Miguel Mariano Alatorre
Descubrir que hay vida
Tijuana, febrero de 2022
Nací en Tijuana. Soy cien por ciento de aquí. Tijuanense. Estudié negocios en la Universidad Autónoma de Baja California, y después una maestría en Estudios de la Población en el Colegio de la Frontera Norte. Soy de aquí, de Playa, y desde que estaba chiquito andaba en la bici. Playa ahorita está super lleno, pero hace treinta y tantos años no había gente, eran las manzanas vacías, eran dos o tres casas. Entonces yo andaba con mis amigos en la bicicleta, teníamos como nuestra pandilla de amigos en bici, y es lo que hacíamos todas las tardes: andábamos en bici en los baldíos.
De ahí, como sucede con muchas personas, al menos de mi generación, luego llega la adolescencia y ahí está el carro, las fiestas, y… dejas la bici. Y ahí se queda. Ya no lo retomas o lo retomas ya después de mucho tiempo. Yo lo retomé precisamente cuando terminé el posgrado. En esa época, yo dije: quiero irme, quiero desaparecer un rato de tanta escuela, quiero viajar. Y me puse a investigar, y vi gente que viajaba en sus bicicletas con alforjas, y dije: “wow, eso se ve increíble, yo quiero hacer eso.” Necesitaba despejarme, despejarme del posgrado, que había sido la exigencia de dedicación total a un programa, a la investigación, a la tesis… y de repente termina eso y yo necesito hacer otra cosa, despejar mi mente, dejar de leer cosas por cinco minutos, y ver qué hago.
Tenía una bicicleta Trek 7.1 fx. Una bicicleta sencilla, de aluminio. Le puse unos racks y alforjas que más o menos le adapté, y a ver hasta dónde llegaba. Mi intención era llegar a Los Cabos, pero para esto yo tenía años sin andar en la bicicleta, estaba completamente fuera de condición. ¡El primer día casi me muero!
Yo no tenía realmente nada de experiencia. Era así, súper amateur, y me acuerdo de que sentía que estaba muerto cuando me topé con una subida, que ahora la hago todos los fines de semana como si nada. Pero en esa ocasión, me acuerdo de que yo la veía como el monte Everest, y pensaba: “esto es imposible. ¿Cómo la gente puede hacer esto? Esto no se puede”. Recuerdo que yo estaba a un lado de la carretera, sentado, pensando: “¿Qué hice? ¿En qué me acabo de meter? O sea, ¿Qué es esto? Estoy a 80 km de aquí y siento que ya no puedo, ¡y quiero llegar hasta La Paz!” Porque en ese momento solamente tenía intención de llegar a La Paz. En ese momento venían dos ciclistas en sentido opuesto a donde yo iba, es decir, venían de bajada. Me vieron y se pararon, se bajaron conmigo. Eran evidentemente cicloviajeros; una pareja. Él tendría unos cincuenta y tantos, una barba así, gigante, tenían unos sombreros así como del desierto, y ella también venía igual, toda cubierta. Ella era de Chile y él de Francia.
Me dieron un poco de agua porque yo me había acabado la mía como si hubiera avanzado suficiente, y estuvimos platicando un rato. Me contaron que venían desde Chile, que tenían como dos o tres años viajando, más o menos como 20 mil kilómetros. Yo estaba impactado. Cuando yo ya estaba completamente desanimado, a un lado de la carretera, pasé de pensar en que yo ya me estaba muriendo, de sentir que no podía, a llenarme de ánimo. Porque esa charla me inyectó mucho ánimo. Tuve unos maestros increíbles, como enviados directamente en el momento para inyectarme ánimo cuando yo ya estaba a punto de regresarme, y para mostrarme que sí se pude. ¡Si ellos venían desde Chile, se podía hacer lo que uno quisiera con la bicicleta! Y ese día llegué a Ensenada, 116 kilómetros después, fulminado, pero sabiendo que podía hacer más.
Ya después, desde Ensenada, poco a poco le fui agarrando la onda, y llegué eventualmente a La Paz, y conocí a Domingo. Nos hicimos muy buenos amigos, y terminamos cruzando México. Llegamos a Cancún tres meses y medio después. 4,353 kilómetros después y yo decía: “esto es lo máximo, es increíble, no puedo dejarlo, la bicicleta es lo máximo.” Ya después de eso no quise dejar la bicicleta porque me pareció lo más fantástico que hay. Después de ahí, ya empecé a hacer bici de ruta y bikepacking (tengo una gravel). También me aventé otro viaje de París a Armenia en la bicicleta, cruzando el norte de África.
…después de eso no quise dejar la bicicleta porque me pareció lo más fantástico que hay.
He vivido una vida transfronteriza por muchísimos años. No sé… como veinte años. Consiste básicamente en cruzar diario, ya sea para ir a la escuela o para trabajar o para lo que sea. Entonces, esta dinámica de la frontera es muy peculiar y particular de aquí de Tijuana, y la conozco perfectamente. La frontera de Tijuana-San Diego es de las más transitadas en el planeta, sobre todo ese tipo de cruce, digamos, civil, de gente común y corriente que va y viene todos los días a la escuela, a trabajar. Es algo muy cotidiano. Yo, por ejemplo, por lo general siempre he vivido aquí en Tijuana y trabajo allá. Es una dinámica que hacen, no sé, cien mil personas todos los días. La dinámica ahí básicamente es hacer ese cruce de la frontera internacional como un commute, ¿no? El commute, que quiere decir el desplazarte de aquí hacia allá; y bueno esa es otra cosa: aquí utilizamos mucho el spanglish.
Antes —y por “antes” quiero decir, no sé, hace… quince años, ponle—, era mucho más fácil regresar; lo complicado siempre ha sido y sigue siendo ir de aquí para allá. Antes era mucho más rápido de Estados Unidos hacia México, pero recientemente ya es tanta la gente, que inclusive el cruce de San Diego hacia acá es ya muy tardado, entonces te puedes aventar una hora fácil, diario; más la hora aquí en el tráfico de la ciudad que ha crecido, y así vienen siendo dos horas y dos horas, fácil, sin problema.
En automóvil es mucho más tardado cruzar al otro lado; peatonal es menos tardado, y en la bicicleta, que es lo que yo hacía, es más rápido porque en bici tienes la ventaja de todo: la ventaja de que cruzas como peatón, que es más ágil el cruce, y una vez que ya estás del otro lado, una vez que ya cruzaste la frontera, ya sea de allá para acá o de aquí para allá, ya solo te tienes que desplazarte hacia tu lugar de trabajo o tu casa en la bicicleta, y así es más rápido. Un cruce que si lo hiciera en automóvil tardaría… no sé, un par de horas, en la bicicleta lo podría hacer en media hora.
Es difícil también llegar a la frontera en la bicicleta porque es complicado navegar la ciudad en la bicicleta, a menos de que seas un ciclista que ya tiene más o menos un poco de experiencia y se sienta cómodo navegando la ciudad. Entonces puedes hacer el recorrido en Tijuana y llegar a la frontera, desplazarte más allá, pero son contadas las personas que también traen una bicicleta ya sea de ida o de vuelta; es gente, digamos, relativamente joven, quizá menos de 40, 45 años, un nivel socioeconómico más o menos identificable. La gente que cruza caminando a diario la frontera, normalmente es gente de clase trabajadora.
Gran parte del año pasado estuve viviendo en San Diego y luego me vine para acá, y fue que empecé a hacer otra vez esta dinámica de cruce. En San Diego sí se nota mucho la diferencia al andar en bici. Allá puedes salir con la bicicleta y sí son como más tranquilos, más relajados. Yo creo que principalmente es la cultura. O sea, allá están más acostumbrados a ver ciclistas en la calle, y si no hay ciclovía o ciclocarril específico, una vía de coches está designada como ciclovía y tiene las señalizaciones. Entonces, sí se siente una diferencia: yo me siento mucho más cómodo, más a gusto, más tranquilo, más relajado. No tengo que andarme peleando con medio mundo en cada cuadra y esa es una diferencia notoria. San Diego lo conozco de toda la vida, pero en el coche, y ahora que estuve viviendo allá, pues pedaleé mucho, mucho, y vi cosas increíbles. Yo no conocía varios lugares, porque en la bicicleta conoces cosas que luego en el carro no ves, porque en el carro vas, te subes en un punto A y te bajas en un punto B y es como una cápsula, porque vas encerrado hasta que te bajas en tu destino y en toda esa parte intermedia realmente te pierdes de mucho; inclusive uno piensa que no hay nada ahí. Pasa en todos lados.
O sea, ni te bajas de la bicicleta y ya se te están acercando: “hola, si necesitas comer o quedarte en algún lugar, te puedes quedar en la casa.” Normalmente la gente cuando te ve que estás así en la bicicleta, empatiza mucho con el esfuerzo que has hecho, que estás haciendo, y dicen: “éste no me va a hacer nada, no me va a robar, es inofensivo.”
Por ejemplo, es muy común escuchar a la gente que maneja aquí en la Baja decir: “ay, pues entre Tijuana y San Quintín o Ensenada y San Quintín realmente no hay nada”. Es una expresión común que he escuchado de la gente que ha hecho ese viaje en carro: “es que no hay nada”. O en el desierto, cuando cruzas de Guerrero Negro a Santa Rosalía, que es de un mar al otro, lo mismo: “es que no hay nada”. Pero ya una vez que vas en la bicicleta y haces todos tus recorridos en la bicicleta, te das cuenta de que hay mucho, mucho: hay gente, hay poblados, hay ranchos, hay ciudades que no sabías que existían. Siempre, siempre, siempre hay algo. O sea, hay vida, hay mucha vida. Y la bicicleta te da una oportunidad de descubrir eso, de sentir esa vida. La ciudad también la percibes más viva, más dinámica, más colorida, más bonita. En general, como que se hace más amena, más divertida la ciudad, porque también otra cosa con la bicicleta es que pones más atención a todo tu entorno, el medio ambiente; vas viendo más cosas, porque con la bici tienes que ir superatento con todos tus sentidos: vas viendo, vas oliendo, vas escuchando, sientes todo tu mundo alrededor: la gente, los edificios.
El ciclismo no es algo muy arraigado en nuestra cultura, al menos en México. La bicicleta normalmente en la infancia es como un juguete. La gente que utiliza la bicicleta también se le ve con una connotación medio peyorativa, porque es la gente pobre la que utiliza la bicicleta. O sea, hay dichos como por ejemplo el de “pueblo bicicletero”, que no es coincidencia: tiene esta asociación negativa, vinculado a ciertos niveles socioeconómicos. Y aparte de que no hay cultura realmente de ciclismo deportivo, y entonces yo lo he visto, por ejemplo, en gente de mi edad, que ha crecido en otras partes del mundo donde el ciclismo sí es como algo importante y la bicicleta realmente nunca la dejaron: siempre fue parte de su vida. Pero aquí las etapas son esas: la bicicleta es un juguete, luego ya dejas de jugar con juguetes, te haces adolescente o adulto y pues lo que sigue es el automóvil. Y el coche también por mucho tiempo ha significado como un símbolo de estatus, de desarrollo. Afortunadamente eso como que está empezando a cambiar, desaparecer.
Sin embargo, cuando viajas, la bicicleta también es un medio fantástico de interacción social, se vuelve un medio de presentación, sirve como un rompe hielo. La bicicleta jala a la gente, la gente se te acerca. Me ha pasado muchísimas veces, en muchos lugares, que llegas, por ejemplo, a un pueblo. En México hay muchos, y en Europa también, donde es típico el casco central, donde está como la plaza, el palacio municipal, la iglesia, el quiosco. Llegas, le das una vuelta, a ver dónde te puedes quedar, o dónde comer, o simplemente estás ahí, y te empiezan a perseguir niños, empiezan a correr a tu lado; las personas te empiezan a saludar. ¡De todo! O sea, ni te bajas de la bicicleta y ya se te están acercando: “hola, si necesitas comer o quedarte en algún lugar, te puedes quedar en la casa.” Normalmente, la gente cuando te ve que estás así en la bicicleta, empatiza mucho con el esfuerzo que has hecho, que estás haciendo, y dicen: “éste no me va a hacer nada, no me va a robar, es inofensivo.” Y normalmente hay de dos. Una es: “¡wow, esto es increíble, esta maravilloso, qué suave!” Y la otra: “¡éste está completamente loco de la cabeza, de remate!” Pero en cualquiera de las dos: es inofensivo. Quizá a la gente también les evoca una memoria de la infancia por ahí, algún recuerdo, algo inofensivo, algo que les trae buenas memorias quizá.
De niño tenía una bicicleta amarilla, una bicicleta como muy ochentera. Típico, era como que tenía cosas de plástico, así como diseñada para que pareciera una motocicleta, y me acuerdo que tenía llantitas atrás, al principio. Una vez me aventó mi papá, le pegué a algo, se rompió la llanta, me caí y ahí, en ese momento específico, no aprendí, pero probablemente aprendí a los dos días. Eso sí, ya después, te digo, no lo dejaba, porque era del diario. Después, cuando estaba un poco más grande, como a los 12 años, ponle, en esa época estaban muy de moda las BMX y había una marca en particular aquí. “Aquí” me refiero a Los Ángeles. En esa época nosotros íbamos mucho para allá porque teníamos mucha familia allá; mucha familia migrante. Entonces íbamos muy seguido. Y mis primos que vivían allá tenían unas bicicletas que compraban acá, esas de marca GT, que es muy popular en ese tipo de bicicletas. Yo quería esa bicicleta y eventualmente recuerdo que me compré una de esas con lo que me daban mis papás, y sí aprendí a hacer trucos. Entonces pues sí, ese amor ha estado ahí desde siempre, y luego va evolucionando, tomando diferentes formas.
La bicicleta me ha ayudado a conectar con muchos movimientos urbanos. Me hace ser más empático, porque me hace más vulnerable como persona, más frágil, más mortal. Te puedes romper un hueso, te pueden atropellar. Entonces, quizá también me ha hecho ser un poquito mejor ser humano, mejor persona, empatizar más, entender más a la gente. O sea, en muchas dimensiones, en muchos aspectos, creo que me ha cambiado positivamente. Ya que me metí a eso pues me ha ayudado a ir conociendo gente, y vas viendo cómo diferentes personas también perciben y ven la bicicleta o el ciclismo de diferentes maneras, diferentes ángulos o dimensiones. Por ejemplo, del empoderamiento, del apropiarse de las vías. O sea, no siempre lo veía yo así, son cosas de las que te vas dando cuenta y dices: sí es cierto, tienen razón, y sí me gusta eso, creo que es algo positivo. Ahora cuando a mí me dicen algo, como “¡quítate!”, porque no falta, yo digo: “tengo derecho a circular sobre esta calle igual que tu automóvil”. Listo. Porque sí estaría genial que hubiera infraestructura adicional o especial para las bicicletas, pero pues las calles ya están, las calles también tenemos que apoderarnos de ellas. Me ha sucedido en el DF o en San Diego, o sea en todas partes, que vas en el carril designado de bicicleta y tiene hasta la pintura que te dice bicicleta, y zona de baja velocidad, no hay automóviles, no hay tráfico, y te pitan nomás porque sí. Pareciera que es como que te ven bien y te ven contento y les molesta.
Y luego la gente que no anda en bicicleta por lo general piensa que estás medio loquito y que es muy peligroso. Y yo me acuerdo de que una vez me quedé con una familia en San Quintín, aquí en Baja California, y ellos reciben a muchos ciclistas, parece casi hostal su casa, y la señora estaba hablando, había varios ciclistas que habían llegado, y ella nos estaba diciendo: “ay, yo creo que ustedes lo hacen porque les da libertad, los hace sentir libres.” Yo creo que hay algo de verdad en eso. Yo, por lo general, soy muy feliz simplemente andando aquí en la carretera que conozco y he andado cien veces. Para mí sigue siendo maravilloso, igual de emocionante, cada vez que lo hago, aunque sea, te digo, la centésima vez, porque cada vez que me subo a la bicicleta y pedaleo y siento ese aire, el viento en tu cuerpo, el cuerpo así moviéndose, desplazándose, siento como esa, no sé, esa libertad… la bicicleta te puede llevar a lugares muy lejanos.
La bicicleta me ha ayudado a conectar con muchos movimientos urbanos.
Una vez que hice ese viaje de todo México, dije, creo que ya no puedo volver a viajar de una manera digamos tradicional. El ritmo de viajar en bici, para empezar, es más tranquilo, más pausado. Cuando viajo en la bicicleta, sobre todo en viajes muy largos, yo siempre me imagino que soy como un beduino, de esos del desierto, ¿sabes? Y, pues andas en el desierto y todo transcurre más pausadamente, más lentamente; también un poquito como antes, cuando de repente lees cómo eran antes las travesías y los viajes, la gente a caballo, por ejemplo, y normalmente dicen estas frases como: “estamos a tres días de tal montaña, o cinco días de llegar a tal ciudad si nos agarra buen clima.” Estás mucho más a merced de la naturaleza; entonces hablas en ese tipo de términos, de días o “hacia equis lugar estamos a dos semanas de camino si nos agarra bien el clima, si es que no nos llueve en las montañas del Este.” Es un poquito quizá remontarse a como yo imagino que era antes.
Me gustaría ir a la Patagonia. Es un viaje que tarda más o menos como un año y medio. También de Armenia hacia China. Me gustaría cruzar el Asia central, de Armenia para allá, Uzbekistán, Turkmenistán… Hay un lugar que me gusta mucho, dicen que es muy bonito para ir en bicicleta: Tayikistán. Es muy plano, casi no hay gente ahí, puedes acampar donde sea, donde te de la noche pones tu casa de campaña. Me gustaría Asia central porque, aunque no conozco mucho, no tengo idea, eso es también parte del atractivo, de conocer lugares que inclusive en el automóvil no puedes.
Pero en bici es diferente. La bicicleta, paso a paso, despacito, sí te puede llevar a lugares que ni siquiera sabías que existían.
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Colaboradores
Entrevista: Alejandro Zamora y María Ávila
Redacción: Mónica Díaz García
Revisión: Alejandro Zamora