Osvaldo Armon
El armón y la mantis
Ese fue un punto de quiebre muy importante para mí, porque allí me di cuenta de lo que sí pueden hacer unos pocos locos. Así es como se transforma la sociedad, como los vuelcos ocurren.
Morelia, Centro Histórico. 5 de Agosto de 2019 y 7 de Julio de 2020. Su taller estaba en la calle Abasolo, a unas cuadras de la Plaza Carrillo, en una vieja casa tradicional del centro histórico de la Ciudad de Morelia. La compartía con otros emprendedores y estudiantes como un espacio de trabajo común. Ahí se podían ver algunas de las creaciones de Osvaldo Armon: principalmente mobiliario urbano para ciclistas, pero también objetos más insólitos como el perrogrúa —que sintetiza dos de sus grandes amores: a los animales y a las bicicletas. Único en su género, este pequeño mecanismo se fija en un extremo a la bicicleta y en el otro al collar del perro. Su diseño permite a ambos canalizar energía de dos fuentes distintas (la humana y la canina) hacia un fin común: desplazarse y pasear. Un beneficio, un gozo compartidos en el movimiento mismo, y en el que se diría que ambas especies encuentran una forma de comunicación. En todo caso, los objetos que crea evidencian esa facultad de Osvaldo de pensar las cosas desde la materia, desde el movimiento, y en su interrelación mecánica. En ese espacio, rodeados de esos objetos, tuvimos la primera de varias conversaciones.
Armonmanto. El nombre y logo de mi empresa nacieron con la simbiosis de dos elementos: el armón y la mantis. Armon es el segundo nombre que llevo en el ambiente de la movilidad y en redes sociales. Muchos creen que me llamo Ramón, y que nomás juego con las dos primeras letras. Ya cuando las personas agarran un poquito de confianza, generalmente preguntan qué significa. La mantis llegó después. En las culturas nahuatlacas, las personas tenían un segundo bautizo: el primer nombre era con el que nacían, y el segundo lo adoptaban en algún momento de su vida temprana. Había personas que a lo largo de su vida podían tener un nombre compuesto de tres o cuatro nombres, y cada uno de estos lo identificaban con etapas de su vida. Para mí fue muy claro ese segundo nombre. Osvaldo Armon.
Desde niño he tenido puntos de quiebre, momentos en donde percibía que era por ahí, y, aunque al principio no sabía cómo, luego lo iba definiendo, y haciendo las cosas. Creo que a todo el mundo le pasa algo así en su vida. A todos. Tenemos puntos de quiebre, y líneas que se cruzan. Uno de esos momentos fue cuando nos metieron a la cárcel por andar en bici.
Empecé a participar en la asociación Bicivilízate Michoacán A.C. en el 2010, y cuando empezamos, pues era una locura: nadie te pelaba. Fue bien curioso porque entré en ese año, justo cuando se formalizó la asociación, y firmamos el acta constitutiva. En escasos seis meses, tanto el municipio como el gobierno del estado ya nos tomaban como los especialistas del tema. Por esta razón, me clavé mucho en la infraestructura. De hecho, fui el coordinador técnico de la asociación en un par de periodos, y representaba a la asociación en las juntas donde se trataba de infraestructura ciclista. Eventualmente, a mí me tocó asesorar a varios funcionarios públicos.
Ahora me encuentro cursando un diplomado sobre “Calles e infraestructura verde”, y nuestro proyecto se enfoca en la Avenida Lázaro Cárdenas, el tramo de Carrillo al mercado Independencia. En un transcurso de quince minutos, sobre este tramo de ochocientos metros, el transporte público mueve a novecientas personas, entre veinte combis, nueve camiones y quince suburbanos, y en movilidad no motorizada, pasan cuatrocientas noventa personas, entre bicicletas, vehículos ciclistas de uso comercial, y personas a pie. Mientras que en movilidad motorizada privada, noventa y ocho coches, y treinta y nueve taxis mueven sólo a doscientas personas. Sumadas todas las personas que usan vehículos motorizados generan poco más de una tonelada de CO2, por desplazamiento promedio. Y esta Avenida, tan importante y tan transitada por personas a pie y en bici, no tiene incorporado un sistema que facilite la movilidad no motorizada en ella.
Las ciudades se diseñan con visión de parabrisas.
Las ciudades se diseñan con visión de parabrisas. ¿Has visto las luces que están incrustadas en las banquetas en las calles del centro? ¿Has caminado sobre ellas? Son peligrosísimas: si llueve, se vuelven resbalosas, y, además, es incómodo andar caminando con el tremendo farolazo. Ah, pero cuando vas en el coche, los edificios se ven bien bonitos desde ahí. Eso viene de un urbanista clásico que diseñó dentro de su coche, con visión de parabrisas.
Mucho tiempo atrás, cuando tenía cinco o seis años, mi papá y un tío me construyeron un carrito infantil que en el ambiente familiar era conocido como “armón”, que el día de hoy todavía tengo guardado en casa de mis papás. El armón es un vehículo de fierro de cuatro ruedas, del tamaño de una mesa de café, y tiene una palanca vertical que genera una transmisión de movimiento hacia las ruedas traseras. De origen, antiguamente estos carritos se utilizaban para dar mantenimiento a las vías de tren: dos personas se subían, uno subía la palanca, y el otro la bajaba. No sé en qué momento pasó a ser un juguete infantil. Con veintidós kilos, pesaba lo mismo que yo a mis 6 años de edad, pero allí lo traía. Me propulsaba con los brazos, y le daba la dirección con los pies. Hay algunos objetos que te maximizan: te permiten hacer cosas que tu propio cuerpo no podría hacer. Veía aviones, y le ponía una tabla al armón como si fueran sus alas; veía trenecitos, y le ponía una avalancha, y luego le amarraba una patineta, y me llevaba a todos. Ahí íbamos mis dos hermanas, mis dos primos, tres vecinos, y yo. Todo el mundo me ubicaba con ese carrito. Siempre fuí muy introvertido, y de alguna forma el armón se volvió una herramienta de socialización. “Nadie te separaba del pinche armón,” me decían.
Aprendí a andar en bici en el Planetario. Según cuenta mi mamá, el primer trayecto que hice solo fue a los ocho o nueve años. Me fui pedaleando tres kilómetros de la Volkswagen de Acueducto, donde yo vivía, hasta el Memorial, en Camelinas. El armón era más lento que una bici, y empecé a usarlo menos.
Siempre fui muy inquieto, muy curioso, y me gustaba entender el porqué de las cosas. Cuando tenía quince años, dos días antes de salir de tercero de secundaria, hubo una huelga de maestros. Sin ellos, todos andábamos haciendo lo que se nos pegaba la gana dentro de la escuela. Pura ociosidad. Y me puse a dibujar en el pizarrón, y dibujé el logo de mi empresa de vehículos. Todavía no entendía ni qué tipo de vehículos, pero me dije: le voy a poner Armones de México. Nunca me llamaron la atención los vehículos motorizados, pero no entendía qué eran los vehículos ciclistas. No tenía ese concepto en mi cabeza, pero percibía que era por allí.
Cuando tenía 17 años tuve un encuentro muy peculiar. Desde niño, leía libros técnicos y enciclopedias de animales: leía acerca de los mamíferos, réptiles, y sus especies y subespecies. Sabía mucho de mamíferos, pero de los que había investigado menos eran de los insectos. Un día, ya en la preparatoria, me llamó mucho la atención la mantis religiosa. La mantis tiene características biológicas muy distintas al resto de insectos: es un animal voraz, puede comer seis veces su peso, y se mimetiza. Empecé a preguntarle a mis tíos y a mi papá en dónde podía encontrar una. A los pocos días, un tío me dijo: acabo de ver una en mi jardín, ¡vente! Ahí la ando buscando por horas, y nunca la encontré.
A los dos o tres días, una mantis me encontró a mí.
Estaba dormido en mi cuarto, anteriormente bodega con techo de asbesto, ubicado en la azotea de la casa de mis padres. Era un horno durante el día, y un refri durante la noche. Tanto así que no se metían ni moscas. Dormía un domingo por la mañana y de repente sentí algo en la mano izquierda, debajo de las cobijas. Por reacción, apreté la mano y me desperté. Jalé la cobija, abrí la mano, y era una mantis. No la maté, como que nomás le saqué el desayuno. Digo, me consta, porque la estuve cuidando, y la solté en el Bosque Cuauhtémoc. Diferentes culturas la han incorporado a su mitología. Los europeos, que le han puesto los nombres científicos a los animales, le llamaron mantis religiosa. Le pusieron ese apellido porque se decía que cuando una persona veía a una mantis en su camino, su destino estaba ligado hacia donde apuntaba sus extremidades. Fue mi primer encuentro con ese animal mitológico. Y dije, pues, ¿cuál es mi destino? ¿No?
su destino estaba ligado hacia donde apuntaban sus extremidades. Fue mi primer encuentro con ese animal mitológico. Y dije, pues ¿cuál es mi destino?
Un año después estaba haciendo una maqueta de un barco y la hice de cartón. Siempre he sido muy meticuloso y no dormí toda la noche. Estaba al centro de un amplio patio techado, en una mesa con superficie de trabajo de vidrio. Y allí estaba cortando el cartón, ya tenía el barco prácticamente acabado, y pues estaba todo oscuro. Eran las cuatro treinta de la mañana, oscuro, silencioso, sin ningún ruido, y yo estaba allí con una lámpara, y de repente entró una mantis verde, se paró allí en medio de la mesa. Parecía como de otro planeta. Son animales muy muy especiales, porque tienen una cabeza triangular que gira. Entonces se paró, y volteó a verme. Así estuvimos un momento, no sé cuánto duró eso. Voló, y se me paró en el hombro. Después, se fue. Ese fue mi segundo encuentro con una mantis. Desde entonces, estoy esperando el tercero.
Durante la prepa y la universidad, hice algunos inventos. Empecé con mis andanzas en segundo de prepa, para luego participar en un concurso llamado La Feria de la Ciencia de la escuela privada Tomás Jefferson. El premio fue una beca para estudiar tercero de prepa allí. Hice un remolque de una rueda para bicis, aunque nunca había visto uno así. Concursé, y quedé en tercer lugar, ganando la beca. Luego decidí estudiar Ingeniería mecánica en el TEC de Morelia.
Era como el raro, porque si bien la mecánica tiene que ver con todo —para hacer cualquier cosa necesitas un mecanismo—, en la carrera prácticamente todos estaban enfocados en la automotriz. Aunque el foco de la carrera no era ese —había sólo una clase de motores de combustión interna— todos se querían ir por allí. La industria automotriz estaba fuerte en México, y eran buenos sueldos. Y aunque a mí siempre me ha llamado la atención la estética de los coches, sus motores, nunca. Entonces, en esos años, mis proyectos siempre iban vinculados con la bici, y, más tarde, construí un vehículo ciclista de tres ruedas con el mecanismo motriz del armón.
Estoy tratando de responder a tu pregunta… Todo esto en algún punto regresa a lo que hago ahorita. Cuando salí de la universidad, me di cuenta de que estos vehículos de propulsión humana iban a ser inventos del doctor Chunga, y no iban a tener relevancia de nada, ni siquiera los iba a poder rodar, más que en un estacionamiento vacío, porque ¿qué hacer si hacía falta el ecosistema donde vivieran esos animales de fierro?
Recién cuando me integré a la asociación Bicivilizate, uno de los compañeros me invitó a una marcha ciclista. Llegamos a la casa de una de las chavas en una colonia que está al lado de Ventura Puente. Llegamos cotorreando. Eran unas veintitrés personas. Más o menos mitad hombres y mitad mujeres. Mi compañero y yo éramos los únicos de Bicivilízate; yo no conocía casi a nadie, nada más a uno, de dos o tres reuniones. De repente, se empezaron a quitar las playeras, hombres y mujeres, pues era salir encuerados: me encontré en la primera marcha ciclonudista en Morelia, en el 2010. El que me invitó, siendo profesor de la universidad Michoacana, cuando vio que todos se iban a encuerar, se fue para evitar problemas en su trabajo. Yo me quedé. Creo que puede servir para algo, pensé. Y pues a pintarnos. A mí me pintaron una leyenda en la espalda que decía: las calles también son nuestras.
De esa casa, nos fuimos en bici. Éramos una fila de veintitantos. Lo único que traíamos con nuestros cuerpos eran las bicis. De hecho, hasta salimos en un libro de un cuate de esa bola, fotógrafo profesional, que documenta manifestaciones. Salimos sobre la calle del río, por la Avenida Solidaridad, y empezamos a rodar hacia Ventura Puente. Apenas alcanzamos a rodar ocho cuadras, tal vez diez, cuando llegó un operativo como de cuarenta fulanos, judiciales del gobierno del estado, cortando cartucho con ametralladoras, y con armas de alto poder. Los vecinos habían llamado a la policía. Nos emboscaron como si fuéramos narcotraficantes. No nos dejaron llegar ni a la Ventura Puente. Nos quitaron las bicis, nos esposaron, y nos llevaron a las patrullas. Subieron a todos los hombres en una, y fui el único hombre que me subieron a la otra, con las mujeres. Pensé: esto está de la chingada, puede pasar algo muy delicado, estos güeyes nos pueden hacer lo que sea. Hay miles de historias de gente que se la llevan los policías, y los madrean, se los violan,… y lo que se sabe.
Creo que los demás compañeros no estaban tan alarmados. Yo no era activista, y muchos de ellos ya lo eran ¿no? Sí los vi estresados, pero no tan alarmados como yo. Nos llevaron a barandillas. Curiosamente, las bicis las metieron al corralón. Nos pusieron una multa por los vehículos, una multa administrativa, y teníamos que pagar treinta pesos por bici. Nos separaron en dos grupos, hombres y mujeres, pero nos pusieron a todos en una celda vacía. Nos dejaron hablar por teléfono. De alguna forma, nos sentimos seguros, y empezamos a cotorrear. Incluso a jugar: nos dividimos en dos grupos donde unos eran cazadores, y otros eran lobos. El chiste es que empezamos desestresarnos, y estuvimos tres, cuatro horas, no lo sé, toda la tarde, hasta que en la noche fueron llegando los familiares para sacarnos de allí.
Nos asesoramos, y se hizo un desmadre mediáticamente. Se nos acercó un abogado, Doctor en Derechos Humanos, Gumesindo García Morelos, que es muy famoso nacionalmente, y nos hizo la defensa. Lo primero que hicimos fue refutar las multas, los treinta pesos por bici. Violaron nuestros derechos constitucionales, y todavía nos querían cobrar por secuestrarnos las bicis. Logramos no pagar nada, y sacaron las bicis del corralón: mi bici, que estaba recién comprada hacía dos días, terminó toda rayada. Nos regresamos todos por el libramiento, agarrando un carril, ya no encuerados.
La marcha ciclonudista, eso ya lo supe después, es un fenómeno que ha ocurrido desde hace décadas, y en un montón de países. Es un reclamo del uso del espacio para visibilizar las carencias de la ciudad en términos de seguridad para los ciclistas, y con el objetivo de reclamar mejores condiciones e infraestructura. La forma de hacerlo desnudo busca evidenciar una metáfora: ahora sí me ves. Nos metieron a la cárcel y estuvo muy estresante. No se lo deseo a nadie, pero pasó. Después de la marcha, se alcanzaron los objetivos más rápido. Ese fue un punto de quiebre muy importante para mí, porque allí me di cuenta de lo que sí pueden hacer unos pocos locos. Así es como se transforma la sociedad, como los vuelcos ocurren. Me vinculé con la sociedad de forma activa, estuve trabajando mucho con la asociación, fui parte de la mesa directiva de Bicivilizate. Entendí que como se iba a transformar la situación era siendo funcionario público, o siendo activista. El activismo me ha cambiado totalmente la forma de ver las cosas. Aunque actualmente no me identifico como activista: No es que sea “hay, es que soy activista.” ¡Nombre! Lo haces porque lo puedes hacer.
Estuve activo dentro de la asociación seis años. Los que antes éramos los “hippies” por usar la bici, ahorita ya empezamos a capitalizar los conocimientos. Fue así como crecimos, y hubo un momento que me empecé a dedicar a mis inventos, porque tienen todas estas potencias para impactar la ciudad, y transformarla. Y allí nació Armonmanto, mi empresa, haciendo un ejercicio de unir dos símbolos: la máquina y el animal. Intervenir una ciudad, impactar mi sociedad, a través de la bici, pues es algo que te marca, ¿no?
Compartir esta historia
Proyectos e iniciativas de Osvaldo
Colaboradores
Entrevista: Alejandro Zamora y María Ávila
Redacción: María Ávila
Revisión: Alejandro Zamora