Luis Alberto Lara García
Un antes y un después
Y sí como que caí en una depresión, como que me preguntaba todo el tiempo pues yo qué hice, ¿no? Primero la leucemia tanto tiempo, y al salir de esa luego entrar en esto… Fue en ese entonces que empezaron los paseos nocturnos en bici, aquí en Oaxaca.
Oaxaca, Oaxaca. 13 de julio de 2019. El local de Vixi Escuela está frente a un pequeño parque baldosado, entre el libramiento de Oaxaca y el canal de aguas grises, frente a una gasolinera de Pemex, en la colonia Reforma. Vixi quiere decir “dulce” en mixteco. Cualquiera diría que este colectivo lo que hace es enseñar a andar en bici a las niñas y a los niños de Oaxaca. Pero en realidad, el conjunto de sus actividades son un verdadero taller de ciudadanía en el sentido más amplio: un taller para aprender a ser y a estar entre los demás con una visión de género, de medio ambiente, de movilidad sustentable y de inclusividad, y la bici es el instrumento fundamental de esta pedagogía ciudadana. Eso sí, sus integrantes, ante todo, se disculpan con la sociedad: en la entrada del local, tras la madeja de bicicletas donadas que el colectivo repara para dar sus talleres, se ve un cartel que dice: “Disculpe las molestias, estamos mejorando el mundo”. Bajo el sol inclemente de este sábado de julio, conversamos con varios miembros del colectivo, entre ellos Luis.
Yo soy originario de Oaxaca, tengo treinta y nueve años, y por muchos años he sido comerciante. Antes vendía dulces afuera de unos cines que hoy en día no existen. Ahora vendo afuera de una escuela primaria. Dulces normales: chicles, paletas, chocolates, todo ese tipo. Ahora sí que está bien chistosa mi historia porque mi papá, que en paz descanse, era de Puebla, y mi mamá es de Cuernavaca. Vinieron de vacaciones y pues se quedaron. Y yo, la verdad, súper feliz porque realmente Oaxaca… digo, no es porque soy de acá, pero es uno de los estados con más riqueza cultural. Yo nací aquí en la ciudad. Aquí nací y aquí he estado toda mi vida. La ciudad antes era un poco más tranquila. No era tan grande, no era tan cosmopolita como lo es ahora. Antes no había esas tiendas grandes que encontrabas en México o en Puebla. Aquí era como más provincial, como que eso era una magia que le daba.
Yo aquí en la ciudad tuve un proceso de cáncer. Tuve leucemia. Fue a finales de noviembre del 96. Y pues el diagnóstico fue que te dan seis meses si bien te va, ¿no? En ese tiempo igual la medicina no estaba tan avanzada como ahora. Y sí, como que sí fue una dura batalla. Pero bueno, aquí estamos. El cáncer realmente unificó a la familia, porque desafortunadamente a veces se pierde eso. Unos andan por allá, otros por otra parte, y de por sí pues como que aquí tampoco tenemos familia. La familia de mi papá está en Puebla, la familia de mi mamá, en Morelos. Así que los de aquí pues todos apoyando, porque no tenemos a nadie más. Así que a nosotros sí nos unió bastante: mi papá, mi mamá y un hermano. Yo tenía otros tres medios hermanos pero pues ellos se casaron y ya hicieron su vida,
A mi papá pues sí le costó un poco más porque era diabético. Luego falleció y ya eso también fue otro golpe, ¿no? Yo en el proceso y él fallece: pues de repente sí dices ¡ah chihuahua! ¿Y qué haces? ¿Le sigues? ¿No le sigues? Como que te pone a pensar, ¿no?, de repente. Pero pues ¿todo lo que lucharon todos y yo también para tirarlo a la borda? Pues como que no. Mientras se pueda, pues vamos a seguirle, dije. Y este cáncer es muy traicionero porque, pues anda por todo el cuerpo; ahora sí que se pasea a gusto.
Fíjate que al principio estuvo bien chistoso porque me manejaron por anemia aguda, o sea no me querían decir; como que el doctor no me quería decir qué era, y mis papás menos que nada. Yo había cumplido apenas diecisiete años. O sea que ya era una edad como para razonar qué quería, ¿no? Y ya el doctor les dijo: ¿saben qué?, tienen que decirle porque esto no es una gripa que… pues, es una decisión que él tiene que tomar, para bien o para mal. Y todavía pasaron tres meses para que me lo dijeran.
Estuvo bien curioso porque había dos psicólogos, estaban mis papás, estaban otros doctores, y ya cuando me dijeron, yo: ah, pues va. O sea, como que en ese momento no capté la magnitud.
Estuvo bien curioso porque había dos psicólogos, estaban mis papás, estaban otros doctores, y ya cuando me dijeron, yo: ah, pues va. O sea, como que en ese momento no capté la magnitud. Y de repente ya después sí como que ¡paso…! Porque el medicamento sí es súper agresivo. Sufres demasiado. Y luego al ver que se te cae el cabello, y muchas reacciones bien extrañas, síntomas bien raros. Luego pues conoces a muchos amiguitos en las mismas, ¿no? Y de repente alguno ya no iba porque pues desafortunadamente fallecía, y luego otro más, y sí te quedabas como que chale, porque te acostumbrabas realmente a verlos, y luego ya no están, y así como que sí sientes… O luego los niñitos pequeños que decían “¿por qué me hacen esto?” Pues ellos no comprenden, ¿no? Todo eso se me quedaba mucho. Como que lo sentía muy personal. De repente sí hubo unas dos o tres ocasiones en que decía, no, pues ya, hasta aquí. Porque sí es demasiado. Realmente a nadie se le desea eso. Y no es una excusa ni nada, pero también estás en una edad en que te vuelves rebelde. Es la edad en que no sabes qué pasa de tu vida y yo realmente sí me puse en un plan muy pesado, ¿no? Vendíamos dulces, pero yo decía ¿y yo por qué voy a vender? Y bueno pues todo lo que tuvo qué pasar para que yo dijera no pues esto es un sustento, no es nada denigrante, ¿no?, al contrario, es un trabajo. Y te digo, no es por ponerlo de pretexto, pero en esa edad estás como con cambios, ya sabes. Y por eso me sirvió también para centrarme y decir bueno pues ni modo, ¿no?, a la mala pero pues nos alineamos. Y sí: aquí estamos.
Fueron cinco años de quimioterapia, de ahí fueron otros seis de vigilancia en el hospital civil. Ahí afortunadamente había una asociación, Fundación Oaxaqueña para Niños con Cáncer, que desafortunadamente a mi edad pues ya no me apoyaban mucho. Íbamos y decían: ya está jovencito, nosotros apoyamos a niños. Y eso también fue algo difícil. Igual luego conseguimos un poco de apoyo por parte del DIF. Y ahí mi papá pues se las ingeniaba también, porque era mensual cada quimioterapia. Luego ya pasaron esos cinco años, la remisión, y de repente ya era nada más cada seis meses y ya después cada año. Y hasta que el doctor me dijo: ya estás todo limpio; ya no hay ningún riesgo. Y yo dije: ¡qué chido cuando te cae el veinte de la magnitud del problema y que sí se puede realmente! O sea, cuando uno quiere pues sí puede, ¿no? Tal vez suena muy trillado, pero pues sí, mientras tú te lo propongas… Aunque aquí tal vez no era tanto de proponértelo, ¿no? Porque no tienes nada de defensas y pues una gripita o algo mal tratado, pues adiós. Pero pues sí: aquí estamos.
A mi papá ya no le tocó el alta definitiva. Le tocó cuando ya me suspendieron los medicamentos, cuando me dijeron pues ya estás en remisión, pero aún así eso no quiere decir que ya estás, porque puede haber una recaída. Pero pues toda mi familia sí como que el esfuerzo que hicieron valió la pena, ¿no? Porque sí era de ir a vender dulces, y a veces sacrificaban la hora de la visita porque era la hora de ir a vender y ya no me podían visitar. Yo prácticamente que estaba ahí solo en el hospital. Y cuando podían escaparse pues iban y subían un ratito, y así. Y pues sí: fue tiempo de muchos sacrificios. Porque a la vez en esa época el medicamento era más escaso y más caro, y cada mes tenían que pagar la sesión, y variaba porque eran tres tipos de tratamientos. Uno era por un día, otro por veinticuatro horas y otro por cuarenta y ocho horas. O sea era más medicamento y más costo. Pero sí, pues aquí estamos.
Y luego pues bueno, toda la familia ha sido diabética, y me tocó a mí también. A los tres meses de mi alta del cáncer, tuvimos un accidente. Íbamos con mi hermano en una motoneta y un borracho se pasó el alto y nos llevó. Y tiempo después del accidente yo caí en cama. Tenía mucho cansancio que no se me quitaba. Y ya llevaba como una semana así hasta que mi mamá dice, no, ¿sabes qué?, vamos a llevarlo a la Cruz Roja. Y ya, como pudieron me llevaron a la Cruz Roja, me hicieron los estudios y pues salió que ya tenía la diabetes. Y yo dije, no pues ya de plano… salgo de una para… Y sí como que caí en una depresión, como que me preguntaba todo el tiempo pues yo qué hice, ¿no?, primero la leucemia tanto tiempo y al salir de esa luego entrar en esto.
Fue en ese entonces que empezaron los paseos nocturnos en bici aquí en Oaxaca, ¿sí sabes? Así que un día vi un cartel de los paseos, y dije ah, mira, como que sí me llamó la atención. En ese entonces yo tenía un amigo que le gustaba lo de la BMX, lo de saltar. Y yo quería aprender eso, pero ya con lo de la diabetes, pues no porque ahí sí te das santos guamazos y pues yo por lo mismo mis heridas no pueden sanar. Pero igual él me regaló un cuadro de BMX. Me dijo ten, te regalo este cuadro. Y yo lo armé pero no lo armé para BMX sino para moverme nada más. Le puse salpicaderas, portabultos, canastillas, y la pinté y le puse lucecitas. ¡No, mi bici era la bomba! Empecé a ir a los paseos nocturnos y sí llamaba la atención la bicicletita. Todos: no, está bien padre tu bici. Y yo: no, pues gracias, ¿no? Y eso como que me ayudó a salir de la depresión y a moverme. Sí, la bici fue algo extraordinario que me rescató.
De ahí ya empecé a salir un poco más, y encontré trabajo en un cibercafé. Ahí mi jefe trabajaba también en un banco, y me decía: “oye, necesito que me traigas la cuenta del día, que hagas este depósito”, blá, blá, blá. Pues ya agarraba la bici y me movía para todo eso en ella. Y ya desde ese momento para todo ya era la bici, siempre la bici. Antes de la bici, cada mes era tener una recaída, y sentirme otra vez triste. Ahora ya hasta raro me siento cuando no pedaleo. Así que sí hay un antes y un después.
Descubres que los lugares no están tan lejos, y que hay cosas tan bonitas y cercanas.
Para mí, después de tantas enfermedades y de tantas cosas que ni sabía lo que me iba a pasar, pues lo importante era salir en la bici sin importar los grupos.
Y ya de ahí conocí una amiga en esos paseos ciclistas, y en eso me dice: oye, mira: he visto cómo quieres a tu bici. Yo me tengo que ir de la ciudad, pero yo la verdad como que no quiero que mi bici quede con cualquiera. Me gustaría vendértela. Y yo dije: bueno, la verdad no tengo como dinero para eso… Ah, no importa, me dice, te dejo mi número de tarjeta y me depositas ahí cada que puedas. ¿En serio? Y me dice: sí, en serio. Es que la verdad, quiero que quede en buenas manos. Y como ella vio cómo quería yo a mi bici, pues ya, me dejó la suya. Y de ahí fue que me hice de mi primera bici de montaña, y eso cambió todo otra vez.
Empecé a explorar todo. Ya con las velocidades… tuve que aprender, porque la que yo tenía nomás era de una velocidad; o sea nada más pedaleabas y ya, sin broncas. Pero con ésta, tuve que aprender lo de los cambios, pero ya me podía ir más lejos y explorar. Y de ahí conocí a otra amiga que me invita a un grupo que se llama Nitos, y con ellos empecé a conocer San Bartolo, El Tule, Etla, Zaachila. Descubres que los lugares no están tan lejos, y que hay cosas tan bonitas y cercanas, como acá en El Tule o delante de Santo Domingo Tomaltepec. Y yo la verdad ya empecé a pedalear con quien me invitara. O sea, yo nunca me he sentido como parte de un solo grupo. Como que no me latía encasillarme en ese aspecto. Yo más bien soy de que quien me invite a rodar y me diga “bici”, pues ahí. Para mí, después de tantas enfermedades y de tantas cosas que ni sabía lo que me iba a pasar, pues lo importante era salir en la bici sin importar los grupos.
También empecé a trabajar en Mundo Ceiba, en lo de los paseos nocturnos, y seguí conociendo más gente. También a las de Insolente Oaxaca empecé a apoyarlas. Y también me tocaba ver mucha gente que no sabía andar en bici, ahí en Mundo Ceiba, y pues su única opción era subirse en un tándem con alguien que sí supiera. En eso empezó el boom del Facebook y vi que había una chica en México de un grupo que se llamaban en ese entonces Te en Enseño a Andar en Bici. Le mandé mensaje: oye, me gustaría implementar algo aquí en Oaxaca. Ya tengo experiencia porque había enseñado a dos amigas, entonces no se me hace muy desconocido lo de enseñar a andar en bici. Y me dice, sí, ven y lo platicamos. Y ya fui a México a verla. Luego, a una chica de acá de Insolentes que se llama Ale la invité al proyecto, le dije: ándale, no seas mala, porque tal vez las chicas no se animen a aprender conmigo porque pues soy hombre, en cambio si hay también una chica pues cualquiera se va a sentir bienvenido, sea chico o chica. Y ya: fuimos, platicamos con esa chica, y empezamos con el proyecto aquí en Oaxaca. El proyecto se llamó Me Enseñas a Rodar. Pero ya en eso mi amiga por cuestiones de trabajo y la escuela ya no pudo seguir conmigo y dije chin, qué hago: ¿le sigo o no le sigo? Y pues ya, me la aventé. Dije: pues vamos a ver qué sale.
Y ya empecé con el proyecto y empezó a llegar la gente, y pues sí es una satisfacción muy grande de ver que sí aprendían y que empezaba a haber más ciclistas. Algunos me decían: ¡no, es que ya me compré mi bici! Y yo, ¡ah pues qué padre! Luego empecé también a enseñar mecánica y a hacer los acompañamientos al trabajo. Esos eran como los tres ejes del proyecto, ¿no?: enseñar a andar, la mecánica y el acompañamiento al trabajo en bici. Y luego muchos me dijeron: oye no, pero es tu tiempo, no puedes hacerlo gratuitamente, tienes que cobrar. Y pues sí, había veces que la gente no llegaba, o me cancelaba a la mera hora. Entonces empecé con una cooperación voluntaria. Y en eso pues yo ya había conocido a Pascal, a Selim, y a Jam y a Luz. Los había conocido así, rodando. Y entonces Selim me habla un día y me dice: mira, tengo esta idea de enseñar a los niños la cultura vial. Le dije: ah, pues va. Yo ya había comprado once bicicletas para mi proyecto porque pues aparte de que me gustaba, pues no siempre conozco la estatura de la gente, entonces para tener variedad, ¿no?, y tenía rodada veinte, veinticuatro y veintiséis, y así empezamos. Porque él quería fondear el proyecto con Fondeadora, pero yo le dije: pues yo tengo material, mejor hay que empezar con lo que tenemos, pues total, ¿qué puede pasar? Digo porque yo había visto varios proyectos que no llegaban como a la meta, ¿no?, con eso de Fondeadora. La verdad no sé si les den el dinero o no. Aparte, en lo que juntas, tienes que dar un incentivo para que la gente también aporte. Y yo dije: no, mejor nos aventamos. Y ya empezamos aquí con la escuela. Fue nuestra primera escuela. Ya de ahí nos empezaron a hablar de una biblioteca infantil, o de otros lados, y así empezamos a formar la asociación y luego nos volvimos Asociación Civil. Eso te abre más puertas porque ya puedes generar una factura.
Ahorita aquí en Vixi Escuela el público son los niños. Es un público con el que yo nunca había trabajado. Como que te dan esa energía que ellos tienen. Aunque al final te acaban toda la pila, pero quedas contento de que disfrutaron. Realmente te quedas con eso. Yo siempre he dicho que en cualquier chamba nunca dejas de aprender. Aquí es igual. Yo realmente agradezco esos momentos cuando estuve en Mundo Ceiba, con Bicibella, apyando a Insolente Oaxaca, y ahorita en Vixi Escuela. ¿Por qué? Porque realmente de todos he aprendido. Es parte de la vida. Y pues estoy aportando algo, y haciendo algo que me gusta y eso también me ha ayudado anímicamente, ¿no? Aquí por ejemplo en Vixi soy vocal y miembro fundador, y le doy mantenimiento a las bicicletas y enseño habilidades para andar en la ciudad. Ahorita implementamos el acompañamiento de la gente que quiere aprender cómo ir de su casa al trabajo. Así que determinamos una ruta y yo hago ese acompañamiento. También trabajo como repartidor cinco días al mes. Un conocido me conectó con una señora que tiene una revista local y estaba buscando un repartidor. Y pues reparto mil revistas al mes en la ciudad, en El Tule, en El Rosario. Y no, pues yo feliz de la vida porque también era mi sueño de andar repartiendo algo.
Un hermano desafortunadamente perdió una pierna hace dos años, y yo tuve que irme a Monterrey seis meses, donde él estaba. Ahí también rodé. O sea que por el mismo pesar de lo de mi hermano pues sí primero me acabé muy cañón, ¿no? Hasta que un amigo de él me pasó una bici. ¡Nombre, fue otra cosa! Ya estaba yo con la pila bien puesta. Primero salía a mandaditos por ahí, porque sí es un monstruo, Monterrey. Ya de ahí junté y me compré una bici más grande porque con la que empecé era una rodada veinte, que no es muy acorde para mí, pero ya era una bici. Conseguí una de montaña y cerca de mi casa salía un grupo ciclista. Pues ya me uní a ellos y salí, y así conocí cómo andar en Monterrey y conocí a la gente de Monterrey. Conocí a un amigo que vendía hamburguesas, y pues ya yo iba y le ayudaba a repartir las hamburguesas en bicicleta. Así que independientemente de esa experiencia tan negativa de mi hermano, también me dejó con muchas cosas padres porque rodar en otra ciudad es siempre un desafío, pero siempre te deja como con otra visión, como que conoces más del lugar y también conoces gente bien chida. Como que eso te conecta más rápido: “¿Eres ciclista? ¡Ah, chido! ¿Y de dónde eres?”, ¿no? Y así. Porque si no, llegas, ves a alguien y ¿qué haces? Dices: no pues cómo le hablo, ¿no?, ¿qué le digo? Yo he rodado en México, Cuernavaca, Puebla, Monterrey. Y sí, rodar es como conectar con gente también.
Rodar también me ha ayudado a ver dónde están mis límites, y a hacer cosas que nunca imaginé. Aparte a mí me ayudó como a respetar mi cuerpo como es.
Además de conocer gente chida, rodar también me ha ayudado a ver dónde están mis límites, y a hacer cosas que nunca imaginé. Allá en México, en junio, se hace una rodada al desnudo. Participé y también me sirvió porque realmente como no vas a juzgar a nadie… Aparte a mí me ayudó como a respetar mi cuerpo como es. O sea, que no tengo que tener un cuerpazo. A veces desafortunadamente tenemos ese hábito de que debes estar buenote o buenota, ¿no? Todo ese marketing que te venden para lucir bien. ¿Por qué? Porque no te quieres. Eso a mí también me ayudó bastante. Fíjate que en eso también hay un antes y un después. Porque pues sí, estoy flaco, tengo mi panza, pero soy yo, ¿no? Fue algo extraordinario. Aunque cuando llegué a la rodada sí dije pues qué hago acá, ya arrepintiéndome. Pero en eso se me acercan unos chicos y dicen oye, ¿de dónde eres? Y yo no, pues de Oaxaca. Ah, pues yo vengo de Querétaro. Y otro: Pues yo vengo de tal parte de México. Pero todo con una confianza que yo así como que ah, qué chido, ¿no? Como que en ese momento pensé que los conocía de hace años. Y como que así la bici también te enseña esa humildad. Porque a veces me ha tocado mucha gente que por tener una bici de gama alta se cree mucho. Pero a mí, a título personal, yo digo no importa la bici que tengas. Todos hacemos lo mismo, queremos lograr lo mismo. Y en parte pues también es lo de salvar al planeta de todo el daño que le estamos haciendo.
Por eso hay que saber compartir lo que estamos aprendiendo de la bici, para no decir: lo que yo sé pues es mío, sino al contrario: compartir. Por eso yo digo que lo que me ha dejado la bici realmente es que nunca dejas de aprender. Yo no digo que tenga la gran experiencia, pero siempre aprendes de todo. Y yo creo que haciendo comunión, comunidad, logras hacer un lazo más fuerte y logras más cosas. Como ahorita, que ya formamos un grupo llamado Oaxaca por la Movilidad, que consta de varios colectivos.
Yo aprendí a andar en bici cuando tenía como ocho años. Pero mi papá sí era de la idea de que la educación pues era a golpes, ¿no? Así que no era tanto de que pudiéramos andar en bici. Al contrario. Inclusive no podíamos ni salir a la calle con los vecinitos. Realmente fue también un poco triste ese aspecto. Así que no fue mucho el contacto con la bici, realmente. No sé si has entrado aquí por la Biblioteca Infantil de Xochimilco… ¿No…? Bueno, cuando puedas date la vuelta. Nosotros vivíamos por ahí cuando era chico. La calle está como de bajada, así. Y yo al principio veía a mis vecinitos que andaban en la bici y pues yo quería también. Y una prima me dijo: no, pues yo te enseño. Pero de aquí a que viniera mi prima… mejor yo un día dije no pues ya, voy a hacerlo yo. Y empecé a agarrar la bici y ¡fuuiiiii…! Me aventaba por la bajada, y acababa todo ajuatado porque había unos bambús allá abajo. La bici era una rodada veinte de contrafreno, porque en ese tiempo era la moda. Y así es como aprendí: aventándome de bajada y aguantando ahí con los bambús, todo ajuatado. Pero bueno, valía la pena. Ya después llegamos a tener una bicicleta Vagabundo. Y lo mismo, era de bajar y lo típico: derraparte al frenar a contrapedal en el terreno de tierra, y como ibas tendido, pues ¡zuuuum!
Hasta que nos cambiamos de casa y vinimos a vivir aquí por la Unidad del ISSSTE. Ya de ahí conseguimos otra bici y empecé en la calle: andaba un poquito con los amigos y todo eso, pero aun así mi papá era de que ¡no!, y me metía. Hasta que no sé por qué salió un día el tema de la bicicleta y compraron una. Pero más bien se la compraron a mi hermano. Una de montaña. Y el novio de una de mis hermanas, que iba mucho a la casa, nos llevó a andar ahí por San Felipe. Y así empecé ya más a usar la bici. Ya de ahí nos tuvimos que cambiar de casa rumbo a Xoxo. Y con esa misma bici yo me lanzaba de aquí de la ciudad hasta Xoxo. ¡No, mi papá estaba con el Jesús en la boca! En eso yo acabo la secundaria, y él tuvo una recaída por lo del azúcar. Así que entré a trabajar a una tienda de fotografía como repartidor, con la bici.
Era una de esas de cartero. La tienda tenía tres sucursales y yo tenía que repartir en todas las tiendas. Estaba en el Llano, la otra estaba aquí en Murguía y otra ahí a un lado del Mercado 20 de Noviembre. Y eso me ayudó mucho para andar en la calle, para aprender. Porque no era como ahora, que nosotros enseñamos a la gente, y le ayudamos a trazar la ruta para su trabajo y eso. No, en ese momento era como a la brava. Y el trabajo era de lunes a sábado de nueve a ocho de la noche. Todo el día de andar en bici. Era de que tú te tomabas una foto en 20 de Noviembre y pues yo iba a recoger el material para llevarlo aquí al Llano, que era donde revelaban, y luego de ahí había que ir por unas ampliaciones a Murguía, y luego volver al Llano por las fotos cuando estuvieran para llevarlas a 20 de Noviembre, y así. También había que llegar a hacer el aseo de todo, pero a mí me gustaba porque no era de estar todo el día en el mostrador como mis demás compañeros. Yo al menos hacía el aseo y salía todo el tiempo. Y así empecé a dar la chamba, sin nada de instrucción. Era así de que pues tú persínate y ¡órale! Así que cuando me vino lo del cáncer y luego el fallecimiento de mi papá y después lo de la diabetes, para mí la bici ya estaba ahí, aunque la dejé todo ese tiempo.
No, mi papá no andaba casi en bici. Sí tenía una de cartero, pero igual estaba arrumbada y en ese entonces yo no sabía nada de mecánica. Una vez, cuando regresé de la escuela, vi que ya la habían tirado. ¡Se acabó esa bici! Yo ahorita cuánto daría por tenerla, como reliquia de la familia. Aunque en ese momento no fue la gran cosa, pero ahora sí digo: ¡ah, por qué, si fue parte de mí! ¿no? Eso sí que me marcó, pues era la bici de mi papá, y cómo me gustaría conservar algo de él. Poder decir: ¡ésta era la bici de mi papá! Y conservarla siempre, ¿no?
Pero bueno, aquí estamos.
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Colaboradores
Entrevista: Alejandro Zamora
Revisión: María Ávila
Fotografía: Itzel Ávila