Narrativas comunitarias
de ciclismo urbano en México

Ana Laura Tejeda

Esta diversidad de amigos

Algunos pacientes, cuando ven que llego en bicicleta, le preguntan a mi secretaria: ¿y qué la doctora no se puede comprar un coche?

Morelia, Mich., Agosto 7 de 2019. Conversamos con la Dra. Ana Laura Tejeda después de su última consulta del día. Su consultorio está en la Clínica Galeno, sobre la calle Isidro Huarte, muy cerca del Hospital Civil de Morelia. Algunos pacientes, al ver que llega en bicicleta, le han preguntado a su secretaria si acaso la doctora no se puede comprar un coche. Sí que puede, pero prefiere la bici. Esa tarde nos explicó por qué.

Hay personas aquí en Morelia que creen que yo toda la vida he andado en bicicleta, y que por eso a mi edad la sigo usando. Pero no: es una habilidad que recuperé recientemente. Aunque siempre me he considerado una persona activa, tanto en el sentido profesional como en el personal, por muchos años, la bicicleta no fue parte de mis rutinas. Soy médico, tengo sesenta y cuatro años, y a mis hijas les digo que mi mejor casco, además del que llevo puesto, son mis canas. 

Aprendí a andar en bici como todos los niños en la ciudad de México. Éramos siete hermanos y mi papá nos enseñó a todos. A mí me enseñó a los seis o siete años. Recuerdo que él iba detrás de mí, deteniendo la bicicleta para que yo lograra el equilibrio, y una vez que lo conseguía, me soltaba y ya no me veía el polvo. 

La bici pasó a formar parte de los juegos de la infancia. Vivíamos en la colonia Jardín Balbuena, en la ciudad de México, y todas las tardes salíamos a jugar a la calle. Las demás familias también eran numerosas, así que por las tardes se llenaba de niños. Como no podía haber siete bicicletas en casa, teníamos otros juguetes. Mi papá era muy creativo y hacía muchas cosas, como unos carritos hechos con tablas y llantas. También teníamos un patín del diablo. 

Pero bicicletas, creo que lo más que llegamos a tener fueron tres. Así que nos las ingeniábamos para ir dos o tres en cada una: uno en el cuadro, otro atrás en los diablitos. Mi hermana, mayor que yo por cuatro años, organizaba competencias. Le decían La Pilota porque ella manejaba la bici y llevaba a alguno de nosotros en los diablitos o en una parrilla. Ella, como un bólido: pasaba y a los que íbamos atrás nos dejaba medio embarrados en los arbustos. Teníamos la colonia para nosotros porque no había ningún coche. Se accedía por auto hasta llegar a una vía cerrada y luego venían los conjuntos de casas con sus andadores peatonales. Una podía ir de retorno en retorno, sin tener contacto con los coches, así que la zona de acción era muy amplia. Allí jugábamos hasta que nos llamaban para la merienda, y todo mundo a su casa.

Llegué a la edad adulta, me casé y tuve dos hijas. Por esa época, había aumentado muchísimo la inseguridad y la contaminación en la ciudad de México. Mis hijas estaban en el kínder, y se vino una rachita de días en los que los alumnos no podían salir de las aulas a la hora del recreo a causa de la contaminación. En esos días de “contingencia”, tomaban el almuerzo en el aula. Mi hija, la mayor, empezó a extrañar salir a jugar, pues en casa, las actividades al aire libre también se habían limitado porque vivíamos en un departamento sin áreas de juego, y sobre una avenida. Hasta que en una ocasión nos propuso: ¿y por qué no quitamos la sala y ponemos pasto?

 

en casa, las actividades al aire libre también se habían limitado porque vivíamos en un departamento sin áreas de juego, y sobre una avenida. Hasta que en una ocasión mi hija nos propuso: ¿y por qué no quitamos la sala y ponemos pasto?

Como papá, sientes horrible, porque ¿de dónde le sacas lo verde a un departamento? ¡Por más que tengas plantitas! Intentamos jugar en el garaje del edificio, que tenía una rampa. Allí jugábamos con el triciclo y la bicicleta, porque desplazarse con triciclo y bicicleta a un parque entre semana era muy difícil. Nuestras hijas necesitaban tener algo más que casa y escuela. Esto último caló hondo y creo que fue la gota que derramó el vaso. Eso hizo que buscáramos salir de la ciudad.

 

En 1995 se dio la oportunidad de mudarnos. Llegar a Morelia fue llegar a un lugar tranquilo. Vivíamos por La Huerta. Nos gustó quedar en un extremo de la ciudad: menos bullicio, menos tráfico. Pero no era una ubicación muy céntrica y dependíamos del auto para llevar a las hijas a la escuela. Recuerdo que en la ciudad de México nosotros las teníamos en escuelas Montessori y en Morelia sólo había una del otro lado de la ciudad. Y con mi esposo decidimos: pues van a seguir en Montessori, es lo que nosotros queremos para ellas. A los conocidos les parecía extraño que lleváramos a las hijas a una escuela que quedaba al otro lado de la ciudad, lo que nos implicaba sólo veinte minutos. Comparado con las distancias y tiempos en la CDMX, estaba de lujo.

Llegamos a un fraccionamiento cerrado que nos pareció maravilloso. ¡Por fin van a poder sacar las bicicletas y jugar en la calle! Y para nuestra sorpresa, nuestra hija mayor, de nueve años —la que preguntó si podía sembrar pasto en el departamento— ya se había acostumbrado a quedarse en casa, leyendo. ¡Allá afuera está lo verde que querías! ¡No, ya no le interesaba! Lo único que le gustaba era estar leyendo y de ahí no la pudimos sacar.  La chica, en cambio, llegó de menor edad, aprendió a usar la bicicleta y salía con sus amigas: descubrió la libertad en el fraccionamiento y lo disfrutó mucho más. Todavía en el fraccionamiento hacíamos a veces recorridos en bici y nos aventurábamos los cuatro a salir a la Calzada de La Huerta. Pero nos causaba mucha inseguridad por los coches, así que lo dejábamos como de paseo, los domingos, y sólo un rato. Nos volvimos muy temerosos, y finalmente desistimos.

Cuando Ana, mi hija mayor, se fue a estudiar la maestría a Londres, lo primero que hizo fue comprarse una bici. Hizo sus cálculos, porque iba becada, y le convenía más comprar la bici, por economía. La primera se la robaron al poquito tiempo, aun con candado. Después se hizo de otra bicicleta porque sí, de todos modos, le convenía más moverse así. Londres no me gustó para la bici. En alguna ocasión la visitamos e hicimos varios recorridos: ella en su bici y nosotros en el autobús. Y yo quedé así, ¡aterrada! No hay carriles confinados. Y los camiones estos tan bonitos que se ven, tan emblemáticos, les van pisando los talones a los ciclistas. Cuando vi a mi hija desde el autobús y ella pedaleando adelante, sufrí pensando que el chofer podría atropellarla. Pero también la sentí a ella ya muy posesionada de las calles, y ejerciendo más sus derechos, y con una actitud de que a quien la golpeara, le iba a ir mal, ¿no? Ella sentía la bici como una liberación y yo la veía feliz. En la ciudad de México, donde había estado estudiando la universidad, se movía en auto. Llegar a la maestría y moverse en bici fue un ahorro en su economía, que era importante, un desplazamiento mucho más ágil y una sensación de libertad. De tal forma que cuando regresé, dije: es que Morelia es perfecto para andar en bici. Si mi hija ha podido y ha sorteado todo, yo también.

Decidí desempolvar y acondicionar una bici que había comprado en 1978, cuando me fui con mi esposo al servicio social a Nayarit. Allá vivíamos en una ranchería y decidimos comprar bicicletas de ruta para irnos a la playa, de la que estábamos como a diez kilómetros. Pero resultó que la carretera era muy angosta, con muchas curvas, muy insegura, y allí lo abortamos. Las bicicletas se quedaron para moverse dentro de la ranchería. Y esa es la bicicleta que sigo teniendo hasta la fecha. Aquí en Morelia, me busqué un taller y le pedí al señor que si podía cambiar el manubrio y los pedales, y empecé a venirme en ella al hospital. Desde que tomé la bici, ya no la he soltado.

mi experiencia con la bici ha tenido de todo, desde los autos que se impacientan y me pasan muy cerca, hasta dos accidentes provocados por automovilistas que me aventaron el auto en forma intencional y agresiva

Mi esposo e hijas se preocuparon por mi decisión de usar la bici como medio de transporte para ir al trabajo. Cada vez que salía se ponían muy tensos y yo tenía que librar el: no, te van a matar; no, no lo hagas. Al final, me dijeron: bueno, pero ponte un casco, aunque sea ponte un casco. Y debo reconocer que el casco sí me ayudó en tres caídas. Porque mi experiencia con la bici ha tenido de todo, desde los autos que se impacientan y me pasan muy cerca, hasta dos accidentes provocados por automovilistas que me aventaron el auto en forma intencional y agresiva. Me obligaron a moverme porque ellos consideraron que yo estaba invadiendo su carril, y que no tenía derecho de estar allí. Ahora entiendo que es por ignorancia de los automovilistas: creen que la calle es sólo de ellos y que yo no debería estar allí. Y es que, en México, la bici como medio de transporte está confinada a esa idea de pueblo bicicletero, de que es para los que no tiene acceso ni a transporte público ni a automóvil. Algunos pacientes, cuando ven que llego en bicicleta, le preguntan a mi secretaria: ¿y qué la doctora no se puede comprar un coche? Eso habla mal del médico porque no le está alcanzando ni para comprarse uno. Como que desciendo en el ranking y eso lo relacionan con no ser buen médico. De hecho, compañeros médicos de la ciudad de México ven a los ciclistas como una epidemia a combatir. Preguntan cuando ven a ciclistas: Pero ¿cómo lo permiten? Y cuando les digo que yo soy ciclista, se justifican diciendo: bueno, pero tú sí respetas, ¿verdad? Tú sí vas en la orilla; tú no “invades” el carril. Cuando yo, en realidad, sí “invado” el carril. ¿Bueno, pero te metes en sentido contrario?, me preguntan, ¿te subes a las banquetas? No, eso no lo hago.

Yo tomé una decisión en libertad: aquí tengo el coche y lo encierro. ¿Qué es lo que me dio la bici? No me dio esta libertad, porque ya la tenía, ya tenía la libertad de movimiento, sino que me dio el contacto urbano. He conocido comercios que no sabía que había, que yo pasaba por alto en el coche. He conocido lo que compone las calles: la tiendita, el zapatero, la verdulería. Ya tengo a mis marchantes de ciertas cosas: del queso, de la verdura, de la carne. Entonces, eso me ha permitido incluso hacer barrio, que yo no lo hacía. Me paro, orillo la bici, entro, compro y ¡vámonos! En años de hacer ese trayecto en automóvil, no había descubierto esos comercios. La bici te da tiempo de eso. Puedes ir bobeando, como yo: qué hay de nuevo, qué comercio ya cerró, qué comercio ya abrió, qué baches nuevos hay, que eso siempre es una novedad aquí en Morelia. Me voy entreteniendo. No voy con prisa. Y trato de ir cambiando la ruta. Ahora voy por acá, ahora voy por allá. Tengo mis rutas consentidas porque tienen menos baches, o más vida. Todos los días es un paseo.

Desde el principio armé una estrategia: hacerme visible y respetable

Desde el principio armé una estrategia: hacerme visible y respetable. Y decidí salir vestida con vestido, con tacones, que se viera como que no era la deportista que estaba haciendo ejercicio, sino alguien desplazándose a su trabajo. Quería que visiblemente me identificaran así. De repente, la gente me empezó a decirme ¡adiós!, como al bicho raro, la viejita que va allí en bicicleta. ¡Adiós! Incluso había gente que me hablaba en inglés, y yo decía: es que ellos no pueden aceptar que alguien mexicano, de Morelia, esté haciendo estas cosas. Una señora de esa edad en bicicleta tiene que ser extranjera, sólo así justifican que una mujer bien vestida ande en bici. Y bueno, yo aproveché todo eso, y decía bye-bye, o lo que sea. Entonces, a la gente le llamaba la atención, y por curiosidad bajaban la velocidad, se hacían a un lado, y me fueron concediendo el espacio. Por eso les digo a mis hijas que, además de casco, me protegen las canas.

Morelia es una ciudad con rasgos conservadores. Mi estrategia de hacerme visible incluye que yo puedo andar en bici con vestido. De repente se me puede subir el vestido, y no me importa, creo que no es igual que con una joven. Pero la sociedad no ve con buenos ojos que pueda estar enseñando la pierna. Otro rasgo conservador es que mucha gente se pregunta cómo una mujer se va a estar desplazando de noche en bicicleta y me comentan que me pongo en peligro, y que no son horarios para que una mujer ande en bici. O que las mujeres no tienen por qué estar en la calle de noche y bueno, que si te subes a la bicicleta, te expones a que pasen y te den una nalgada. Es como si tu estuvieras concediendo que suceda. En lugar de decir: no, el que está mal es el que lo está haciendo; la gente piensa que eres tú la que está concediendo.

Si me preguntan cuál creo que sería la mejor estrategia para lograr que se use más la bicicleta como medio de transporte, diría que hay que sacar más mujeres a la bici. Creo que el ver a una mujer arreglada para el trabajo o llevando niños le confiere respeto y ayuda a que los choferes piensen que podría ser su familia. Porque tengo la sensación de que la gente menosprecia el que alguien se mueva en bicicleta como deporte. Como que dicen: ay, cuánto tiempo tiene para desperdiciar, ¿no? Como que les da coraje que otra persona pueda estar en la bici y no ellos. ¡Pero no lo dicen! Y si ven a las personas que van a trabajar, que van vestidos para su trabajo, sea el que sea, con su ropa de trabajo, y no como deportista, le confieren más respeto. Por eso, quisiera ver a mis compañeros médicos desplazándose en bici con su traje o con su bata.

 

Si estuviera en mis manos decidir sobre las calles de la ciudad, la primera calle que haría con confinamiento ciclista sería Lázaro Cárdenas, en todo su trayecto. Ninguna calle como esa. Lázaro Cárdenas es una avenida llena de ciclistas: albañiles, mensajeros, afiladores. Y, sí, lo ves: el señor que va rumbo a la obra, se la juega, se la juega todos los días. Un carril bici beneficiaría a muchísima gente y le daría una visibilidad enorme al ciclista. Los niños que van a la escuela por allí podrían usar el carril sintiéndose seguros y, claro, la escuela tendría que destinar un lugar para guardarlas. Serían pequeñas acciones, pero que poco a poco irían ganando.

Ahora participo como apoyo en el paseo nocturno de los miércoles, un programa de Bicivilizate AC que promueve el uso de la bicicleta. Yo ya rodaba cuando empezaron estos paseos nocturnos de Bicivilizate, y participé en esos paseos nocturnos casi desde su inicio. Recuerdo la primera vez que acudí. Mi esposo me llevó en coche con la bici. Me entregó casi casi allí en la plaza. Fue con el organizador, que además había sido alumno suyo, y le dijo: te encargo a mi esposa. ¡Así! Te la encargo y al rato vengo por ella. Me sentía como la niña que llevaban a la escuela de bicis. Al final del recorrido, fue por mí en coche. En esos paseos descubrí la bici de otro modo: no sólo como medio de transporte. Allí conocí a personas que salían a ruta y me invitaron a salir con ellos. Allí conocí ese otro mundo: recorrer caminos a los que no hubiera llegado en coche, conocer paisajes y oler los cultivos y el bosque. También conocí y me incorporé a las peregrinaciones de los ciclistas guadalupanos. Ellos salen a diferentes poblaciones dentro del estado como preparación para la peregrinación a la Villa de Guadalupe en la Ciudad de México. Los recorridos a la ciudad de México alcanzan los dos mil ciclistas y duran dos días completos.

Mi esposo e hija menor poco a poco se fueron animando con la bici, aunque de forma distinta. Mi esposo tomó la bicicleta no como ciclista urbano, sino como ciclista de ruta, y esto nos permitió una convivencia diferente porque ahora los domingos nos íbamos los dos a andar en bici, con su nuevo grupo de amistades. A mi hija, la menor, no le atraía mucho y se movía en la ciudad de México en auto. Aunque ya había visto a la hermana en la bici, y ya me había visto a mí, tuvo que experimentarlo por ella misma. Un día, su coche empezó a darle problemas y no podía cambiarlo. Entonces dijo: me voy a subir en la bici. Se subió, e hizo menos tiempo y ahorró gasolina. Ahora, está encantada.

Si no fuera la ciclista de hoy, yo no tendría esta diversidad de amigos de todas las edades, desde 15 hasta 75 años. Me habría quedado con las amistades de mi edad

Con el tiempo he aprendido a moverme en la ciudad: me animo a usarla de noche, y los fines de semana salgo a ruta. Yo podría haber seguido con el auto, pero decidí ya no usarlo. Si no fuera la ciclista de hoy, yo no tendría esta diversidad de amigos de todas las edades, desde 15 hasta 75 años. Me habría quedado con las amistades de mi edad: quizás ir al cine, quizás ir a tomar un café… ¡ir sólo a lugares ya establecidos! Con las amistades de mi edad, no puedo pararme en la calle, en un Oxxo, y tomarme una cerveza allí, como sí sucede con los ciclistas. Los jóvenes me tienen actualizada en su forma de socializar. Me divierten como no tienes idea, y me alegran la vida con sus puntadas. Y con los ciclistas mayores, platicamos de todo.

Si no fuera la ciclista de hoy, para estas alturas ya estaría como la mayoría de la gente de mi edad: tomando, cuando menos, la pastilla de la presión. Yo creo que básicamente el ochenta por ciento de la gente de mi edad que no hace ningún ejercicio, lo menos que está tomando es una pastilla al día y es para la presión. De allí vienen los que ya tienen diabetes, sobrepeso o con enfermedad cardiaca. A esta edad se empiezan a acumular una cantidad de enfermedades crónicas que terminas desayunando de dos a muchas pastillas.

Sí, creo que el futuro de cualquier país es regresar a la bicicleta, por donde se vea.

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Colaboradores

Entrevista: Alejandro Zamora

Redacción: María Ávila

Revisión: Alejandro Zamora

Fotografía: Itzel Ávila

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