Claudia Orea
Una ciudad más humana
Me he hecho mucho más consciente de que el espacio que tenemos en la ciudad no podemos hacerlo más grande. Tendríamos que tirar casas, oficinas, fábricas, usar terrenos de cultivo, ¿en verdad queremos eso? Abogo por que el espacio que sí tenemos destinado a transitar, se distribuya de mejor manera.
Puebla, 11 de febrero 2019. Con Claudia platicamos en Profética, un espacio que se ha constituido dando un lugar central a dos de los más grandes instrumentos de libertad y exploración del ser humano: el libro y la bicicleta. Está en el centro histórico de Puebla, en la calle 3 Sur y Avenida 7 Poniente. Ahí, al ver la centralidad de esos dos objetos (libros y bicicletas) en el espacio, y las formas de convivencia que suscitan, uno desearía que ese lugar fuera también profético con respecto a los espacios públicos de nuestras ciudades: que fueran concebidos para estas dos tecnologías de cuidado y cultivo ambiental, social y personal. Claudia es ciclista urbana, y también es la Presidente del Consejo de Participación Ciudadana de Movilidad del Municipio de Puebla.
Soy Claudia, tengo treinta y un años, estudié arquitectura. Actualmente me desarrollo en el ámbito de la tecnología en una empresa familiar y como activista en temas de movilidad.
El lugar que ocupa la bicicleta en Puebla… Uy, ¡qué complicado! Pues, creo que lo que caracteriza a Puebla, que tampoco creo que sea muy distinto de otras ciudades, es el paradigma del carro como prestigio. Pensamos que el carro es la comodidad y, por lo tanto, todo otro medio de transporte que “robe” espacio será visto como el estorbo. Al tiempo que el andar en bici es “denigrarse” y demuestra “no tener aspiraciones”, ser “mediocre”. En ese sentido, socialmente ha sido muy difícil poner a los ciclistas como usuarios válidos de la calle.
Por otro lado, ¿conoces este fenómeno que pasa en nuestro cerebro cuando aquello que no buscamos no lo vemos, aunque esté a plena vista? Antes sucedía con frecuencia, cuando un ciclista interactuaba con un automóvil, el automovilista tenía una clara reacción de sorpresa. O al cruzar la calle como peatón, el objetivo era cuidarte y esperar a los carros, pero no a una bicicleta. Me pasó muchas veces que casi chocaba con personas en bici porque me lanzaba a cruzar la calle buscando sólo a los coches, pero nunca me percaté del ciclista al frente mío. Bajo ese panorama, ya se espera que al menos un ciclista sea uno de los usuarios de la calle. Ahorita, ya veo que nos ven. Ya ves menos la sorpresa de las personas, ya sea como conductor o como peatón, al encontrarse contigo en la bicicleta. Si el automovilista, como coloquialmente se dice, te avienta la lámina, lo más probable es que te haya querido aventar la lámina. Sigue siendo como explicaba: más un acto de soberbia que un acto de desconocimiento.
En el 2007 no había ciclovías en el centro de la ciudad, y no había el programa de las bicis públicas. Sé que muchos de los avances que sucedieron a nivel político fueron por el movimiento y la activación de la sociedad civil. En la administración municipal pasada, hubo personas que tomaron la agenda ciclista. Se creó, a partir de ello, el Programa de Movilidad Urbana Sustentable (PMUS), y entre las acciones derivadas de éste, fue el programa de las bicis públicas en Puebla: el servicio que presta bicis a través de una cuenta de prepago y con la que puedes acceder a una bicicleta en las distintas ciclo-estaciones ubicadas alrededor de la ciudad. En la administración actual, siento un gran avance porque existen personas muy comprometidas con la agenda tratando de impulsar las mejores iniciativas y proyectos desde dentro. Sin embargo, existen aún muchos problemas en el tema burocrático, como son las diferentes funciones de la Secretaría de Movilidad y la Secretaría de Infraestructura y Servicios Públicos. Donde la primera sólo puede realizar obras de urbanismo táctico, mientras la segunda se encarga de toda obra en el municipio. Lo que hace que todo proyecto impulsado por la Secretaría de Movilidad sea una negociación constante.
Después de dejar sus bicis, pasa un grupo de ciclistas junto a nuestra mesa del café de Profética:
—¡Hola! —Me saluda uno— ¡Me da muchísimo gusto verte! Qué bueno que estás entrevistando a nuestra Presidenta. Claudia es una líder en nuestra ciudad, ¿eh? Igual ella no lo comenta, pero ha propuesto muchísimas cosas que han cambiado mucho nuestra ciudad… ¡Ah, mira! Te voy a presentar unos amigos…
Después de un breve intercambio, se van a otra mesa. Continuamos con nuestra conversación:
¿Cómo llegué a la bici? Es una historia muy bonita. En el 2011 estaba la euforia del 15M, el Movimiento Internacional de los Indignados que comenzó en España. Yo no sabía qué era. Tenía veintidós años y recuerdo que hubo una convocatoria en Facebook para hacer una congregación en el zócalo y otras actividades. Cuando leí todas las demandas sociales y todas las razones por las que estaban indignados me dije que tenía que estar ahí. A partir de esa congregación, me empecé a juntar con un grupo de jóvenes que querían hacer cambios dentro de la ciudad. Nos empezamos a conocer, a organizar y creamos un grupo llamado 15-O, por la movilización mundial pacífica convocada para el Quince de Octubre de 2011. Así fue que comencé a conocer a muchísimas personas y muchísimas realidades distintas a la mía, entre ellas personas que andaban en bici para desplazarse y eso me pareció asombroso. Entre esas personas, me llevaba muy bien con uno, Sam Trejo, quien tenía un grupo que se llamaba Viciklkticxs. En el 2012, me prestó una bicicleta estilo de carreras color naranja con freno de contrapedal, ¡súper bonita! En ese momento tenía mucho miedo porque yo aprendí a andar en bici a los 6 años, y habían pasado muchos años desde que no me había subido a una bici. Pero Sam, como buen amigo y buen ciclista enamorado de la bici, queriendo que más personas se subieran a ella, me la prestó y me acompañó por la ciudad. Me dio tips valiosísimos que sigo poniendo en práctica como ponerme enfrente de los vehículos detenidos cada vez que nos toque rojo en un semáforo para hacerme visible.
A partir de esa bicicleta que me prestó, empecé a andar en bici. Y me di cuenta de que podía ir a la universidad en ella, haciendo un trayecto de poco más de dos kilómetros de distancia. Ese trayecto diario me dio la confianza para hacer trayectos más largos, y empecé a agarrar la bici para otros lugares. Recuerdo mi trayecto más largo de estos tiempos, fue de CU a la Av. Juárez, unos 10 km. Para mí fue todo un logro hacer todos esos kilómetros. Después de unos seis meses, Sam Trejo me pidió la bici — porque ya la necesitaba de vuelta — y estuve unos meses sin andar en una. En eso, un primo me dijo que su hermana estaba vendiendo su bicicleta y se la compré. Estuve andando con ella de aquí pa’ allá. Siempre andaba en bici.
Entonces, al salir de trabajar ya en la tarde-noche, agarraba la bici e iba al Zócalo en dónde se daban las reuniones sobre los siguientes pasos a seguir. Y de repente, cuando la reunión había terminado, me ponía a hacer zigzag con los postes de las luminarias que se encuentran en el zócalo. Como si fuesen los grandes obstáculos (ríe).
Mi mamá me enseñó a andar en bici a mis seis años. Me compraron una bicicleta rosa, porque #niña. Nosotros vivíamos en unos edificios y a unas tres calles teníamos un parque. Mi mamá me llevó ahí en varias ocasiones para aprender. No recuerdo haber pasado mucho tiempo en la bici en esos tiempos. No era una colonia o calle cerrada; el parque, aunque cerca, estaba cruzando una vía rápida, el Boulevard Valsequillo, así que sólo podía acudir cuando alguien me acompañaba y eso imposibilitaba que yo pudiera estar afuera jugando, haciendo amigos. Siento que tuve la bicicleta como un mes; aunque seguro estuvo más tiempo hasta que crecí y la bici fue muy chica para mí. Pero sí recuerdo la gran emoción y satisfacción de poder andar en bici por primera vez y que no me callera. Por supuesto que me di unos buenos golpes al inicio. No me acuerdo bien qué pasó con la bicicleta rosa. Y supongo me subí a una que otra bici de primos y amigos, por aquí y por allá. Pero cuando volví a andar en bici en el 2011, regresó con ella esta experiencia de juego intrínsecamente ligada a la bicicleta. Cuando llegó el movimiento #Yosoy132, yo no podía estar tan presente en las actividades, reuniones, asambleas y acampadas porque estaba trabajando. Entonces, al salir de trabajar ya en la tarde-noche, agarraba la bici e iba al Zócalo en dónde se daban las reuniones sobre los siguientes pasos a seguir. Y de repente, cuando la reunión había terminado, me ponía a hacer zigzag con los postes de las luminarias que se encuentran en el zócalo. Como si fuesen los grandes obstáculos (ríe). Y me sigue pasando — andando en bici. De repente un relieve, una textura, un patrón, una serie de obstáculos en el camino se convierte en un gran juego. Aunque luego me da mucho coraje porque vengo disfrutando de la bici, fluyendo con ella, de mi juego mental, y de repente, se rompe. Y no porque venga distraída. Creo que es parte de lo hermoso del estado mental de la bici, y es que vas atenta al entorno, y lo disfrutas más. No, me da coraje porque veo a alguien que no respeta una norma de tránsito; o un automovilista que no le da paso a un peatón al cruzar la calle o la histeria de la ciudad se hace presente y comienzan a echar bronca entre dos conductores de autobús; o un motociclista invade la ciclovía para acortar tráfico, o la peor de todas, porque mi vida estuvo en riesgo real por un momento.
Antes de andar en bici, algo que detestaba era mojarme en la lluvia. Sentía la más mínima gotita y ya me sentía incómoda. No puedo explicarte lo mucho que me chocaba. Y entonces llegó la época de lluvia en Puebla y pensaba que no iba poder andar en bici así. Que al detestar tanto la lluvia mi vida iba a estar imposibilitada. Que iba a tener que resguardarme hasta que la lluvia pasara. ¿Y cómo iba a hacer mi vida con tantas restricciones? Llegué a pensar que iba a tener que dejar la bici seis meses al año. Y entonces un día que llevé la bici a la universidad, salí de clase con intención de regresar a casa y noté que comenzó a llover, a chispear como le dicen por acá. Y pensé: “bueno, si voy rápido tal vez llegue a casa antes de que se suelte la lluvia y ya en casa podré cambiarme, secarme y echarme un baño caliente”. Recuerdo que esa tarde casi no me mojé. Y así lo volví a intentar cuando volvió a suceder. Y así, poco a poco vi que podía salir mientras llovía y que la mayoría de las veces no me iba a mojar tanto, y lo más sorprendente: que hasta estaba padre sentir la lluvia al andar. Creo que la bici me reconcilió con la lluvia. Que quede claro, si llueve fuerte, me resguardo. Considero a donde tengo que llegar o los artículos que vengo cargando y sobre todo la seguridad al desplazarme. Pero sí empecé a notar que algunas gotitas no me hacen daño [risa].
Tiene alrededor de dos años que a la bicicleta que compré a mis tíos se le ponchó una llanta. No la he arreglado, pero es una bicicleta que me quedaba un poco chica, además de ser muy pesada y sin velocidades. Para recorridos muy grandes, no me gustó. Aquí entra la cuestión de que, si la bici no encaja del todo, no te dan ganas de usarla. Fue en estos dos años que empecé a usar más la bici pública, ya que descubrí que teniendo los tokens de la bici podía hacer los mismos recorridos (siempre y cuando hubiera cobertura del sistema, claro está) y era mucho más fácil: ya no tengo que preocuparme por dónde dejarla, por traer el candado, las luces y todos esos pormenores. Sin embargo, sí tengo la necesidad de que extiendan el programa. Hasta el día de hoy, el programa de bicis públicas de Puebla sólo tiene estaciones en ciertos lugares de la ciudad. Y a mí me urge y necesito llegar a más partes de la ciudad con este sistema.
Ha cambiado mi propio acercamiento que tengo con el tiempo.
Una vez que empecé a usar la bici, me pareció mágico el momento en que agarras la bici y decides ir a un lugar. No te haces más tiempo que si usaras el transporte público, al contrario. Y nunca he sido una persona que le intense y vaya súper rápido. Intento gestionar el tiempo para ir como con diez o quince minutos de holgura. Me puedo hacer veinticinco minutos a algún lugar, pero siempre le sumo diez o quince minutos para poder ir a mi ritmo. Sin presiones. Recuerdo que empecé a experimentar lo que yo llamo el hambre abismal después de andar en bici: siempre me llevaba un sándwich o algo, porque terminando de andar en bici llega el hambre. Eso me llevó a gestionar mis trayectos y a bajar el ritmo. Trato de no estar a la carrera. Tomar tiempo para poder llegar, poder tranquilizarme y estar en paz antes de lo que sea que vaya a hacer en el lugar al que acabo de llegar. Ha cambiado mi propio acercamiento que tengo con el tiempo. Y lo siguiente que diré, lo comento desde una aproximación muy subjetiva y personal, como una mujer que cuando usa un automóvil siempre lo hace como acompañante o como pasajera, porque no sé conducir, ni tengo un auto. Es probable que en bici no pueda hacer todas las cosas que haría si me moviera en carro debido a los tiempos que me tomo, al ritmo que me gusta tomar, pero andar en bici está rico. La bici, y lo han dicho varios textos que hablan de ella, te humaniza. Para mí, la bici es una cuestión de libertad. Es un momento conmigo fundamental.
En mi relación con la ciudad, creo que me he hecho muy consciente de todos los factores que están haciendo más segura la calle. Me ha hecho preguntarme si la infraestructura está haciendo que la calle sea cómoda o no. Antes de que yo anduviera en bici, y a pesar de no andar en carro, era alguien que abogaba por el vehículo. Por ejemplo, pensaba que los bolardos le quitaban el espacio al coche. Y el día de hoy, con esta transición, me pregunto ahora por el espacio para los peatones y el espacio para los ciclistas, y el espacio para las mamás con las carriolas. Me he hecho mucho más consciente de que el espacio que tenemos en la ciudad no podemos hacerlo más grande. Tendríamos que tirar casas, oficinas, fábricas, usar terrenos de cultivo, ¿en verdad queremos eso? Abogo por que el espacio que sí tenemos destinado a transitar, se distribuya de mejor manera.
Creo que el miedo es una de las cuestiones que rompí cuando empecé a andar en bici, porque justamente tenía mucho miedo de que me fueran a violentar más como mujer yendo en bici, por esta creencia de que trasladarse en carro es mucho más seguro para una mujer. Y se cree que el caminar, el transporte público y el andar en bici es ponerse en estado vulnerable. Creo que, más allá de la seguridad vial, en cuestiones de hacer la infraestructura segura para todos, aquí entra muchísimo la violencia de género: de cómo a las mujeres nos están violentando más en la calle. Todos estos factores llevan a esta intersección de decir: “no es seguro para mí, como mujer, andar en bicicleta”. Y ya platicando con otros amigos que también conocen de estadísticas, me dicen que es muchísimo más seguro para las mujeres andar en bici que andar a pie. Sobre todo por los tiempos de respuesta que tengas: ves algo, y le pisas, ¿no? O ves algo, te das la media vuelta y te vas.
¿Si todavía tengo la sensación de vulnerabilidad?… Sí y no. Ahorita casi toda mi experiencia con el ciclismo es en el Centro Histórico [de Puebla], y una de mis percepciones es que es seguro. He platicado con otras personas —mujeres, hombres—, y sienten que esa zona es insegura, pero para mí no es así. El Centro es mi espacio, son las colonias y las calles que yo conozco. Sé por dónde irme, sé dónde hay más luz, sé dónde hay más personas. Bien puedo tomar una bicicleta a las once de la noche e irme a mi casa. Dejo la bicicleta pública a calle y media de mi casa y ese trayecto lo conozco. En mi cuadra hay puestos de molotes, hay puestos de garnachitas, de esquites, y están abiertos hasta a las altas horas de la noche, como a las doce, o la una. Y pasando una cuadra ya no hay nada. Ningún puesto. En mi cuadra me siento muy segura porque sé que la gente me puede ver. Mi caso es un ejemplo de cómo la actividad en las calles hace los paseos más seguros.
¿La gente? Creo que me ve un poco como una loca. Tengo un hermano menor, de veinte años: Gabriel. Trabaja con nosotros en la empresa y él todavía vive con mis papás. Desde donde ellos viven a donde está la empresa son 4 km. Y él me decía que quería andar en bici para llegar más rápido al trabajo. Un día me comentó: “Si tuviera bici, podría tomarla, no tendría que estar esperando a mis papás para venir en carro y podría llegar a la oficina cuando tengo que llegar. Me daría esa libertad.” Cuando me lo dijo me brillaban los ojos. Y le empecé a dar tips, como cuáles calles podría tomar para hacer su recorrido más seguro, dónde podría comprar su bicicleta, qué accesorios tendría que comprarle. Le platicó a mis papás y la respuesta fue: “No, por supuesto que no. Es muy inseguro”. Obviamente, a mí también me lo decían. Como te comentaba hace rato, justo mi papá me decía que no veía a los ciclistas cuando manejaba. Y una de las cosas que le dije fue: “pero ahora tienes una hija que es ciclista, ¿no? Y ahora sí los vas a ver”. Siento que yo ya soy una de estas… ¿cómo le dicen…? Una causa perdida. A mí ya no me van a decir si ando en bici o no ando en bici. La cuestión fue que cuando murió Emmanuel — Emmanuel en ese momento era mi roomie, y éramos muy cercanos, su muerte les abrió esta herida a mis papás y este miedo del ciclismo, pero jamás me lo han dicho con todas sus letras. Sólo una que otra torcida de boca.
No te voy a mentir que a mí y a otros miembros del grupo de amigos en común, pues… sí: nos hizo tener miedo los primeros días. Recuerdo la primera vez que regresé a andar en bici después de su accidente. Justamente pasé por la calle en donde él falleció, a una calle y media de nuestra casa. Su novia, Sofi, y yo, compartimos el departamento después de que él falleció, y ese lugar, para nosotras, ese lugar en específico, se nos volvió muy cotidiano. Bueno, eso es como otra historia… Pero sí me acuerdo la primera vez que anduve en bici y justamente fui a dejar la bici pública a la estación que está a unos metros de donde fue el accidente. Pasé por ahí, y recuerdo lo liberador que fue. Un sentimiento de “sigo haciendo esto por ti”. Y sí: sigo. No nos va a detener para seguir luchando por esto y por hacer una ciudad más humana. Sentí que andar en bici era político, o sea, es una postura política. Me lo reafirmó.
Me metí en temas de movilidad por dos factores. Ya me daba a mí misma la etiqueta de ciclista urbana, cuando un amigo, que se llama Armando Pliego, estaba metido en temas de movilidad, y le empecé a ayudar en ciertos proyectos. Por ejemplo, se creó una ciclovía que va de aquí del centro hacia Ciudad Universitaria, y querían poner unos puentes. Nos opusimos, aunque no lo logramos: construyeron puentes de todas formas. Pero a mí me interesaba mucho participar en los temas de ciclismo con él. Ya después, me fui dando cuenta de que no nada más es el ciclista, sino que otro de los usuarios vulnerables que están olvidados es el peatón. Luego, Armando fue quien me dijo: “oye, ¿te quieres meter al Consejo?” Y le dije, “pues, siento que no sé tanto. ¿Por qué no soy tu suplente?”. Así fue que entré al Consejo como su suplente. Él fue el presidente antes que yo, y ya después por mi consistencia me volví planilla, al tiempo que me nombraron secretaria (debido a que el anterior secretario no asistía). Y así fue que cuando Armando dejó la presidencia, se me votó a mí como la presidenta del Consejo.
Hablo de esto último porque como Presidenta del Consejo fue un gran desafío, porque yo siempre he estado más cómoda tras bambalinas. Entonces, ser ahora la cara del Consejo, para mí fue muy retador, porque ahora era yo la que tenía que dar las entrevistas. Yo iba a ser el vínculo con las autoridades. Cuando Armando dejó de ser el presidente, no había nadie más para reemplazarlo. Yo esperaba que hubiera un poco de competencia, y en algún momento poder decir: “no quiero ser la presidenta, que esa persona sea…”, pero en realidad, la gente confía en mí, y me comentaron que creerían que sería buena Presidenta. Mi reacción fue así de “ah… ¡¿Qué?!” [risa]. Después de un poquito más de un año de que he estado en esta función, pues sí me siento muy a gusto y muy satisfecha de todas las cosas que he logrado – no solamente en el ámbito personal y de sentirme segura de tomar ese tipo de roles, sino también con el equipo. Algo que a mí me gusta muchísimo es colaborar, y generar condiciones para la colaboración. La misma naturaleza del consejo, un grupo de personas ciudadanas y que es una participación voluntaria, sin remuneración, abona a la colaboración, y además siento que he creado las condiciones desde mi rol de liderazgo. Eso me gusta mucho.
¿Si me quitaran la bici? Sería uno de mis mayores dolores. O sea, creo te lo dije un chorro: saber que puedo andar en bici para mí es libertad. Si de repente, por alguna cuestión, no pudiera, me sentiría coartada en esa libertad. La bici es esta cuestión de libertad y autonomía.
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Colaboradores
Entrevista: Alejandro Zamora
Redacción: María Ávila
Revisión: Alejandro Zamora
Fotos: Andrea de la Torre, Alejandro Zamora