Community Narratives
of Urban Cycling in Mexico

Lo que hace la bicicleta, de veras, qué cosas, y te lo estoy demostrando con hechos.

Alejandro Soto

Lo que hace la bicicleta

Oaxaca. 

Aquí nací en esta casa. Nuestro patio de juegos era el atrio de la Iglesia, allí anduve en triciclo, luego aprendí a andar en la bicicleta; a los siete ya recorría el Llano con mi bici, y eso fue lo que me salvó a mí. Imagínese cómo se ha de sentir una persona que sanó de la poliomielitis, que sanó de la diabetis, qué sanó del corazón. Mire, sesenta kilos, señor, míreme, y no estoy sumiendo la panza, ¿cómo la ve? Claro, de la diabetis me quedaron secuencias: casi toda mi vida fui diabético, pero no se me desarrolló mucho por la bicicleta. Lo que hace la bicicleta, de veras, qué cosas, y te lo estoy demostrando con hechos. No es hablada, ni nada.

Me diagnosticaron polio cuándo tenía como año y medio: desde que empecé a caminar se dieron cuenta de la enfermedad. El médico recomendó que comiera calditos con higadito de pollo y mucho chile, ¡bastante chile! No había vacuna, y si la había, no estaba distribuida correctamente: los sistemas de salubridad eran diferentes. Eso sería como en mil novecientos cuarenta y nueve, por ahí. Entonces, mi papá, cómo fue fundador de las líneas de camiones de acá de Oaxaca, tenía su taller, y me hizo un triciclo de madera. Ahorita se lo voy a enseñar, usté va a ver, por acá lo tengo. Y me amarraba los pies y me andaba jalando, y yo agarrado así. Y con el triciclo, pues sané de la polio. A un primo hermano mío le dio lo mismo, él es profesor ahora, pero a él no lo atendieron.

Después del triciclo, me compraron una bicicleta, y me la adaptaron. No habían rueditas laterales, y así me soltaban. El médico dijo que hiciera ejercicio, pero mi papá nunca andaba aquí, andaba en el camino, en varios lugares de Oaxaca y en diferentes estados, y mi mamá era la que se encargaba de todo. Nosotros fuimos cinco hermanos, el mayor se murió, y yo me quedé de primogénito. Mi mamá, con tanto chamaco y todo, nunca tenía tiempo… Imagínese, antes no había lavadora, ni licuadora, creo que ni pañales desechables había, nomás la radio. Mi mamá hacía un ching-, perdón, hacía muchos pañales de tela y allí en el patio se veían los tendederos. Nunca había tiempo. Ya cuándo llegaba mi papá, él arreglaba los asuntos de la casa, pero mientras mi mamá era la que apechugaba. Entonces, me subieron a la bici y allí andaba yo, del atrio de la Iglesia al Llano. 

Me dije: o medicina, o bicicleta. No, ¡pus bicicleta!

La medicina de ahora le cura una cosa, pero le sale otra cosa, qué no sabe ni qué es. Mire, agarro mi bicicleta y me voy al polideportivo. Con veinte vueltas que le dé, ya tengo para que mi glucosa esté en 120 o 130, y un diabético tiene permitido hasta 170. Si me inyecto la insulina: se me quita el apetito, me da vómito, sudoración excesiva… Me voy al polideportivo, con sesenta vueltas que le de, mi jefe, me da hambre, y duermo feliz de la vida. Y empecé tomando pastillas de insulina, pero me dormía todo el día y no quería agarrar la bicicleta. Me dije: o medicina, o bicicleta. No, ¡pus bicicleta!

Mi cuñado se murió, él también era diabético. Mire, su cama era de latón, de esas antiguas, y tenía unas copas muy bonitas, éstas se levantaban y quedaban en la base cuatro huecos. Cuando fuimos a arreglar su cuarto después de que falleció, encontramos sus bolsitas con la medicina que debía de tomar en las copas de la cama, y todos se quedaron asombrados. Él iba con un médico particular, no iba con médico del seguro, y nomás mi cuñado, calladito. Él salía desde las cuatro de la mañana a andar en bici. “Fíjate que llegué hasta Tlacolula, son 32 Km; fíjate que llegué a Matatlán, son 55km,” me contaba a su regreso. Toda la cama estaba tapizada de esas de servilleta con la medicina adentro. Nunca tomó una sola medicina. Y murió por otra cosa muy ajena a enfermedades.

Ahora, mire, tengo 72 años, he fumado desde los ocho años aquí en el barrio de Jalatlaco… Mire, mi jefe, Oaxaca tiene 570 municipios (es el estado que más tiene no en América Latina, en el mundo), sí señor, es una torre babel, y aquí estamos en San Matías Jalatlaco. Hay iglesia y antes había una cárcel abandonada, y ahí nos íbamos a esconder de niños a fumar unos cigarros carmencita, chiquitos, ey, de eso fumaba mi abuelita, y le chingaba, perdón, le robaba sus cigarros, y órale. Ya después trabajando en los camiones en la Sierra Juárez, fumando, y fumando, y fumando, para que nunca me agarrara el frío. Mi presión arterial ahorita a mis 72 años, y gracias a la bicicleta, es 110/70 en ayunas, y ya tomando alimentos 120/80, ¿qué tal?

Duré treinta y ocho años en ADO como conductor, después de que mi papá me dio todos sus permisos. Antes de eso, empecé a los doce años a bajar madera de la brecha Mil Veinte de la Sierra Juárez a la papelera Tuxtepec, ¡a los do-ce a-ños! Era un carro grandote, pero en esos años, como por mil novecientos cincuenta y ocho, no había frenos de aire, ni radio. Y mi mamá le decía a mi papá: Oye, dale un carro nuevo, tú tienes nuevos… Y mi papá le respondía: No, si yo no quiero que sea chofer, yo quiero que sea licenciado, que él nos resuelva los problemas que tenemos con las concesiones; él es m’hijo, él sabe manejar, sabe lo que es sufrir. Pero el error de mi papá fue subirme a un carro, ¡porque de ahí ya no me bajé! Me mandaron a estudiar a La Salle en Puebla, el Benavente, al militarizado Zaragoza, ahí en la colonia de La Paz, y no, me quedé trabajando mejor.

Vi muchas cosas bonitas en la carretera. Mire esa foto, la tomé al Volcán, y cuando me paré y bajé del carro, estaba haciendo erupción. Ya cuando me iba a subir, me dice una pasajera: ¡mire! Y salen dos objetos acá a lo lejos… Esa se la di a Jaime Maussan y él me regaló una cámara muy bonita a cambio de la foto.

La bicicleta ha hecho mucho por mí. Mi trabajo como conductor de ADO era muy delicado, estamos en el filo de la navaja. Imagínese luego llegaba a las tres de la mañana. Aquí en el patio de los talleres de camiones, me ponía a dar vueltas una hora en mi bicicleta, antes de salir otra vez en el autobús. Una vez estaba yo en México en la Norte, y  me vuelo el pedazo del dedo con la banda del motor, por meter la mano con el motor encendido. Llego al servicio médico y le digo al doctor lo que pasó: mire, aquí tengo el hueso. “Ay, canijo,” dice, “¿ibas de camino a dónde,” me dice, “¡voy a Oaxaca!” Y Oaxaca, cuidado, es pura sierra, por eso somos los mejores conductores. Le dije que era diabético, y él no podía creerlo por lo bien que estaba reaccionando mi mano a la curación. “¿Pero cómo si es diabético? ¿Por qué tiene sus plaquetas tan efectivas?”, se preguntaba.  Y mire, y así me vine manejando. 

Participo en un grupo ciclista: Nitos, ciclistas en movimiento. Antes de ser Nitos, nos llamábamos Al aire libre. Nitos quiere decir nativo o neto, de un lugar. Yo soy nito del barrio de Jalatlaco, de aquí de la Ciudad de Oaxaca. Entonces, le pusimos Nitos. Todos los domingos a las ocho nos reuníamos a una cuadra del zócalo, y salíamos a rodar, en la ciudad y a los pueblitos cercanos. Antes, todos los domingos a fines de mes nos reuníamos en la fuente de las Ocho Regiones. No, mi jefe, se ponía bonito: niños en sus triciclos, en sus patinetas, la gente tocaba la guitarra, y, bueno, era una felicidad. Pero pues ya no tenemos vía recreativa.

Cuando rodamos, llevamos nuestras bolsitas chiquitas con croquetas para perros. Vemos a un perro en el camino, y le dejamos su botecito de agua y su latita de comida. Y qué va a saber el perro de las bicicletas, pero las bicicletas llevan al que sí sabe de perros. Entonces, no solamente para convivir con el ser humano, convivimos con la naturaleza, llevamos nuestros binoculares y vemos los pájaros, las mariposas. 

El primordial motivo de las rodadas es el físico, pero si estamos bien físicamente, gracias a la bicicleta, también estamos mentalmente bien. Muchos compañeros al grado de que ya vivían separados de sus parejas, y gracias a la bicicleta se han unido, y muchos que no se conocían gracias a la bicicleta se han casado. ¿Eh? ¿Por qué? Le voy a poner una anécdota… Usted va en su coche, saluda usted al pasajero dentro. ¿Le contesta el saludo? ¡No! Si va en bicicleta, usted saluda y todo el mundo le contesta. En la bicicleta le dan ganas de saludar a todos, dan ganas de sonreir. Mirese usté, su sonrisa es franca, y hay otras sonrisas que son una mueca de dolor, y vea un ciclista, a ver si tiene una mueca de dolor. 

No es solamente andar en bicicleta, sino también es superarse como ser humano. Mi nietecito tiene cuatro años, ahorita se va a levantar, allí está su bicicletita, y con esa bicicleta le he enseñado a todos mis sobrinos. Tengo una hija mayor, licenciada en administración de empresas, un arquitecto y un ingeniero civil. La bici es una base, señor. Cuando salimos, por ejemplo, hay un santuario muy grande que se llama Juquila, y yo soy muy afecto a la virgencita, me llevo la bici en la camioneta, y la de mi nieto también, y si hay oportunidad, ahí voy dándole en un lugar planito. La bicicleta es una conducta que, con el tiempo, yo pienso, va a estar clasificado en educación pública.

¿La conexión entre la bicicleta y la poesía?  Como dijo Einstein de la bici, para delante, a pedalazos y con equilibrio. Nosotros decimos, ceder ante los demás, aún no tengan el derecho. Es una de nuestras reglas de oro aquí en el ciclismo. Por ejemplo, si veo que está el siga, yo tengo la prioridad, pero veo que está un coche pasándose el alto, pos mejor freno, ¿por qué? Porque me voy a evitar problemas. Ceder ante los demás aún no tengan el derecho. Y allí entra la poesía, allí entra la poesía.

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Colaboradores

Entrevista:  Alejandro Zamora

Redacción: María Ávila

Revisión: María Ávila y Alejandro Zamora

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