilistas. Y me han pegado en la salpicadera de mi bici, y he peleado porque me pitan o se me acercan. Ahora que tenemos marcado el carril, me paro y les digo: ‘mira, aquí lo tienes, ¿no ves? Y también me da por andar corrigiendo otros ciclistas: que si los pedales, que si pon bien tu pie, que si pon bien tu asiento, que si tu carril, que si no te pegues a la banqueta. Soy re metiche; no lo puedo evitar. A veces digo: a ver, no voy a decir nada, no voy a saludar a nadie. Pero siempre voy así: ¡hola!¡buenos días!¡hola…!’ Y me ven como cosita rara. Pero así es: te vuelves amable, te vuelves empática. No sé, quizá también mucho es mi carácter: que soy re platiconano lo puedo evitar. Me emparejo con alguien y empiezo a hacer plática. Por ejemplo, aquí en Morelia, es típico que los señores más grandes todavía van en sentido contrario, porque así se usaba, ¿no? Yo no sé por qué lo ven más seguro, pero así era antes: ibas en sentido contrario para que te vieran. Y yo: no, señor, hágase p’acá’. O ‘no se haga tan a la orilla.

Bueno, también soy muy perrucha. Yo defiendo mi carril a capa y espada

Pero cuando llego a mi escuela, nada de perrucha… Mi escuela está en la colonia Obrera. ¡O sea, puras subidas! Por donde le busques, tengo que subir. Entonces no me maquillo tanto. Llego cara lavada, llevo mis toallitas húmedas, me seco el cabello, me lo acomodo, me pongo mi brochazo… y cuando llego, siempre es de ‘¡hola, buenos días a todas!’ Y todas en cambio llegan mentando madres porque el tráfico, porque la combi, porque les cierran la puerta, etcétera. Ah, y aparte, llego a quitarme el chaleco, aun en diciembre que hace frío. Y todo mundo: ¡estás loca! Y yo: pues no, porque entre mi menopausia y que pedaleo de pura subida, perdónenme. Y entonces mis chamacos son los más felices de todos, porque llego, cotorreo, me preguntan por mi bici: maestra, ¿cómo le hace en las subidas?’ Llego con tres toneladas de endorfinas a la clase y no regaño a nadie. Bueno, si se lo merecen pues los regaño, ¿verdad? Pero llego muy contenta, y hasta la forma de regañar cambia. Y sí, sin duda: pedalear me hace mejor maestra. 

 

La primera vez que fui de Morelia a La Villa en bici fue hace cuatro años, y fue al modo mío: de metiche. En mi búsqueda por hacer algo para evitar los pleitos con mi exmarido, me integré al grupo de Don Gabriel. Yo no lo conocía a él, pero en la página de Bicivilízate lo publicaban. Era algo así como Vamos a Cointzio con Don GarbielY un domingo, que mi marido se la pasaba viendo la televisiónyo no tenía nada de ganas de estar viendo la televisión. Entonces trepo mi bici al coche, y: ‘¿a dónde vas?’ Pues con Don Gabriel’. ‘¿Y quién es Don Gabriel?’. ‘No tengo ni idea, yo voy con él’. Y me trepé. Llego al centro, me estaciono, y bajo, por qué no, con todo mi equipo, ya sabes: mi bolsa, mi camello con tres litros de agua (¡pesadísimo!), una sudadera de algodón, mi licra. Súper pro.

 

Entonces llego y veo a un señor ya grande, con los ojos azul intenso, y me saluda muy amable. Y dije: ‘oiga, ¿usted conoce a Don Gabriel?’ ‘Sí, por aquí va a llegar’. ‘Es que van a ir a Cointzio’. ‘No, yo voy a ir a Urétaro, por el aeropuerto. Vamos con la peregrinación Guadalupana’. ‘Ah… No, yo voy con Don Gabriel’. ‘Ah, pues si le dijeron que ahí, ahí búsquelo’

 

Y ahí estoy preguntando por Don Gabriel, y el famoso Don Gabriel por ningún lado. Y el señor de los ojos azules, que es un buen amigo ahora, un señor de setenta, me dice: ‘Pues véngase con nosotros’. Y yo ‘¿pero a dónde van?’ ‘Pues a Urétaro, por donde está la Hacienda Tzintzimeo, antesahí va la metiche de Claudia, porque el tal Don Gabriel no llegó, ni su equipo, y regresarme a mi casa en domingo: no, gracias. Así que dije: pues vamos con los peregrinos en bici. 

no sé ni con quién estoy, pero al tal Don Gabriel ya lo encontré

Son un grupo como de cien gentes, todos con sus jerseys guadalupanos. Todos los domingos van a diferentes parroquias en bici, y llegan a misa de doce, a donde vayan. Entonces pues ahí voy, sin desayunar y sin saber a dónde iba. Era mi primera salida a carretera con grupo y alguien me fue empujando a ratos. Cuando llegamos yo seguí preguntando por el tal Don Gabriel, y así me encontré Ana Laura, una señora preciosa. La veo sentada, con su cabello blanco, muy propia. ‘Hola, buenos días. Estoy buscando a Don Gabriel’. ‘Ah, ahorita llega, yo soy de su grupoAh, qué bueno. Respiré aliviada. Entonces en eso llega Don Gabriel, nos presentan, y me dice: se va a integrar con nosotros para el regreso’. Y yo: ¡en la madre, ¿también pedaleando?! ¡No tenía ni idea! Bueno, total que reúne a su grupo, nos ofrecen el almuerzo, y dice Don Gabriel: ‘pues es muy poquito hasta aquí, ¿por qué no nos vamos hasta Hacienda Tzintzimeo? Si alguien que no está de acuerdo, si quiere se puede regresar…’ Y yo: pura madre que me voy a regresar yo sola. O seani siquiera sé dónde estoy, cómo me voy a regresar sola. 

Total, llegamos a la Hacienda Tzintzimeo y le marco a mi marido: ‘estoy en Hacienda Tzintzimeo, no sé qué hago aquí, me siento a toda madre, y nos vamos a regresar pedaleando’. ‘¡Estás loca! ¡No sabes cuántos kilómetros son!’ ‘No tengo ni idea, no sé ni con quién estoy, pero al tal Don Gabriel ya lo encontré, por eso estoy hasta acá’. 

bueno: mi mejor y mi peor experiencia con el famoso Don Gabriel. Porque de ida, pues la emoción, la adrenalina, la bajadita… no sientes nadaYo hasta les dije: no, estoy a toda madre, está padrísimo, no me duele nada, estoy felizPero de regreso, no te quiero contar: vomité, lloré, me acalambré, me dolía todo. Y Don Gabriel me decía: ‘si te puedes quejar, puedes pedalear Y dale Y no te puedes bajar porque vienes en carreteraY yo: ‘¡ya no quiero! ¡Por favor!’. No te sé decir cómo regresé, pero cuando llegamos a Catedral, me despido de Don Gabriel con ganas de no volver a verlo nunca más: ¡Adiós! Y él, tan tranquilo: ‘Aquí la quiero ver la próxima semana’. Y yo: ‘¡Usted está mal de la cabeza!’ pues regresé.

 

Entonces empecé a salir con ellos a carretera, y un día nos dice: Vamos a La Villa’, yo, de caliente nomás: pues vamos a La VillaDe eso hace cuatro años. Esa primera vez fui siempre en barredoray en planito o con ayuda. Me fueron empujando en esa subida gandallísima cuando sales de Milcumbres hacia San José de la Cumbre. Y en Lerma nos tocó un tormentón con granizo. ¡No sabes! Pedaleabas en el hielo, y mi rodilla ya iba deshecha… la cosa más espantosa. Yo ya decía: qué carajos hago aquí. Y de Toluca para Ciudad de México ya no llegué. Me trepé a un carro y así llegué Ciudad de México, y dijequé loca estoyno vuelvo.   

 

No te sé decir cómo regresé, pero cuando llegamos a Catedral, me despido de Don Gabriel con ganas de no volver a verlo nunca más: ‘¡Adiós!’ Y él, tan tranquilo: ‘Aquí la quiero ver la próxima semana’. Y yo: ‘¡Usted está mal de la cabeza!’ Y pues regresé.

Pero sí volví. Seguí saliendo con los peregrinos, después me empecé a meter más en el cerro, me empecé a fugar cada vez más en la bicicleta, a darle con todo. Yo solita me ponía mis retos, mis tiempos, y el año pasado, otra vez dije: no quiero estar en mi casa, no quiero estar en Morelia, tengo demasiadas broncas. Ya me estaba separando. ¡Pues me pinto de colores! Y me fui para fugarme de todo lo que traía. Y además dije: por qué no ahorita que estoy bien. Si me fui hace cuatro años que no podía, pues ni modo que no vaya ahora.

Desde que salimos me acomodé en punta y así me fui los tres días hasta llegar a La Villa. Es una experiencia increíble ir ahí con la gente, con la devoción de la gente, con lo que ves, con lo que hueles, con lo que oyes, con lo que aprendes de todos. Esto se hace una vez al año. Sales de Morelia el 9 de octubre a las cinco de la mañana, y llegas a Ciudad de México el 11 a las cinco de la mañana. Son trescientos kilómetros. Y además en octubre, ya te imaginas las lluvias. Yo llevaba dos impermeables, mis guantes de látex y otros guantes, desmontadores, cámaras, todo. Ya sabes: yo, pro. Pero la mayoría de la gente va con su fe y nada másLa mayoría son gente grande, gente de pueblo que va en unas bicis que todo les rechina, y si acaso llevan una bolsa de plástico para ponérsela si llueve. Y llegan.

  

La fe en la Guadalupana es realmente lo que mueve todo. Hasta mis amigos me decían‘Ah, ¿vas a La Villa? Pide por nosotros, o pide por mis hijosAsí que ya de plano publiqué‘se llevan peticiones: mándenme sus pecados por inbox y yo pido perdón por ustedes. 

Yo solita me ponía mis retos, mis tiempos,

Y entre los pecados y las peticiones de salud del papá, de la mamá, de los hijos, ya sabes: que a mi hijo le pasó, que a mi hijo la escuela… se empezaron a acumular, y de pronto yo dije: bueno ya. O sea, ¿quién les dijo que soy un cura o qué? Pero luego pensé: por algo. O sea yo sí creo en dios pero creo en un dios de bondadno en uno que te castiga y te culpa y te manda enfermedades y cosas malas para que entiendas. Pero con todo, yo me la creí y me fui así con todas estas peticiones. Además, toda esta experiencia, ahora que la aterrizo, sí tenía mucho que ver con mi estado de ánimo en ese momento, que estaba en pleno proceso de separación. Todas mis fibras estaban sensibles, y además ver la devoción con la que van todos esos peregrinos, que de verdad van a La Villa para pedirle a la Morena un milagro o para agradecerle, ¡con un amor!… ¡todo el ambiente, también!: todo el tiempo ponen canciones guadalupanas, y la gente sale a verte cuando vas pasando por los pueblos, te aplauden, en algunos lugares echan cohetes, y los niños te van chocando la mano al pasar, y te gritan: ‘sí se puede’, y ‘ánimo’, y yo llevando todas las peticiones y los pecados… es una cosa que nomás de acordarme se me eriza la piel. No te puedo explicar todo lo que me ayudó. 

Además, me acuerdo que ahí por Tuxpan, me tocó ver a este peregrino en su bici sin una pierna, dije: ay no, Claudia, si te quejas tú porque no puedes te pateovoy a buscar a alguien que te patee. Y además traes un montón de encomiendas de personas que te dijeron: tienes que llegar a La Villa porque vas a pedir por mí, o por mi hijo, o por alguien. Y las peticiones se seguían acumulando. O sea, tenía el teléfono saturado de mensajes, así de: Claus, soy fulano de tal, puedes pedir por mi mamá que… Y yo: en la madre, ¿quién es éste? Y ¿quién les dijo que yo quiero pedir por todos ustedes, si apenas puedo con mis pecados? No inventen. Pero al final me la creí, me creí de verdad lo de las encomiendas, y dije yo tengo que llegar y pedir por todos. 

 

Aunque la fe también se puede presentar de otras formas. Ese año iban dos sacerdotes pedaleando, y uno iba de guíay yo por eso me puse en punta: porque vi que el cura tenía unas nalgas buenísimas. No sabes, iba con sus licras aquí, y ¡unos piernonones así!, y yo decía: ¡pero por qué me hacen esto! Y lo veía así como cuando al caballo le ponen la zanahoria para que camine, así iba yo atrás del curita. ¿Ndicen que Dios tiene sus instrumentos para motivarnos? Pues a mí si no me hubieran puesto al padre, no llego. Y además, entré en punta la Ciudad de México. 

 

Llegar así a La Villa es de lo más padre que me ha pasado en mi vida. Éramos un montonal de ciclistas los que llegamos, porque en el camino se van uniendo más: los de Guadalajara, los de Morelia, los de Toluca.

 

Entramos hechos la madre, rapidísimo. Parecía que llevábamos prisa para que nos perdonara la Morena. Además, estaba lloviendo y hacía un frío endemoniado. Yo entré junto con Marichui, una amiga de Quiroga que hace cuatro años me fue empujando. Yo cada vez que la veo se lo agradezco. Y este año me tocó a mí irla despertando. Porque te duermes en la carretera, te lo juro; es increíble. Yo decía: no te puedes dormir si vas pedaleando. Pues sí, sí puedes: te vence el cansancio. Es que de hecho casi no duermes. Llegas a Toluca el día anterior a las seis de la tarde, la misa es a las ocho, alcanzas a merendar algo y después medio te duermes, pero en realidad no te duermes porque a las 12 de la noche hay que estar ya listos para salir de nuevo rumbo a la Marquesa llegar a la Basílica a las seis de la mañana. Es de pedalear toda la nocheAsí que íbamos entrando y me decía Marichuime estoy durmiendo, no me dejes dormirPero de pronto se me quedaba dormida cuando entrábamos por Paseo de la Reforma, y se iba de lado, y yo: ¡Ey, Marichui!, y ‘¡despierta, mira, ya estamos aquí!’, y le iba cantando, le iba contando chistes. 

 

Llegar así a La Villa es de lo más padre que me ha pasado en mi vida. Éramos un montonal de ciclistas los que llegamos, porque en el camino se van uniendo más: los de Guadalajara, los de Morelia, los de Toluca. Y todos con su uniforme guadalupano, porque si no traes uniforme te mandan a la cola. Y entra todo mundo a la Basílica con todo y su bici, pasas sobre todas las personas que están ahí durmiendo, y a nosotros nos abren una puerta especial, y pasas por debajo del manto de la Virgen. ¡Eso es una experiencia no te la puedo explicar! Para toda la gente, después del esfuerzo, del cansancio de tres días, con toda su fe y su devoción, pasar por debajo del manto, es algo que se siente muy especial, incluso para mí, que creo en dios y en la religión muy a mi manera. Pero la gente va porque trae algo en su cabeza y en su corazón con lo que no puede, porque a lo mejor juraron un año que no iban a tomar y ese día se terminó, o no sé, por tanas cosasY lo sientes cuando vas entrando ahí con todos. Además, pasas rapidísimo, y yo con tantos pecados y encomiendas de todo mundo, nomás pude llegar y decir: un dos tres por mí y por todos mis amigosPorque cómo me iba a acordar así, tan rápido, de los pecados de todos¡si no retengo la orina, mucho menos los pecados! 

En esta experiencia, me tocó ver y pedalear con dos personas que… uno no tiene brazo y el otro no tiene pierna, y eso ha sido un verdadero aprendizaje para mí. Por eso, cada vez que alguien me dice ‘no puedo, lo remito a ellos. A mí no me digan que no se puede andar en bici porque ellos pueden, y van al cerro, y van a carreteraEsta es de las lecciones que más tengo clavadas, y siempre se las platico a mis chavas de la Biciescuela. Porque para mí es padrísimo ver que pedaleando pueden ir en contra de sus miedosen contra de todo lo que les dijeron, de cómo tenían qué ser y de qué cosas no podían hacer. Desde que empecé con Biciescuela Insolente hace tres años, llevo ya diez chavas que han adoptado la bicicletay que son un ejemplo de lo que les digo: que todas podemos.

puedo compartir con otras mujeres cómo ganar confianza, cómo vencer los miedos, cómo ahora soy mañosa para andar en las calles, cómo saludo a la gente, cómo convivo desde la bicicleta.

   Compartir esta historia

Redes de Clau Huerta

Colaboradores

Entrevista: Alejandro Zamora

Revisión: María Ávila

Fotografía: Fernando Tinoco y Fernando Hernández

Jorge Humberto Flores

A mi ritmo

"Claro, el no querer usar el coche es casi una cuestión de principios, pero también de placer. Y también tiene que ver con algo que me marcó: a mí me dio un infarto, andando en bicicleta."

Jorge Humberto Flores

A mi ritmo

Morelia, Michoacán, Café La Guarecita, 8 de agosto de 2019. 

 

Yo nací en el 62. Toda mi infancia la viví en un pueblo muy pequeño, entre huertas de guayabos, el cultivo de la fresa, y muchas hortalizas. Nuestra vida era un poco de campo, y en ese sentido la bicicleta era nuestro único medio de transporte. A pie y en bicicleta. Eran otros años. 

 

Jacona está cerca de Zamora —que realmente es la ciudad que más se conoce. De ahí son mis abuelos y la familia de mi madre. Tengo muchas raíces importantes en esta población, porque ahí forjé mis primeras experiencias; ahí leí mi primer libro, y eso empieza gracias a que mi abuelo tenía una biblioteca muy pequeñita, muy modesta. Él era el único boticario del pueblo, entonces era como el médico de la población y ayudaba a mucha gente. Gracias a él, y a que había libros, pude leer. Mis primeros libros fueron de Mark Twain: me eché todos los de Huckleberry Finn, y Tom Sawyer. La vida te da opciones, porque ante esa cerrazón económica, pues yo era un chavito de primaria leyendo a Mark Twain, y con bicicleta.

 

Zamora y Jacona están muy cerca, pero hay una condición:  Zamora tiene un nombre español, es una ciudad establecida y fundada por españoles, y al lado está una ciudad prehispánica, que es Jacona. De hecho, su nombre se escribía con “X”, “Xacona”. Después se mexicanizó y se escribió con “J”. Pero siempre había una cuestión de desigualdad entre Jacona y Zamora. A esa edad ves el fenómeno y no lo entiendes, pero ya ahorita, con el paso del tiempo, dices: bueno, esa desigualdad era por esa condición original que se respiraba en el aire, y aunque sabías que ahí estaba, nadie hablaba de eso, era como un tabú.

 

Mi padre pues se dedicaba a varias cosas: primero fue empleado del antiguo Banco de Zamora. No sé si lo conociste. Y de ahí se movió a un negocio de bienes raíces, y cuando vendía los terrenos necesitaba ayuda para hacer las letras. Nosotros le ayudamos a hacerlas. Para cada terreno debíamos rellenar los datos con máquina de escribir y toda la onda, y luego había que ir a cobrar, y como nosotros teníamos las bicis, mi papá decía: “ah, pues se la pasan haciendo recorridos en la bici, mejor que se pongan a cobrar.” Y nos pusimos a cobrar.

Imagínate, dos chavitos en bicla: uno se iba para un lado del pueblo, otro se iba para otro, cobrando las letras de los terrenos que la gente compraba en Jacona, en los nuevos fraccionamientos, hacia donde estaba creciendo la ciudad en ese momento. Imagínate unos niños cobrando una letra. Teníamos como diez o doce años cuando mucho, y los compradores nos daban la lana… Pero eran otros tiempos. 

 

 

Ahora que veo la de Stranger Things, yo tenía una bicicleta como esas que parecían un poco más chopper, como de biker; que traían el asiento largo donde podía caber otra persona atrás. Y pues como ya trabajábamos con mi padre, mi tía dijo después, “bueno, vamos a ocuparlos también,” y entonces luego de que cobrábamos las letras, nos poníamos a repartir bolis.

 

 

¿Te acuerdas de los bolis? Unos cilindritos de plástico con un líquido de sabor; les hacías un hoyito con los dientes, y ya, te lo tomabas. Mi tía tuvo problemas en su matrimonio y se puso a hacerlos y a venderlos a las pequeñitas tiendas de abarrotes. Nosotros éramos los repartidores. Se lo agradezco a mi tía y a mi padre, porque nos dieron esa cultura del trabajo, que finalmente, era nuestra cultura de la bicicleta.

Fiesta en casa con los abuelos. Jacona, Mich., ca. 1968. Autor desconocido. De izquierda a derecha: Ignacia Velázquez de Romero, Juan José Flores Romero, Jorge Humberto Flores Romero, Don José Romero y Martha Beatríz Flores Romero.

No me acuerdo exactamente cuándo aprendí a andar en bici, porque mi padre no nos enseñó, y a lo mejor también eso lo agradezco porque tengo una cultura autodidacta: aprendí viendo a mi hermano. Es al contrario de mi caso, porque yo enseñé a mis hijas a andar en bicicleta, y ellas lo recuerdan. Eso para mí es más significativo: ellas ya tienen un recuerdo en el cuál yo las enseñé a andar en bici. Una de mis hijas recuerda que ella iba pedaleando y pensaba que yo iba atrás deteniéndola, pero yo ya la había soltado hacía rato. A la más grande le compré una bici y se aventó toda su universidad así.

 

 

Yo nací cerca de todos los movimientos importantes del 68. Era muy pequeño, pero ya estaba en el aire toda esa onda de los sesentas. Vamos, te estoy hablando del gobierno de Díaz Ordaz y de Luis Echeverría Álvarez: las devaluaciones, el dólar a 12,52, el halconazo, el 68. Me tocó ver en la televisión de mi abuelo el alunizaje, en blanco y negro. Está en mis memorias. Los sesentas eran una época en la que México estaba completamente desconectado. En la prepa, empezaba a escuchar a David Bowie, pero en ese tiempo, era muy complicado conseguir ese tipo de música. No podías conseguir discos porque no había forma; a veces sí íbamos a comprar música a ciudades como México o Guadalajara, por supuesto, y si no, los cuates que iban a Estados Unidos traían discos y te juntabas con ellos a escuchar música. Era todo un fenómeno muy propio de México en esa época.

 

 

Vine a Morelia para estudiar la universidad, después de la secundaria en Jacona y la prepa en Zamora. Llegué aquí en los años ochenta. La carrera de arquitectura se acababa de abrir hacía un año o año y medio. Yo me salí de mi casa para vivir aquí con un grupo de amigos. Al día siguiente de salirme, ya era mi bronca hacerme de comer; que eso también lo agradezco muchísimo. La facultad ya estaba en Ciudad Universitaria y yo vivía tan cerca que a veces iba caminando, pero usaba la bici para otras cosas. Tenía una bici amarilla, Benotto, de esas que eran más de pista, muy utilizadas en la época de los setentas. En Zamora y Jacona había y hay bastante más cultura ciclista como medio de transporte y trabajo. Aquí en Morelia, en esa época no había mucha gente que se moviera en bicicleta; éramos pocos, muy pocos.

 
J_H_Flores_05
Triciclos y ruedas en el patio. Jacona, Mich., ca. 1973. Autor desconocido. De izquierda a derecha: Rosa Silvia Flores Romero, Martha Beatríz Flores Romero., Samuel Aguilar Romero, Juan Carlos Aguilar Romero y Angélica Yolanda Flores Romero.

Las primeras clases las di en el 88, y empecé en una universidad privada, en La Vasco —hoy en día soy profesor de la Universidad Michoacana. La Vasco no estaba en Santa María (de hecho, ese campus nuevo lo diseñamos nosotros con el antiguo director). En ese momento, la facultad estaba por el actual Star Médica. Yo llegaba con mi bici y la amarraba con la cadena en un espacio debajo de la escalera, pero a pesar de que ningún otro profesor llegaba en bici, la mía no era una bici solitaria: estaba junto a la del intendente y la del poli. Muchos años después, me enteré de que por eso los estudiantes no me bajaban de panadero. Y ¡qué bien!, porque se sigue vinculando con una condición de trabajo. La bici traía un estigma.

 

El coche fue un intruso incómodo en mi condición de ciclista. Para mí la bici como medio de transporte fue un proceso natural: desde que terminé la carrera, me iba a trabajar en mi bici. Trabajaba en una constructora, y me movía en mi bici amarilla. Había una conexión natural entre bici y producción, o trabajo. Ya después, me compré un coche, más por insistencia de mi esposa (acabamos comprando un vocho). Pero mi condición de ciclista siguió estando ahí, siempre, y ya ahora me muevo casi completamente en bici.

 

¿La diferencia en mi experiencia de la ciudad? Pues andar en la bici te da una visión de la ciudad muy diferente que andar en coche. Ahorita lo veo con la perspectiva que me permite la edad, porque finalmente la bici te brinda muchas cosas que el auto te quita. En coche vas en una cápsula, desvinculado de lo que está sucediendo afuera, hasta puedes poner tu música. Digo, en la bici también la puedes traer, pero vas más en contacto con tu entorno. Aparte, se vincula la bici con las clases populares, y por eso, como parte de nuestra cultura clasista, quienes andan en bici son estigmatizados. En eso también el coche te está quitando algo como persona y como sociedad: en bici te sumas a la gente trabajadora, y si te encuentras a otro ciclista, pues lo saludas o pláticas. Siempre pasa. Eso a mí se me hace genial: esta condición de solidaridad entre ciclistas. En un auto, pues te la van mentando.

 

¿Por qué la solidaridad? Mira, yo nunca lo he podido explicar, pero es algo que se da. Un rato estuve yendo al cerro, y en el camino siempre había pinchaduras u otros problemas, y no tenías bronca en dejarle tu cámara a un cuate que ni conocías, o hasta tu herramienta, y luego esta misma persona te buscaba para regresarte la herramienta. Así es.

 

Y finalmente, esa condición me llevó más a entender que la bicicleta es un buen aliado para fortalecerse y cuidarse en el día a día.

Claro, el no querer usar el coche es casi una cuestión de principios, pero también de placer. Y también tiene que ver con algo que me marcó: a mí me dio un infarto, andando en bicicleta.


Íbamos con mi esposa de regreso de un restaurante, aquí en el centro. Era jueves santo, un jueves de asueto. Íbamos subiendo por la curvita esa de la calle del Star Médica, y empecé a sentir una palpitación, una arritmia, y dije: bueno, siempre que vas subiendo, pues sientes el esfuerzo, y sientes que el corazón está trabajando. Pero esta vez no se bajó la arritmia. Entonces llegué a mi casa en la bici…y de allí al hospital. Llegué caminando a urgencias, pero de pronto, como que se reseteó… y me desperté al día siguiente… y dije: mira, está chingón el día para ir a correr ahorita, a ver si me dan de alta.


Pero no, el proceso iba a ser largo. En un principio, el doctor en Morelia me dijo que ya no podría volver a subirme a una bicicleta. Y dije no, eso no puede ser así. O sea, ¿qué necesito hacer para poder volver a subirme a la bicicleta? Sí, quizás a otras personas eso las hubiera llevado a dejar la bici, pero para mí fue todo lo contrario.


Tuve que ir todo un año a rehabilitación a la Ciudad de México para poder continuar con mi vida, porque después de eso como que estás viviendo horas extras, y el poder subirme a la bici era lo que más extrañaba. Hasta en las sesiones con el psicólogo —porque la rehabilitación incluye nutriólogo, psicólogo, cardiólogo, un terapeuta físico, y muchos especialistas que te ven de diferentes ángulos— siempre salía la bicicleta; siempre hablaba de cómo extrañaba el andar en bici. Eso y el poder jugar con mis hijas. Cuando llegué a la rehabilitación física, vi que era una rehabilitación en bici estacionaria, y dije no, pues ya llegué al paraíso. Usé la bici estacionaria, caminé y corrí en la banda, hasta que pude andar otra vez en bici. Y finalmente, esa condición me llevó más a entender que la bicicleta es un buen aliado para fortalecerse y cuidarse en el día a día.

 

"la bici me ayuda a estar atento a lo que me está pasando, a tener más autoconciencia, más sensibilidad a los cambios."

Ahora voy a mi propio ritmo. Ya entendí que la enfermedad es una condición, que es parte de tu vida misma. O sea, la tienes que llevar y la llevas contigo. Pero la bici me ayuda a estar atento a lo que me está pasando, a tener más autoconciencia, más sensibilidad a los cambios. Por eso yo prefiero ir a mi ritmo, en lugar de salir corriendo, o de agarrar el coche agitado. Esta experiencia me sirvió para pacificar muchas cosas, y la bici permitió que esos procesos entraran de manera más natural a mi vida. Es un poco eso: en la bici cambias tu ritmo de vida. Y aparte, pues sí, es muy rico. 

 

También siento que la bici es una actividad productiva. Para mí, está muy vinculada con mi trabajo: llego al despacho en bici, y como el despacho tiene una alta rotación de arquitectos jóvenes, siempre uno o dos se van de ahí evangelizados y con bici. Mi activismo es así: a escala pequeña, personal. Y a la universidad, pues la bici me ayuda a llegar acelerado. O sea, acelerado bien: yo llego en la bici a las siete de la mañana y pues ya voy como 10 kilómetros adelante de los chavos, que llegan todos dormidos, lagañosos, o de malas. Lluvia, frío o lo que sea, tú llegas en bici y te sientes bien, con muy buen humor.

 

También una de las cosas que a mí me queda muy clara, es que en la bici los sentidos los traigo pero así, mira: súper al tiro los sentidos. El sentido de la vista, el oído, el olfato… y el tacto, pues a través de la bici vas sintiendo las superficies, el ambiente, todo, ¿no?, si están bien, si están mal… tú vas leyendo la ciudad.

   Compartir esta historia

Colaboradores

Entrevista: Alejandro Zamora

Redacción: María Ávila

Revisión: Alejandro Zamora

Fotografías personales: archivo familiar de Jorge Humberto Flores

Fotografía stock: Marían Amuchástegui

Osvaldo Armon

El armón y la mantis

Osvaldo Armon

El armón y la mantis

Ese fue un punto de quiebre muy importante para mí, porque allí me di cuenta de lo que sí pueden hacer unos pocos locos. Así es como se transforma la sociedad, como los vuelcos ocurren.

Morelia, Centro Histórico. 5 de Agosto de 2019 y 7 de Julio de 2020. Su taller estaba en la calle Abasolo, a unas cuadras de la Plaza Carrillo, en una vieja casa tradicional del centro histórico de la Ciudad de Morelia. La compartía con otros emprendedores y estudiantes como un espacio de trabajo común. Ahí se podían ver algunas de las creaciones de Osvaldo Armon: principalmente mobiliario urbano para ciclistas, pero también objetos más insólitos como el perrogrúa —que sintetiza dos de sus grandes amores: a los animales y a las bicicletas. Único en su género, este pequeño mecanismo se fija en un extremo a la bicicleta y en el otro al collar del perro. Su diseño permite a ambos canalizar energía de dos fuentes distintas (la humana y la canina) hacia un fin común: desplazarse y pasear. Un beneficio, un gozo compartidos en el movimiento mismo, y en el que se diría que ambas especies encuentran una forma de comunicación. En todo caso, los objetos que crea evidencian esa facultad de Osvaldo de pensar las cosas desde la materia, desde el movimiento, y en su interrelación mecánica. En ese espacio, rodeados de esos objetos, tuvimos la primera de varias conversaciones.

Osvaldo Armon (6)

Armonmanto. El nombre y logo de mi empresa nacieron con la simbiosis de dos elementos: el armón y la mantis. Armon es el segundo nombre que llevo en el ambiente de la movilidad y en redes sociales. Muchos creen que me llamo Ramón, y que nomás juego con las dos primeras letras. Ya cuando las personas agarran un poquito de confianza, generalmente preguntan qué significa. La mantis llegó después. En las culturas nahuatlacas, las personas tenían un segundo bautizo: el primer nombre era con el que nacían, y el segundo lo adoptaban en algún momento de su vida temprana. Había personas que a lo largo de su vida podían tener un nombre compuesto de tres o cuatro nombres, y cada uno de estos lo identificaban con etapas de su vida. Para mí fue muy claro ese segundo nombre. Osvaldo Armon.

 

Desde niño he tenido puntos de quiebre, momentos en donde percibía que era por ahí, y, aunque al principio no sabía cómo, luego lo iba definiendo, y haciendo las cosas. Creo que a todo el mundo le pasa algo así en su vida. A todos. Tenemos puntos de quiebre, y líneas que se cruzan. Uno de esos momentos fue cuando nos metieron a la cárcel por andar en bici.

 

Empecé a participar en la asociación Bicivilízate Michoacán A.C. en el 2010, y cuando empezamos, pues era una locura: nadie te pelaba. Fue bien curioso porque entré en ese año, justo cuando se formalizó la asociación, y firmamos el acta constitutiva. En escasos seis meses, tanto el municipio como el gobierno del estado ya nos tomaban como los especialistas del tema. Por esta razón, me clavé mucho en la infraestructura. De hecho, fui el coordinador técnico de la asociación en un par de periodos, y representaba a la asociación en las juntas donde se trataba de infraestructura ciclista. Eventualmente, a mí me tocó asesorar a varios funcionarios públicos.

Ahora me encuentro cursando un diplomado sobre “Calles e infraestructura verde”, y nuestro proyecto se enfoca en la Avenida Lázaro Cárdenas, el tramo de Carrillo al mercado Independencia. En un transcurso de quince minutos, sobre este tramo de ochocientos metros, el transporte público mueve a novecientas personas, entre veinte combis, nueve camiones y quince suburbanos, y en movilidad no motorizada, pasan cuatrocientas noventa personas, entre bicicletas, vehículos ciclistas de uso comercial, y personas a pie. Mientras que en movilidad motorizada privada, noventa y ocho coches, y treinta y nueve taxis mueven sólo a doscientas personas. Sumadas todas las personas que usan vehículos motorizados generan poco más de una tonelada de CO2, por desplazamiento promedio. Y esta Avenida, tan importante y tan transitada por personas a pie y en bici, no tiene incorporado un sistema que facilite la movilidad no motorizada en ella.

Las ciudades se diseñan con visión de parabrisas.

Las ciudades se diseñan con visión de parabrisas. ¿Has visto las luces que están incrustadas en las banquetas en las calles del centro? ¿Has caminado sobre ellas? Son peligrosísimas: si llueve, se vuelven resbalosas, y, además, es incómodo andar caminando con el tremendo farolazo. Ah, pero cuando vas en el coche, los edificios se ven bien bonitos desde ahí. Eso viene de un urbanista clásico que diseñó dentro de su coche, con visión de parabrisas.

 

Mucho tiempo atrás, cuando tenía cinco o seis años, mi papá y un tío me construyeron un carrito infantil que en el ambiente familiar era conocido como “armón”, que el día de hoy todavía tengo guardado en casa de mis papás. El armón es un vehículo de fierro de cuatro ruedas, del tamaño de una mesa de café, y tiene una palanca vertical que genera una transmisión de movimiento hacia las ruedas traseras. De origen, antiguamente estos carritos se utilizaban para dar mantenimiento a las vías de tren: dos personas se subían, uno subía la palanca, y el otro la bajaba. No sé en qué momento pasó a ser un juguete infantil. Con veintidós kilos, pesaba lo mismo que yo a mis 6 años de edad, pero allí lo traía. Me propulsaba con los brazos, y le daba la dirección con los pies. Hay algunos objetos que te maximizan: te permiten hacer cosas que tu propio cuerpo no podría hacer. Veía aviones, y le ponía una tabla al armón como si fueran sus alas; veía trenecitos, y le ponía una avalancha, y luego le amarraba una patineta, y me llevaba a todos. Ahí íbamos mis dos hermanas, mis dos primos, tres vecinos, y yo. Todo el mundo me ubicaba con ese carrito. Siempre fuí muy introvertido, y de alguna forma el armón se volvió una herramienta de socialización. “Nadie te separaba del pinche armón,” me decían.

Aprendí a andar en bici en el Planetario. Según cuenta mi mamá, el primer trayecto que hice solo fue a los ocho o nueve años. Me fui pedaleando tres kilómetros de la Volkswagen de Acueducto, donde yo vivía, hasta el Memorial, en Camelinas. El armón era más lento que una bici, y empecé a usarlo menos.

Siempre fui muy inquieto, muy curioso, y me gustaba entender el porqué de las cosas. Cuando tenía quince años, dos días antes de salir de tercero de secundaria, hubo una huelga de maestros. Sin ellos, todos andábamos haciendo lo que se nos pegaba la gana dentro de la escuela. Pura ociosidad. Y me puse a dibujar en el pizarrón, y dibujé el logo de mi empresa de vehículos. Todavía no entendía ni qué tipo de vehículos, pero me dije: le voy a poner Armones de México. Nunca me llamaron la atención los vehículos motorizados, pero no entendía qué eran los vehículos ciclistas. No tenía ese concepto en mi cabeza, pero percibía que era por allí.

 

Cuando tenía 17 años tuve un encuentro muy peculiar. Desde niño, leía libros técnicos y enciclopedias de animales: leía acerca de los mamíferos, réptiles, y sus especies y subespecies. Sabía mucho de mamíferos, pero de los que había investigado menos eran de los insectos. Un día, ya en la preparatoria, me llamó mucho la atención la mantis religiosa. La mantis tiene características biológicas muy distintas al resto de insectos: es un animal voraz, puede comer seis veces su peso, y se mimetiza. Empecé a preguntarle a mis tíos y a mi papá en dónde podía encontrar una. A los pocos días, un tío me dijo: acabo de ver una en mi jardín, ¡vente! Ahí la ando buscando por horas, y nunca la encontré.


A los dos o tres días, una mantis me encontró a mí.

Estaba dormido en mi cuarto, anteriormente bodega con techo de asbesto, ubicado en la azotea de la casa de mis padres. Era un horno durante el día, y un refri durante la noche. Tanto así que no se metían ni moscas. Dormía un domingo por la mañana y de repente sentí algo en la mano izquierda, debajo de las cobijas. Por reacción, apreté la mano y me desperté. Jalé la cobija, abrí la mano, y era una mantis. No la maté, como que nomás le saqué el desayuno. Digo, me consta, porque la estuve cuidando, y la solté en el Bosque Cuauhtémoc. Diferentes culturas la han incorporado a su mitología. Los europeos, que le han puesto los nombres científicos a los animales, le llamaron mantis religiosa.  Le pusieron ese apellido porque se decía que cuando una persona veía a una mantis en su camino, su destino estaba ligado hacia donde apuntaba sus extremidades. Fue mi primer encuentro con ese animal mitológico. Y dije, pues, ¿cuál es mi destino? ¿No?

su destino estaba ligado hacia donde apuntaban sus extremidades. Fue mi primer encuentro con ese animal mitológico. Y dije, pues ¿cuál es mi destino? 

Un año después estaba haciendo una maqueta de un barco y la hice de cartón. Siempre he sido muy meticuloso y no dormí toda la noche. Estaba al centro de un amplio patio techado, en una mesa con superficie de trabajo de vidrio. Y allí estaba cortando el cartón, ya tenía el barco prácticamente acabado, y pues estaba todo oscuro. Eran las cuatro treinta de la mañana, oscuro, silencioso, sin ningún ruido, y yo estaba allí con una lámpara, y de repente entró una mantis verde, se paró allí en medio de la mesa. Parecía como de otro planeta. Son animales muy muy especiales, porque tienen una cabeza triangular que gira. Entonces se paró, y volteó a verme. Así estuvimos un momento, no sé cuánto duró eso. Voló, y se me paró en el hombro. Después, se fue. Ese fue mi segundo encuentro con una mantis. Desde entonces, estoy esperando el tercero.

Durante la prepa y la universidad, hice algunos inventos. Empecé con mis andanzas en segundo de prepa, para luego participar en un concurso llamado La Feria de la Ciencia de la escuela privada Tomás Jefferson. El premio fue una beca para estudiar tercero de prepa allí. Hice un remolque de una rueda para bicis, aunque nunca había visto uno así. Concursé, y quedé en tercer lugar, ganando la beca. Luego decidí estudiar Ingeniería mecánica en el TEC de Morelia.

 

Era como el raro, porque si bien la mecánica tiene que ver con todo —para hacer cualquier cosa necesitas un mecanismo—, en la carrera prácticamente todos estaban enfocados en la automotriz. Aunque el foco de la carrera no era ese —había sólo una clase de motores de combustión interna— todos se querían ir por allí. La industria automotriz estaba fuerte en México, y eran buenos sueldos. Y aunque a mí siempre me ha llamado la atención la estética de los coches, sus motores, nunca. Entonces, en esos años, mis proyectos siempre iban vinculados con la bici, y, más tarde, construí un vehículo ciclista de tres ruedas con el mecanismo motriz del armón.

Estoy tratando de responder a tu pregunta… Todo esto en algún punto regresa a lo que hago ahorita. Cuando salí de la universidad, me di cuenta de que estos vehículos de propulsión humana iban a ser inventos del doctor Chunga, y no iban a tener relevancia de nada, ni siquiera los iba a poder rodar, más que en un estacionamiento vacío, porque ¿qué hacer si hacía falta el ecosistema donde vivieran esos animales de fierro?

Recién cuando me integré a la asociación Bicivilizate, uno de los compañeros me invitó a una marcha ciclista. Llegamos a la casa de una de las chavas en una colonia que está al lado de Ventura Puente. Llegamos cotorreando. Eran unas veintitrés personas. Más o menos mitad hombres y mitad mujeres. Mi compañero y yo éramos los únicos de Bicivilízate; yo no conocía casi a nadie, nada más a uno, de dos o tres reuniones. De repente, se empezaron a quitar las playeras, hombres y mujeres, pues era salir encuerados: me encontré en la primera marcha ciclonudista en Morelia, en el 2010. El que me invitó, siendo profesor de la universidad Michoacana, cuando vio que todos se iban a encuerar, se fue para evitar problemas en su trabajo. Yo me quedé. Creo que puede servir para algo, pensé. Y pues a pintarnos. A mí me pintaron una leyenda en la espalda que decía: las calles también son nuestras.

De esa casa, nos fuimos en bici. Éramos una fila de veintitantos. Lo único que traíamos con nuestros cuerpos eran las bicis. De hecho, hasta salimos en un libro de un cuate de esa bola, fotógrafo profesional, que documenta manifestaciones. Salimos sobre la calle del río, por la Avenida Solidaridad, y empezamos a rodar hacia Ventura Puente. Apenas alcanzamos a rodar ocho cuadras, tal vez diez, cuando llegó un operativo como de cuarenta fulanos, judiciales del gobierno del estado, cortando cartucho con ametralladoras, y con armas de alto poder. Los vecinos habían llamado a la policía. Nos emboscaron como si fuéramos narcotraficantes. No nos dejaron llegar ni a la Ventura Puente. Nos quitaron las bicis, nos esposaron, y nos llevaron a las patrullas. Subieron a todos los hombres en una, y fui el único hombre que me subieron a la otra, con las mujeres. Pensé: esto está de la chingada, puede pasar algo muy delicado, estos güeyes nos pueden hacer lo que sea. Hay miles de historias de gente que se la llevan los policías, y los madrean, se los violan,… y lo que se sabe.

Creo que los demás compañeros no estaban tan alarmados. Yo no era activista, y muchos de ellos ya lo eran ¿no? Sí los vi estresados, pero no tan alarmados como yo. Nos llevaron a barandillas. Curiosamente, las bicis las metieron al corralón. Nos pusieron una multa por los vehículos, una multa administrativa, y teníamos que pagar treinta pesos por bici. Nos separaron en dos grupos, hombres y mujeres, pero nos pusieron a todos en una celda vacía. Nos dejaron hablar por teléfono. De alguna forma, nos sentimos seguros, y empezamos a cotorrear. Incluso a jugar: nos dividimos en dos grupos donde unos eran cazadores, y otros eran lobos. El chiste es que empezamos desestresarnos, y estuvimos tres, cuatro horas, no lo sé, toda la tarde, hasta que en la noche fueron llegando los familiares para sacarnos de allí.

Nos asesoramos, y se hizo un desmadre mediáticamente. Se nos acercó un abogado, Doctor en Derechos Humanos, Gumesindo García Morelos, que es muy famoso nacionalmente, y nos hizo la defensa. Lo primero que hicimos fue refutar las multas, los treinta pesos por bici. Violaron nuestros derechos constitucionales, y todavía nos querían cobrar por secuestrarnos las bicis. Logramos no pagar nada, y sacaron las bicis del corralón: mi bici, que estaba recién comprada hacía dos días, terminó toda rayada. Nos regresamos todos por el libramiento, agarrando un carril, ya no encuerados.

La marcha ciclonudista, eso ya lo supe después, es un fenómeno que ha ocurrido desde hace décadas, y en un montón de países. Es un reclamo del uso del espacio para visibilizar las carencias de la ciudad en términos de seguridad para los ciclistas, y con el objetivo de reclamar mejores condiciones e infraestructura. La forma de hacerlo desnudo busca evidenciar una metáfora: ahora sí me ves. Nos metieron a la cárcel y estuvo muy estresante. No se lo deseo a nadie, pero pasó. Después de la marcha, se alcanzaron los objetivos más rápido. Ese fue un punto de quiebre muy importante para mí, porque allí me di cuenta de lo que sí pueden hacer unos pocos locos. Así es como se transforma la sociedad, como los vuelcos ocurren. Me vinculé con la sociedad de forma activa, estuve trabajando mucho con la asociación, fui parte de la mesa directiva de Bicivilizate. Entendí que como se iba a transformar la situación era siendo funcionario público, o siendo activista. El activismo me ha cambiado totalmente la forma de ver las cosas. Aunque actualmente no me identifico como activista: No es que sea “hay, es que soy activista.” ¡Nombre! Lo haces porque lo puedes hacer.

Estuve activo dentro de la asociación seis años. Los que antes éramos los “hippies” por usar la bici, ahorita ya empezamos a capitalizar los conocimientos. Fue así como crecimos, y hubo un momento que me empecé a dedicar a mis inventos, porque tienen todas estas potencias para impactar la ciudad, y transformarla. Y allí nació Armonmanto, mi empresa, haciendo un ejercicio de unir dos símbolos: la máquina y el animal. Intervenir una ciudad, impactar mi sociedad, a través de la bici, pues es algo que te marca, ¿no?

   Compartir esta historia

Proyectos e iniciativas de Osvaldo

 

Colaboradores
Entrevista: Alejandro Zamora y María Ávila
Redacción: María Ávila
Revisión: Alejandro Zamora

Ana Laura Tejeda

Esta diversidad de amigos

Ana Laura Tejeda

Esta diversidad de amigos

Algunos pacientes, cuando ven que llego en bicicleta, le preguntan a mi secretaria: ¿y qué la doctora no se puede comprar un coche?

Morelia, Mich., Agosto 7 de 2019. Conversamos con la Dra. Ana Laura Tejeda después de su última consulta del día. Su consultorio está en la Clínica Galeno, sobre la calle Isidro Huarte, muy cerca del Hospital Civil de Morelia. Algunos pacientes, al ver que llega en bicicleta, le han preguntado a su secretaria si acaso la doctora no se puede comprar un coche. Sí que puede, pero prefiere la bici. Esa tarde nos explicó por qué.

Hay personas aquí en Morelia que creen que yo toda la vida he andado en bicicleta, y que por eso a mi edad la sigo usando. Pero no: es una habilidad que recuperé recientemente. Aunque siempre me he considerado una persona activa, tanto en el sentido profesional como en el personal, por muchos años, la bicicleta no fue parte de mis rutinas. Soy médico, tengo sesenta y cuatro años, y a mis hijas les digo que mi mejor casco, además del que llevo puesto, son mis canas. 

Aprendí a andar en bici como todos los niños en la ciudad de México. Éramos siete hermanos y mi papá nos enseñó a todos. A mí me enseñó a los seis o siete años. Recuerdo que él iba detrás de mí, deteniendo la bicicleta para que yo lograra el equilibrio, y una vez que lo conseguía, me soltaba y ya no me veía el polvo. 

La bici pasó a formar parte de los juegos de la infancia. Vivíamos en la colonia Jardín Balbuena, en la ciudad de México, y todas las tardes salíamos a jugar a la calle. Las demás familias también eran numerosas, así que por las tardes se llenaba de niños. Como no podía haber siete bicicletas en casa, teníamos otros juguetes. Mi papá era muy creativo y hacía muchas cosas, como unos carritos hechos con tablas y llantas. También teníamos un patín del diablo. 

Pero bicicletas, creo que lo más que llegamos a tener fueron tres. Así que nos las ingeniábamos para ir dos o tres en cada una: uno en el cuadro, otro atrás en los diablitos. Mi hermana, mayor que yo por cuatro años, organizaba competencias. Le decían La Pilota porque ella manejaba la bici y llevaba a alguno de nosotros en los diablitos o en una parrilla. Ella, como un bólido: pasaba y a los que íbamos atrás nos dejaba medio embarrados en los arbustos. Teníamos la colonia para nosotros porque no había ningún coche. Se accedía por auto hasta llegar a una vía cerrada y luego venían los conjuntos de casas con sus andadores peatonales. Una podía ir de retorno en retorno, sin tener contacto con los coches, así que la zona de acción era muy amplia. Allí jugábamos hasta que nos llamaban para la merienda, y todo mundo a su casa.

Llegué a la edad adulta, me casé y tuve dos hijas. Por esa época, había aumentado muchísimo la inseguridad y la contaminación en la ciudad de México. Mis hijas estaban en el kínder, y se vino una rachita de días en los que los alumnos no podían salir de las aulas a la hora del recreo a causa de la contaminación. En esos días de “contingencia”, tomaban el almuerzo en el aula. Mi hija, la mayor, empezó a extrañar salir a jugar, pues en casa, las actividades al aire libre también se habían limitado porque vivíamos en un departamento sin áreas de juego, y sobre una avenida. Hasta que en una ocasión nos propuso: ¿y por qué no quitamos la sala y ponemos pasto?

 

en casa, las actividades al aire libre también se habían limitado porque vivíamos en un departamento sin áreas de juego, y sobre una avenida. Hasta que en una ocasión mi hija nos propuso: ¿y por qué no quitamos la sala y ponemos pasto?

Como papá, sientes horrible, porque ¿de dónde le sacas lo verde a un departamento? ¡Por más que tengas plantitas! Intentamos jugar en el garaje del edificio, que tenía una rampa. Allí jugábamos con el triciclo y la bicicleta, porque desplazarse con triciclo y bicicleta a un parque entre semana era muy difícil. Nuestras hijas necesitaban tener algo más que casa y escuela. Esto último caló hondo y creo que fue la gota que derramó el vaso. Eso hizo que buscáramos salir de la ciudad.

 

En 1995 se dio la oportunidad de mudarnos. Llegar a Morelia fue llegar a un lugar tranquilo. Vivíamos por La Huerta. Nos gustó quedar en un extremo de la ciudad: menos bullicio, menos tráfico. Pero no era una ubicación muy céntrica y dependíamos del auto para llevar a las hijas a la escuela. Recuerdo que en la ciudad de México nosotros las teníamos en escuelas Montessori y en Morelia sólo había una del otro lado de la ciudad. Y con mi esposo decidimos: pues van a seguir en Montessori, es lo que nosotros queremos para ellas. A los conocidos les parecía extraño que lleváramos a las hijas a una escuela que quedaba al otro lado de la ciudad, lo que nos implicaba sólo veinte minutos. Comparado con las distancias y tiempos en la CDMX, estaba de lujo.

Llegamos a un fraccionamiento cerrado que nos pareció maravilloso. ¡Por fin van a poder sacar las bicicletas y jugar en la calle! Y para nuestra sorpresa, nuestra hija mayor, de nueve años —la que preguntó si podía sembrar pasto en el departamento— ya se había acostumbrado a quedarse en casa, leyendo. ¡Allá afuera está lo verde que querías! ¡No, ya no le interesaba! Lo único que le gustaba era estar leyendo y de ahí no la pudimos sacar.  La chica, en cambio, llegó de menor edad, aprendió a usar la bicicleta y salía con sus amigas: descubrió la libertad en el fraccionamiento y lo disfrutó mucho más. Todavía en el fraccionamiento hacíamos a veces recorridos en bici y nos aventurábamos los cuatro a salir a la Calzada de La Huerta. Pero nos causaba mucha inseguridad por los coches, así que lo dejábamos como de paseo, los domingos, y sólo un rato. Nos volvimos muy temerosos, y finalmente desistimos.

Cuando Ana, mi hija mayor, se fue a estudiar la maestría a Londres, lo primero que hizo fue comprarse una bici. Hizo sus cálculos, porque iba becada, y le convenía más comprar la bici, por economía. La primera se la robaron al poquito tiempo, aun con candado. Después se hizo de otra bicicleta porque sí, de todos modos, le convenía más moverse así. Londres no me gustó para la bici. En alguna ocasión la visitamos e hicimos varios recorridos: ella en su bici y nosotros en el autobús. Y yo quedé así, ¡aterrada! No hay carriles confinados. Y los camiones estos tan bonitos que se ven, tan emblemáticos, les van pisando los talones a los ciclistas. Cuando vi a mi hija desde el autobús y ella pedaleando adelante, sufrí pensando que el chofer podría atropellarla. Pero también la sentí a ella ya muy posesionada de las calles, y ejerciendo más sus derechos, y con una actitud de que a quien la golpeara, le iba a ir mal, ¿no? Ella sentía la bici como una liberación y yo la veía feliz. En la ciudad de México, donde había estado estudiando la universidad, se movía en auto. Llegar a la maestría y moverse en bici fue un ahorro en su economía, que era importante, un desplazamiento mucho más ágil y una sensación de libertad. De tal forma que cuando regresé, dije: es que Morelia es perfecto para andar en bici. Si mi hija ha podido y ha sorteado todo, yo también.

Decidí desempolvar y acondicionar una bici que había comprado en 1978, cuando me fui con mi esposo al servicio social a Nayarit. Allá vivíamos en una ranchería y decidimos comprar bicicletas de ruta para irnos a la playa, de la que estábamos como a diez kilómetros. Pero resultó que la carretera era muy angosta, con muchas curvas, muy insegura, y allí lo abortamos. Las bicicletas se quedaron para moverse dentro de la ranchería. Y esa es la bicicleta que sigo teniendo hasta la fecha. Aquí en Morelia, me busqué un taller y le pedí al señor que si podía cambiar el manubrio y los pedales, y empecé a venirme en ella al hospital. Desde que tomé la bici, ya no la he soltado.

mi experiencia con la bici ha tenido de todo, desde los autos que se impacientan y me pasan muy cerca, hasta dos accidentes provocados por automovilistas que me aventaron el auto en forma intencional y agresiva

Mi esposo e hijas se preocuparon por mi decisión de usar la bici como medio de transporte para ir al trabajo. Cada vez que salía se ponían muy tensos y yo tenía que librar el: no, te van a matar; no, no lo hagas. Al final, me dijeron: bueno, pero ponte un casco, aunque sea ponte un casco. Y debo reconocer que el casco sí me ayudó en tres caídas. Porque mi experiencia con la bici ha tenido de todo, desde los autos que se impacientan y me pasan muy cerca, hasta dos accidentes provocados por automovilistas que me aventaron el auto en forma intencional y agresiva. Me obligaron a moverme porque ellos consideraron que yo estaba invadiendo su carril, y que no tenía derecho de estar allí. Ahora entiendo que es por ignorancia de los automovilistas: creen que la calle es sólo de ellos y que yo no debería estar allí. Y es que, en México, la bici como medio de transporte está confinada a esa idea de pueblo bicicletero, de que es para los que no tiene acceso ni a transporte público ni a automóvil. Algunos pacientes, cuando ven que llego en bicicleta, le preguntan a mi secretaria: ¿y qué la doctora no se puede comprar un coche? Eso habla mal del médico porque no le está alcanzando ni para comprarse uno. Como que desciendo en el ranking y eso lo relacionan con no ser buen médico. De hecho, compañeros médicos de la ciudad de México ven a los ciclistas como una epidemia a combatir. Preguntan cuando ven a ciclistas: Pero ¿cómo lo permiten? Y cuando les digo que yo soy ciclista, se justifican diciendo: bueno, pero tú sí respetas, ¿verdad? Tú sí vas en la orilla; tú no “invades” el carril. Cuando yo, en realidad, sí “invado” el carril. ¿Bueno, pero te metes en sentido contrario?, me preguntan, ¿te subes a las banquetas? No, eso no lo hago.

Yo tomé una decisión en libertad: aquí tengo el coche y lo encierro. ¿Qué es lo que me dio la bici? No me dio esta libertad, porque ya la tenía, ya tenía la libertad de movimiento, sino que me dio el contacto urbano. He conocido comercios que no sabía que había, que yo pasaba por alto en el coche. He conocido lo que compone las calles: la tiendita, el zapatero, la verdulería. Ya tengo a mis marchantes de ciertas cosas: del queso, de la verdura, de la carne. Entonces, eso me ha permitido incluso hacer barrio, que yo no lo hacía. Me paro, orillo la bici, entro, compro y ¡vámonos! En años de hacer ese trayecto en automóvil, no había descubierto esos comercios. La bici te da tiempo de eso. Puedes ir bobeando, como yo: qué hay de nuevo, qué comercio ya cerró, qué comercio ya abrió, qué baches nuevos hay, que eso siempre es una novedad aquí en Morelia. Me voy entreteniendo. No voy con prisa. Y trato de ir cambiando la ruta. Ahora voy por acá, ahora voy por allá. Tengo mis rutas consentidas porque tienen menos baches, o más vida. Todos los días es un paseo.

Desde el principio armé una estrategia: hacerme visible y respetable

Desde el principio armé una estrategia: hacerme visible y respetable. Y decidí salir vestida con vestido, con tacones, que se viera como que no era la deportista que estaba haciendo ejercicio, sino alguien desplazándose a su trabajo. Quería que visiblemente me identificaran así. De repente, la gente me empezó a decirme ¡adiós!, como al bicho raro, la viejita que va allí en bicicleta. ¡Adiós! Incluso había gente que me hablaba en inglés, y yo decía: es que ellos no pueden aceptar que alguien mexicano, de Morelia, esté haciendo estas cosas. Una señora de esa edad en bicicleta tiene que ser extranjera, sólo así justifican que una mujer bien vestida ande en bici. Y bueno, yo aproveché todo eso, y decía bye-bye, o lo que sea. Entonces, a la gente le llamaba la atención, y por curiosidad bajaban la velocidad, se hacían a un lado, y me fueron concediendo el espacio. Por eso les digo a mis hijas que, además de casco, me protegen las canas.

Morelia es una ciudad con rasgos conservadores. Mi estrategia de hacerme visible incluye que yo puedo andar en bici con vestido. De repente se me puede subir el vestido, y no me importa, creo que no es igual que con una joven. Pero la sociedad no ve con buenos ojos que pueda estar enseñando la pierna. Otro rasgo conservador es que mucha gente se pregunta cómo una mujer se va a estar desplazando de noche en bicicleta y me comentan que me pongo en peligro, y que no son horarios para que una mujer ande en bici. O que las mujeres no tienen por qué estar en la calle de noche y bueno, que si te subes a la bicicleta, te expones a que pasen y te den una nalgada. Es como si tu estuvieras concediendo que suceda. En lugar de decir: no, el que está mal es el que lo está haciendo; la gente piensa que eres tú la que está concediendo.

Si me preguntan cuál creo que sería la mejor estrategia para lograr que se use más la bicicleta como medio de transporte, diría que hay que sacar más mujeres a la bici. Creo que el ver a una mujer arreglada para el trabajo o llevando niños le confiere respeto y ayuda a que los choferes piensen que podría ser su familia. Porque tengo la sensación de que la gente menosprecia el que alguien se mueva en bicicleta como deporte. Como que dicen: ay, cuánto tiempo tiene para desperdiciar, ¿no? Como que les da coraje que otra persona pueda estar en la bici y no ellos. ¡Pero no lo dicen! Y si ven a las personas que van a trabajar, que van vestidos para su trabajo, sea el que sea, con su ropa de trabajo, y no como deportista, le confieren más respeto. Por eso, quisiera ver a mis compañeros médicos desplazándose en bici con su traje o con su bata.

 

Si estuviera en mis manos decidir sobre las calles de la ciudad, la primera calle que haría con confinamiento ciclista sería Lázaro Cárdenas, en todo su trayecto. Ninguna calle como esa. Lázaro Cárdenas es una avenida llena de ciclistas: albañiles, mensajeros, afiladores. Y, sí, lo ves: el señor que va rumbo a la obra, se la juega, se la juega todos los días. Un carril bici beneficiaría a muchísima gente y le daría una visibilidad enorme al ciclista. Los niños que van a la escuela por allí podrían usar el carril sintiéndose seguros y, claro, la escuela tendría que destinar un lugar para guardarlas. Serían pequeñas acciones, pero que poco a poco irían ganando.

Ahora participo como apoyo en el paseo nocturno de los miércoles, un programa de Bicivilizate AC que promueve el uso de la bicicleta. Yo ya rodaba cuando empezaron estos paseos nocturnos de Bicivilizate, y participé en esos paseos nocturnos casi desde su inicio. Recuerdo la primera vez que acudí. Mi esposo me llevó en coche con la bici. Me entregó casi casi allí en la plaza. Fue con el organizador, que además había sido alumno suyo, y le dijo: te encargo a mi esposa. ¡Así! Te la encargo y al rato vengo por ella. Me sentía como la niña que llevaban a la escuela de bicis. Al final del recorrido, fue por mí en coche. En esos paseos descubrí la bici de otro modo: no sólo como medio de transporte. Allí conocí a personas que salían a ruta y me invitaron a salir con ellos. Allí conocí ese otro mundo: recorrer caminos a los que no hubiera llegado en coche, conocer paisajes y oler los cultivos y el bosque. También conocí y me incorporé a las peregrinaciones de los ciclistas guadalupanos. Ellos salen a diferentes poblaciones dentro del estado como preparación para la peregrinación a la Villa de Guadalupe en la Ciudad de México. Los recorridos a la ciudad de México alcanzan los dos mil ciclistas y duran dos días completos.

Mi esposo e hija menor poco a poco se fueron animando con la bici, aunque de forma distinta. Mi esposo tomó la bicicleta no como ciclista urbano, sino como ciclista de ruta, y esto nos permitió una convivencia diferente porque ahora los domingos nos íbamos los dos a andar en bici, con su nuevo grupo de amistades. A mi hija, la menor, no le atraía mucho y se movía en la ciudad de México en auto. Aunque ya había visto a la hermana en la bici, y ya me había visto a mí, tuvo que experimentarlo por ella misma. Un día, su coche empezó a darle problemas y no podía cambiarlo. Entonces dijo: me voy a subir en la bici. Se subió, e hizo menos tiempo y ahorró gasolina. Ahora, está encantada.

Si no fuera la ciclista de hoy, yo no tendría esta diversidad de amigos de todas las edades, desde 15 hasta 75 años. Me habría quedado con las amistades de mi edad

Con el tiempo he aprendido a moverme en la ciudad: me animo a usarla de noche, y los fines de semana salgo a ruta. Yo podría haber seguido con el auto, pero decidí ya no usarlo. Si no fuera la ciclista de hoy, yo no tendría esta diversidad de amigos de todas las edades, desde 15 hasta 75 años. Me habría quedado con las amistades de mi edad: quizás ir al cine, quizás ir a tomar un café… ¡ir sólo a lugares ya establecidos! Con las amistades de mi edad, no puedo pararme en la calle, en un Oxxo, y tomarme una cerveza allí, como sí sucede con los ciclistas. Los jóvenes me tienen actualizada en su forma de socializar. Me divierten como no tienes idea, y me alegran la vida con sus puntadas. Y con los ciclistas mayores, platicamos de todo.

Si no fuera la ciclista de hoy, para estas alturas ya estaría como la mayoría de la gente de mi edad: tomando, cuando menos, la pastilla de la presión. Yo creo que básicamente el ochenta por ciento de la gente de mi edad que no hace ningún ejercicio, lo menos que está tomando es una pastilla al día y es para la presión. De allí vienen los que ya tienen diabetes, sobrepeso o con enfermedad cardiaca. A esta edad se empiezan a acumular una cantidad de enfermedades crónicas que terminas desayunando de dos a muchas pastillas.

Sí, creo que el futuro de cualquier país es regresar a la bicicleta, por donde se vea.

   Compartir historia

Colaboradores

Entrevista: Alejandro Zamora

Redacción: María Ávila

Revisión: Alejandro Zamora

Fotografía: Itzel Ávila