Narrativas comunitarias
de ciclismo urbano en México

Cuando mi abuelo me dijo “si sales ya no vuelves”, me vine a Oaxaca sola y lo primero que hice fue conseguir una bici

Lucy Arroyo

Aprender era mi ambición

Oaxaca, Oax. 12 de julio de 2019. El local de Vixi Escuela está frente a un pequeño parque baldosado, entre el libramiento de Oaxaca y el canal de aguas grises, frente a una gasolinera de Pemex, en la colonia Reforma. Vixi quiere decir “dulce” en mixteco. Cualquiera diría que este colectivo lo que hace es enseñar a andar en bici a las niñas y a los niños de Oaxaca. Pero en realidad, sus actividades, en conjunto, son un verdadero taller de ciudadanía, en el sentido más amplio: un taller para aprender a ser y a estar entre los demás, con una visión de género, de medio ambiente, de movilidad sustentable y de inclusividad, y la bici es el instrumento fundamental de esta pedagogía ciudadana. Eso sí, sus integrantes, ante todo, se disculpan con la sociedad: en la entrada del local, tras la madeja de bicicletas donadas que el colectivo repara para dar sus talleres, se ve un cartel que dice: “Disculpe las molestias, estamos mejorando el mundo”. Bajo el sol inclemente de este sábado de julio, conversamos con varios miembros del colectivo, entre ellos Lucy. 

Yo nací en un pueblito que se llama Santa María Roaló ahí donde se fue a vivir la princesa Donají. Pertenece a Zaachila. Actualmente vivo en el Tule; soy contadora y trabajo en servicios de salud, en el área de administración. Mi medio de transporte es la bicicleta. Me gusta mucho vivir en el Tule porque hay una ciclovía que utilizo siempre para ir a mi trabajo. Son más o menos diez kilómetros. 

Decía que las mujeres sólo nos teníamos que dedicar al trabajo de la casa. Así que mi reto se convirtió entonces en salirme de la casa y llegar a la ciudad sin nada, así, solita.

Mi mayor desafío en la vida fue llegar a la ciudad de Oaxaca cuando era niña. Yo crecí con mis abuelos, y mi abuelo era muy machista. Decía que las mujeres sólo nos teníamos que dedicar al trabajo de la casa. Así que mi reto se convirtió entonces en salirme de la casa y llegar a la ciudad sin nada, así, solita. Lo logré a los quince años, cuando entré a la prepa. En mi pueblo logré estudiar con el apoyo de mi abuela, porque mi abuelo no estaba de acuerdo en que estudiara, así que mi abuelita siempre me decía, así, a escondidas: váyase a la escuela. Mi familia se dedica al campo, a la siembra de maíz, frijol. Pero como el trabajo es muy duro, la cosecha se da muy poco y se pierde mucho, yo quería tener una profesión.  

Entonces llegué a la ciudad y lo primero que hice fue buscar una bicicletaComo no tenía cómo solventar mis gastosdije: bueno, una bici. Y me regalaron una bici. Yo había aprendido a andar en bici en el pueblo, como a los seis años, aunque mi abuelo no era de que anduviéramos en bicicleta porque las bicicletas no eran para las mujeres. Pero yo lo que hacía de niña era irme al molino de mi tío, que tenía una de esas bicis de panadero, de esas grandísimas, y ahí como no alcanzaba el asiento metía uno de los piecitos en el cuadro, y así es como aprendí a pedalear: metías el pie y le hacías así, de ladito. Me caí muchas muchas veces, pero en una de esas pues lo logré, porque aprender era mi ambición. Nunca tuve bici, pero en la primaria tenía amiguitos que tenían bici y me la prestaban, y también mis primos me prestaban su bici. Yo no estudié secundaria, pero me mandaron a una telesecundaria, que estaba en otro pueblo, y allá mis amigas tenían bici. De hecho, para trasladarnos de mi pueblo al otro pueblo eran como veinte minutos caminando. Entonces mis amiguitas que tenían un poquito más de dinero tenían sus bicis y a veces nos íbamos tres o cuatro en una sola bici. Era nuestro medio de transporte a la telesecundaria. Teníamos que arreglarnos así porque nunca nos compraron una bici.  

Yo recuerdo mi infancia como una etapa muy bonita porque tampoco nos compraron juguetes, y entonces nosotros hacíamos nuestros propios juguetes. Así, con el olote de la mazorca: le poníamos cabellito del maíz, lo embarrábamos de totomoxtle, le hacíamos vestidos. Jugábamos con todas las plantas; hacíamos nuestros propios juguetes. Recuerdo que las sombrillas eran las hojas de lhiguerilla, para cubrirnos del sol. El canutito ese que lo abres y salen como hilitos, esos también los usábamos para jugar. A las calabazas también les hacíamos figuras y con eso jugábamos. 

Pero tampoco nos dejaban salir a jugar, así que en las tardes también nos salíamos a escondidas con los amiguitos y en la bici nos íbamos a otros pueblos, a conocer. Mi hermana siempre fue muy miedosa; yo como que siempre fui más intrépida y mi hermana pues a veces se quedaba en la casa y nos cubría, ¿no?, con otra hermanita. Así que me iba con amigas… puras amigas porque no éramos familia. Y chamaquitos también. Nos quedábamos de ver en las esquinas y estaban esperándonos ahí con las bicis para trasladarnos a otro pueblito por ahí cercano que se llama La Guadalupe. También íbamos a La Trinidad. Algunas bicis tenían diablos, y por eso nos subíamos como tres o cuatro. Una iba atrás, luego en el asiento la que iba manejando, luego otra sentada en el cuadro y en el manubrio todavía se sentaba una más. A veces adelante también tenía diablos, entonces la de adelante se sentaba en el manubrio y apoyaba los pies, y nos iba gritando por aquípor allá” o “’¡cuidado!” Era una rodada veinte, de esas de llantas gruesas.  

...pero cuando llegaba a la prepa en bici, algunos se asombraban y me decían: ¡no inventes, vienes en bici!

Por eso cuando mi abuelo me dijo “si sales ya no vuelves”me vine a Oaxaca sola y lo primero que hice fue conseguir una bici. Fue muy difícil porque yo era muy chiquilla y no conocía la ciudad. De hecho, cruzar estas calles para mí fue como una travesía. No sabía del funcionamiento de los semáforos, entonces sólo me fijaba en la gente cómo se trasladaba en esa situación. Y también fue bastante difícil por la economía. No tenía cómo pagar los útiles escolares y la renta del cuarto, y el traslado era muy difícil. Entonces empecé a trabajar con un primo que tenía un periódico, y ahí tenían bicicletas porque el periódico se repartía en bicicleta. Entonces mi primo me dijo OK, nos echas la mano repartiendo periódicos y puedes quedarte la bicicleta. Además, también estaba un rato en la recepción. Y eso me ayudaba a solventar la renta de un cuartito y lo de los útiles. Y la comida pues me la daba mi abuelita. Me la mandaba desde el pueblo, o yo iba al pueblo por la comida, así, de contrabando. 

Pero cuando llegaba a la prepa en bici, pues sí algunos compañeros me decían que si no tenía dinero para el transporte; pero otros me decían ¡wow! y se asombraban: ¡no inventes, vienes pedaleando! Yo viví un tiempo por Xoxo, hacia el sur. Y la prepa está por el Parque del Amor. Son como cinco kilómetros. Y pues me decían, Oye, Lucy, ¿qué no te da miedo? Te pueden atropellar. Siempre un poco negativos, y a veces algunos positivos, pero siempre más negativos porque decían no, es que, ¿cómo vas a andar en bici si eres mujer? Te puede pasar algo, te pueden atropellar. Y yo pues no hacía caso. 

Pero a mí nunca me dio miedo. Siempre me sentí más fuerte en bici que caminando. Y entrar en las competencias fue lo que forjó mi carácter, porque era una chica muy tímida. No hablaba. Hasta la fecha todavía creo que me cuesta trabajo expresarme. Yo llegué acá como vienen las chicas de los pueblos: con sus trenzas y sus listones, con sus guarachitos y sus vestiditos. No me dejaban usar pantalón por la misma situación de mi abuelo. Pero yo prefería usar pantalón porque es más cómodo para la bici por si tienes que bajarte rápido, saltar, alguna cosa… Entonces me compré mis pantalones. Ya se usaba pantalón acá, pero como tenías que llevar uniforme a la escuela, pues para mí era falda. Entonces yo me ponía mi pantalón y en la escuela ya me cambiaba a la falda. 

En esa época había menos carros en Oaxaca, y también menos bicis; sobre todo mujeres en bici, yo creo que éramos muy contaditas. Pero yo seguí dándole a la bici y adquirí buena condición. Entonces empezaban a hacer competencias, pero sólo para hombres. Entonces un amigo, Pedro Martínez… él fue el primer ciclista oaxaqueño renombrado. Se dedica a los tours ahora. Pedro fue la primera persona que conocí andando en bici, en Jalatlaco. Como es muy bonito ese barrio, me gustaba ir por allá, cuando de repente veo la tienda y entré, y pues ahí estaba don Pedro. No sé por qué le empecé a preguntar a qué se dedicaba, qué hacía, y ya, me contó su historia y fue quien me invitó a las competencias. Un día me dijo: te rento una bici y entras a las competencias. Y yo dije: pues sí. Y la verdad es que yo tenía muy buena condición, y era la única mujer. Yo creo que era como el año 94. Entonces llegó otra chica. Ella hacía triatlón. De hecho, en el triatlón se veían más mujeres. Y esta chica pues… le gané, y ella tenía mucha experiencia en las competencias. Llegué en segundo lugar y estaba así, con la emoción… pues hasta lloré. Me gustó; me gustó sentir la sensación, sentir mi corazón al máximo. Sientes adrenalina, sientes alegría, la fortaleza, cuando la gente te mira y te grita. Bueno a mí me decían: “¡Vamos chamaca! ¡Muchacha, échale!”. Me sentí muy bien: fuerte, empoderada. Pero al final a nosotras no nos tomaron en cuenta porque éramos mujeres. Dos mujeres. 

Siempre me sentí más fuerte en bici que caminando

En esa competencia yo tenía como diecisiete años. Cada vez que me subía a la bici, todo me cambiaba, como… me olvidaba de… pues de mi abuelo, que siempre me retaba. Como que yo sentía que no me quería mi abuelo. Bueno, no sé, y fui la consentida de mi abuela, ¿no? Pero sentía que mi abuelo, pues… hasta sentía que me odiaba, por la forma en que nos trataba. Quizá también él fue educado así, ¿no? Entonces siempre quise decirle eso a mi abuelo: que era muy buena en la bici. Pero nunca se lo pude decir. Ya no me dio tiempo. Siento que nunca lo conocí bien. Que nunca me acerqué tanto a él. 

Después empezaron las competencias de sólo varonil. Y ahí le entraba yo pero no agarraba buen lugar porque era muy difícil. Yo sentía que tenía buena condición, pero quedaba como en cuarto o quinto en la general de hombres. Pues me iba bien y me sentía bien. Me sentía muy, muy bien. Y poco a poco fueron como metiendo la rama femenil, pues ya éramos como cinco mujeres o seis. Se salían las chicas, volvían a entrar y yo seguía. Estuve como unos quince años compitiendo. Todavía hace un año competía en unas carreras y me iba bien, me fue bastante bien. 

También tomé muchos cursos de entrenamiento, y me fui a las competencias nacionales. Tuve apoyo de varias personas, de forma particular. Del gobierno del Estado no hubo ningún apoyo, como siempre, pero sí encontré muchas personas que me apoyaron para poder ir a competir fuera. Mi familia nunca pudo acompañarme a ninguna competencia, entonces por ese lado como que no, como que ese lado me faltó, el apoyo de mi familia. 

Y también la bici me ha dado mi estabilidad emocional. Cuando estoy triste, tomo mi bici y como yo vivo muy alejada del pueblo de Tule, como a unos diez minutos, casi enfrente de mi casa hay unas montañas. Entonces cuando me siento triste o enojada, también cuando necesito como… encontrar una respuesta, me agarro mi bici y me voy a la montaña. Me gusta trepar un cerro donde hay una piedra y logras ver gran parte de la ciudad y otras montañas, y está el aire fresco y ahí me siento y encuentro mis respuestas o estabilizo mis emociones.  

tiene el objetivo de mostrar a las mujeres que pueden reparar su bici, que no es una cuestión de ser mujer o de ser hombre

Ahora estoy aquí en la Vixi EscuelaA mí lo que más me interesa es involucrar a los niños. Me gustan mucho los talleres que damos en un museo con los niñitos. Damos el taller de mecánica básica para las mujeres, y damos el taller de habilidades también. También damos el taller de mecánica a los hombres, pero digamos que tiene el objetivo de mostrar a las mujeres que pueden reparar su bici, que no es una cuestión de ser mujer o de ser hombre. 

A veces me voy al pueblo en la bici y cada que entro me recuerdo chiquita, pedaleando con mis compañeritos, con la banda de ahí. Ahora lo único que me queda en el pueblo son tres tíos. Tres tíos que fueron los que me cuidaron cuando estaba chiquita. Mi mamá murió cuando yo tenía creo que dos años. También tengo a mi papá pero… no siento nada por ir a verlo. Yo crecí con los abuelos y con las tías, con una educación muy estricta. Pero sí vuelvo; aunque ya no sé qué siento. Me siento comprometida por ir a ver a mis tíos, y a veces me da la emoción y voy a verlos cuando estoy muy emocionada. Aprovecho esa emoción para estar con ellos y convivir un rato. Nada más. 

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Colaboradores

Entrevista: Alejandro Zamora

Revisión: María Ávila, Hannah Wilson

Fotografía: Itzel Ávila

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